La misa estaba anunciada a las once de la mañana, pero es la una y el cura todavía no ha aparecido: «No es muy puntual», admite una vecina, que enseguida se corrige: «Bastante que tenemos a alguien que nos da servicio». De fondo, no suenan las campanas, sino una música de llamada a la iglesia que se escucha a través de un altavoz. Es lo que hay. Por fin, al fondo, aparece el sacerdote. Llega tranquilo, pero enseguida se apura. Ha confundido la hora en el papel que anuncia la Eucaristía y pide perdón varias veces. Lo hace en la entrada y en la propia celebración.
La escena tiene lugar este domingo en la parroquia de Burganes de Valverde, pero el acento del hombre que se excusa no es precisamente el de alguien del valle. El sacerdote Aliaksandr Tarasevich es bielorruso y lleva nueve pueblos en la contorna, una circunstancia que ayuda a entender su confusión horaria. Solo lleva seis años en España y llegó sin apenas saber nada del idioma, así que todavía va apañándose como puede. Suficiente para los oficios, en todo caso. Al día siguiente de esa precipitada irrupción en una de sus parroquias, se decide a contar su historia. O parte de ella.
La primera pregunta que responde Tarasevich viene con una enmienda. El planteamiento inicial era qué hace un cura de un país de amplia mayoría ortodoxa en España. En realidad, en esta zona aislada del país. El sacerdote contesta, pero lo hace poniendo en duda cualquier estadística oficial que se publique en Bielorrusia. Las relacionadas con la fe y las demás: «No son fiables, no sabemos cuál es la situación de fondo. La religión también es una cuestión muy política y todo lo que se habla es propaganda», asevera el párroco, que tiene claro que, en su tierra, «la verdad está en secreto».
En su respuesta inicial, ya se empieza a intuir por dónde pueden ir los tiros de su marcha de Bielorrusia, aunque Tarasevich no llega a revelar en ningún momento la razón exacta: «Es algo especial para mí, privado», se disculpa el sacerdote, que insiste en persuadir a su interlocutor de que ser católico no es algo para nada infrecuente en su país: «Desde que yo entré al seminario en el año 90, hemos salido más de 500 curas», destaca el religioso.
En su caso, además, casi toda su vida como miembro de la Iglesia Católica se desarrolló en la tierra que le vio nacer, más allá de un paso de dos años por la Universidad Católica de Lublin, en Polonia, para formarse en teología dogmática: «De niño, me crié en Borisov«, apunta el sacerdote, en referencia a una ciudad situada al este de la capital, Minsk. «Cuando era pequeño jugaba en la cantera del BATE», añade el cura, que vivió siempre cerca del estadio de un equipo que llegó a enfrentarse al Athletic Club en la Champions League.
La sensación es que Tarasevich da todas estas explicaciones para insistir en su arraigo con la tierra de la que se marchó, y también para subrayar su carácter urbano: «Soy un hombre de cultura de ciudad, no de pueblo», admite el párroco, que ahora vive en Santa Marta de Tera y tiene repartidos a sus feligreses por Bretocino, Burganes de Valverde, Friera de Valverde, Morales de Valverde, Navianos de Valverde, Olmillos de Valverde, Pueblica de Valverde, San Pedro de Zamudia y Villaveza de Valverde. «Para mí, es bastante duro», concede.
Antes de embarcarse en esta aventura en coche por los pueblos del Valle de Valverde, Tarasevich estuvo un tiempo de apoyo, aprendiendo el idioma, y más tarde como cura en la zona del Tera. «Vine con 45 años y cuesta, pero hay que estar acostumbrados a que se puede ser cura en cualquier sitio», defiende el bielorruso, a quien el COVID tampoco le ayudó demasiado para fortalecer el contacto con la «gente de otra cultura, de otro idioma». «Aquí, cada parroquia tiene su vida», apunta el sacerdote.
A medida que avanza la conversación, la realidad de su país vuelve a situarse en el foco. Y Tarasevich, que sigue sin mencionar la causa exacta de su mudanza a España, no puede resistirse a deslizar algunos comentarios: «No sé si sabéis cuál es la situación con la Iglesia en mi país. Desde las elecciones de 2020, y luego con la situación de la guerra entre Ucrania y Rusia, han sido encarcelados 39 curas. Y tres o cuatro de ellos han estado presos más de un año. No voy porque tengo miedo», asevera el religioso.
La Bielorrusia de Lukashenko
Sus palabras hablan acerca del escenario que se vive en un país donde Aleksandr Lukashenko, considerado por algunos como el último dictador de Europa, trata de sostenerse en el equilibrio entre la independencia de Bielorrusia y las buenas relaciones con Moscú: «No sabemos cuál es el balance de católicos frente a ortodoxos, como te decía, pero la costumbre es asociarnos a nosotros como la Iglesia de Europa y a ellos como la de Rusia. Es una guerra cultural y de costumbres. Te perciben como parte de este lado de Europa y por eso te persiguen», argumenta Tarasevich.
El párroco del Valle de Valverde llegó a España dos años antes de que, en 2020, un nuevo triunfo de Lukashenko recibiera la contestación en las calles de los opositores, disconformes con la transparencia del Gobierno. Poco después de ese conflicto y de la gran crisis del COVID, estalló la guerra en Ucrania: «Al principio, iba dos veces al año a mi país. Pero, desde hace cuatro o cinco, no entro allí». ¿Y la familia? «Es lo peor, pero qué hago», lamenta el religioso.
De momento, lo que hace es seguir oficiando misa en los nueve pueblos zamoranos de la Diócesis de Astorga que le corresponden mientras trata de entenderse con las gentes de unas localidades que cada vez le son un poco menos ajenas. Paso a paso. En Burganes, da la misa como manda la liturgia y luego coge el coche para conducir 25 kilómetros hasta su vivienda. Su casa, realmente, se encuentra a otros 3.500.