El frío aprieta casi por primera vez en el otoño y apenas se ve un alma por las calles de Almendra a primera hora de la tarde. Esta localidad de la Tierra del Pan ofrece unas vistas casi inigualables del embalse del Esla, pero la cosa no está para pararse a contemplarlas en este miércoles que anuncia el invierno. A la gente hay que buscarla en los interiores y, más concretamente, a la puerta de un local donde se acumulan varios coches. Efectivamente, el bar. A la puerta, un cartel anuncia una fiesta próxima vinculada a la matanza. Definitivamente, se acerca el tiempo gélido.
Dentro del local, cuatro vecinos juegan la partida en la mesa más cercana a la estufa; un quinto la contempla. Hay otro taburete al lado, pero está ocupado por un botellín de cerveza. La clientela se reduce a eso. Al otro lado de la barra, María Ángela Martín señala la escena y constata: «Ya ves, esto es como una familia». La dueña del bar es una mujer afable, que da las explicaciones y los detalles que se le piden sobre el paso de los peregrinos por Almendra. Porque sí, esta localidad bañada por el embalse y tocada por la despoblación es una de las paradas del Camino de Santiago.
Cualquier lector podrá decir que este pueblo es uno de los muchos de la provincia que aparecen en las distintas rutas del apóstol hacia Galicia, pero Almendra tiene una particularidad. Se trata de una localidad marcada como fin de etapa en el Camino Zamorano-Portugués, pero carece de albergue. No hay un recurso preparado para acoger al caminante. Hace unas semanas, la Diputación anunció el arreglo de un edificio para este uso. ¿Pero qué pasa mientras tanto? ¿Cómo acoge este pueblo al peregrino? ¿Cómo aprovecha la localidad su posición en la ruta?
Muchas de las respuestas a esas preguntas están en el bar de María Ángela. Realmente, cuando uno sabe que va a un pueblo sin albergue, casi lo primero en lo que piensa es en buscar un sitio para, al menos, tomar el café o guarecerse un rato: «Vienen porque tengo las llaves de las escuelas», aclara la hostelera. Ese local es un edificio de esos que se diseñaron por cientos para acoger la formación escolar de los zamoranos hace algunas décadas, y lo que tiene es un colchón y un lavabo. Un apaño, como mucho.
Pero María Ángela continúa: «A veces les hago la comida en el bar y, si aquí no tengo nada, pues de casa, de lo que haya hecho yo», señala la hostelera, que va recordando las últimas visitas de peregrinos por la zona: «El otro día le serví café a un chico italiano, pero él traía la comida. Normalmente vienen preparados», admite esta mujer de Almendra, que apunta que ahora se percibe un escenario de temporada baja en el Camino, pero que advierte de que por aquí pasa gente de continuo cuando asoma la primavera.
Tanto es así que, a veces, en ausencia de albergue, el pueblo acaba por recurrir a la mano solidaria para acoger a los caminantes: «Una vez vinieron unos ingleses que hablaban muy bien español, que tenían casa en Andalucía, y un matrimonio que estaba aquí se los llevo a su casa a dormir», recuerda María Ángela, que cita también el caso de unos polacos que trabaron amistad con una pareja en la que la mujer procedía del citado país del este.
Ahora, la expectativa es que el futuro albergue deje un poco al margen esas historias de acogida hogareña y dé paso a un sistema más cómodo para los que lleguen a descansar antes de retomar la marcha. ¿Cree María Ángela que el presumible aumento de peregrinos mejorará la salud de su negocio? «No lo sé, la verdad. No sé cómo harán. Allí también van a tener cocina y sus cosas para todo, aunque le hace falta una reforma grande», advierte la hostelera, que deja a los de la partida solos en el bar para acompañar a los periodistas al edificio que se transformará en el centro para peregrinos, a apenas unos metros.
María Ángela asegura que el espacio es grande. Lo recuerda porque allí fue a catequesis hace ya un buen puñado de años. La previsión de la Diputación Provincial es destinar 85.000 euros en 2025 para su arreglo, con el fin de que María Ángela y el resto de los vecinos dejen de ser los únicos recursos del peregrino en Almendra.
La supervivencia del bar
Lo que presumiblemente se mantendrá como única alternativa para echar el café o hasta para tomar una caña un fin de semana por la noche es el bar: «En invierno, lo que ves es lo que hay», reconoce María Ángela, que se aferra al verano y a las fiestas de guardar para seguir adelante. Ahora, con algo menos de clientela, porque el negocio de Valdeperdices ha reabierto y quienes cambiaban de pueblo para tener donde cobijarse ahora pueden quedarse en el suyo.
La asociación cultural de la localidad también ayuda a dinamizar el lugar y a atraer a la gente que luego se pasa por la barra de María Ángela: «Pero vamos, esto tenía que estar subvencionado», insiste la hostelera, que abre solamente por las tardes, casi a propósito para la partida que continúa al pie de la estufa cuando termina la conversación: «Y aquí estamos», remacha la dueña del bar a modo de despedida. No es poco.