Vida honesta y arreglada; usar de pocos remedios y poner todos los medios de no apurarse por nada; la comida, moderada; ejercicio y diversión; no tener nunca aprensión; salir al campo algún rato; poco encierro, mucho trato y continua ocupación.
El doctor José Letamendi escribió estas «reglas de higiene» en el siglo XIX pero, más de cien años después, esas normas siguen presentes para algunos investigadores que se dedican al campo de la batalla eterna por un mejor envejecimiento. Al menos, como «consejos» prácticos o a modo de final ameno para una explicación técnica sobre los estudios modernos.
La doctora Consuelo Borrás Blasco las sacó a colación en el cierre de su ponencia sobre medicina regenerativa y envejecimiento en el congreso «silver» de Zamora. La catedrática de Fisiología de la Universidad Valencia admitió que no era fácil cumplir con las reglas de Letamendi, como tampoco es sencillo conocer los secretos de la longevidad en el laberinto enmarañado de la investigación.
De hecho, Borrás apuntó que algunas de las cosas que iba a contar aún formaban parte de lo que será «la medicina del futuro». «Esperemos que lleguen pronto al presente, pero aunque se trate de terapias que pueden resultar muy prometedoras, aún no están del todo aquí», concedió la experta, que inició una exposición sobre el papel de las células madre a la hora de restaurar las funciones en el organismo.
La catedrática valenciana habló de los experimentos con ratones, de los cambios que han logrado documentar en animales con la misma edad cronológica y del concepto de edad biológica, la que han conseguido alterar en los roedores: «No nos interesa tanto alargar la vida, sino que haya una buena calidad», advirtió la investigadora.
Tampoco le interesan los ratones como tal. Todo va orientado a que la investigación desemboque en los humanos, y ahí aparece un grupo que interesa particularmente a Borrás y a sus compañeros: los centenarios: «Tienen un envejecimiento extraordinariamente saludable», concedió la experta, que apuntó que las personas que alcanzan las tres cifras llegan a edades avanzadas como los 85 o los 86 años «extraordinariamente bien».
¿Un perfil especial?
En general, los centenarios «retrasan mucho la aparición de cualquier enfermedad incapacitante para ellos». Esa es la clave. ¿Pero hay una huella genética? «Su perfil es especial», aseguró Borrás, cuyo grupo de trabajo también ha evaluado a los descendientes de las personas que cumplen los 100. «Medimos un índice que se llama el síndrome de la fragilidad, y concluimos que solo el 9% de los descendientes de los centenarios se puede considerar frágil a los 80. En el resto, ese porcentaje sube al 21%», relató la experta.
En base a las investigaciones realizadas en el laboratorio, Borrás y su equipo buscan ahora «qué tienen las vesículas» de estos centenarios que pueda ser favorecedor para un envejecimiento saludable. Ahí puede estar un punto determinante. Eso sí, mientras las conclusiones llegan, conviene llevar una vida saludable para evitar sustos. ¿Los consejos de Letamendi? El doctor murió a los 69.