César Serrano y sus compañeros del cuerpo de bomberos del Ayuntamiento de Zamora llegaron a Valencia en torno a las dos de la madrugada del domingo. Para entonces, ya estaba clara la dimensión de la tragedia: más de 200 muertos, aún más desaparecidos, necesidades acuciantes, casas y calles destrozadas, locales y garajes anegados. Nadie pensaba encontrarse un panorama amable. Pero una cosa es la preparación previa y otra abrir los ojos, activar el resto de los sentidos y plantarse en el escenario de la catástrofe: «Al principio te quedas acojonado. Luego, te vas acostumbrando».
El testimonio de César es uno más entre los que se pueden recabar estos días. Miles de personas ajenas a la Comunidad Valenciana se han desplazado al entorno de su capital para ayudar. Cada cual con sus medios. Muchos de esos hombres y mujeres son profesionales, al igual que este bombero zamorano. Como otros muchos, él no necesitó órdenes. Levantó la mano para acudir como voluntario y viajó durante horas hasta llegar a la zona coordinada por el 112 de Castilla y León en colaboración con las autoridades de la zona.
El primer destino en la madrugada que daba paso al domingo fue un lugar del que mucha gente en España no había oído hablar hasta la semana pasada y que ahora forma parte de las conversaciones diarias de todo el país: Paiporta. En esta localidad se han vivido, y se siguen viviendo, algunos de los momentos más dramáticos de la tragedia: «No tiene nada que ver con lo que ves en la tele. Impresiona. Parece que han tirado siete bombas», explica César Serrano. Sus compañeros y él duermen en un aula del colegio habilitado para el efecto. Pared con pared, se alojan familias que tratan de asumir la realidad sin desmoronarse.
Pero Paiporta solo aparece en el tiempo de descanso para los bomberos zamoranos. De día, la escena se traslada a Aldaia, una localidad ubicada a veinte minutos en coche y que se ha convertido en el lugar de trabajo para decenas de profesionales de Castilla y León: «Nosotros estamos en una calle, y en las de al lado están los de Valladolid, los de Salamanca…», narra César Serrano, que ya viajó con la idea de lo que iban a hacer: «Achique de garajes y algo de arrastres».
Desde el primer día, los profesionales zamoranos entendieron que su función era despejar «los garajes de agua que están hasta arriba». «Antes, preguntamos si todos los vecinos están controlados, para saber si es previsible que nos encontremos a alguien dentro», narra César Serrano. Ese alguien quiere decir algún cadáver. Pero, en el momento de la conversación, pasadas las tres de la tarde del lunes, los bomberos de la ciudad no habían tenido que enfrentarse a ninguna escena de esas características.
Por lo pronto, los vecinos van tranquilizando. «Otra cosa es si ha entrado un tío a robar y se ha quedado allí», apunta César, que cuenta que el procedimiento consiste en achicar agua hasta que el nivel queda por debajo de las ventanillas. Ahí es cuando los profesionales revisan y comprueban que no hay nadie. «Aquí todos los años hay alguna riadilla y la gente va a sacar los coches de los garajes, pero esta vez todo fue muy rápido. Dos coches del sitio que hemos controlado nosotros se quedaron en la rampa y los conductores pudieron salir corriendo», subraya el bombero.
Más allá de eso, lo que va viendo el profesional zamorano es que casi todos los locales, viviendas o negocios que están en la planta cero lo tienen todo «para tirar». «En los sitios por los que ha pasado la riada, no hay ni un establecimiento que haya quedado intacto», comenta César Serrano, que incide en que «hay mogollón de voluntarios con una pala y sacando lodo». Todo, en paralelo a la presencia de los propios bomberos y de la UME. Lo que ocurre es que la dimensión de lo ocurrido es difícil de abarcar.
«Montañas de mierda de tres metros»
«Esto parece la guerra. La gente no tiene nada. Hay muchísimos medios, pero también mucho curro aún. El tema de achique de garajes igual se va acabando, pero la limpieza de las calles no. Esto es un desfile de grúas con coches que están para el desguace, y todo son montañas de mierda de tres metros de altura. Hay tajo para bastantes días», resume el bombero zamorano, que también menciona los dramas humanos. Este mismo lunes ha hablado con gente que ha perdido a sus tíos. Se ahogaron. Esa tragedia no tiene arreglo.
Tanto César como sus compañeros del Ayuntamiento de Zamora permanecerán trabajando sobre el terreno hasta el jueves por la mañana. Luego, llegará el relevo desde la ciudad. «De los nuestros quiere venir todo el mundo», asegura el bombero, que no descarta repetir si la situación se prolonga. Por encima de la impresión y del impacto emocional, está la vocación de ayudar.