En el puente de Todos los Santos, los pueblos honran a los muertos y reciben a los vivos. Los hijos de la tierra suelen regresar al hogar de sus familias para dejar flores en las tumbas y para aprovechar los días de descanso lejos del bullicio. Un clásico. Si esto no fuese 2024, sino 2019 o 1997, probablemente Mario Gullón sería una de esas personas que habría viajado desde Madrid a Uña de Quintana para buscar la paz durante tres días, pero no. Mario no acaba de llegar y tampoco se va a ir.
Este hombre de treinta años aparece por una de las calles de Uña con paso tranquilo. No hay prisa. Cuando la gente haya marchado el domingo, él se irá a dormir en el pueblo y se levantará para ejercer su puesto de trabajo en la misma casa. Sí, Mario es una de esas personas que ha conseguido mantener el teletrabajo 100% en el medio rural. Muchos lo perdieron tras la pandemia, pero fue justo entonces cuando él lo recupero. Y decidió regresar al lugar del que se había marchado para formarse.
«Yo me marché a los 18 o 19 años a Zamora para estudiar. Hice un ciclo de Administración para los Sistemas Informáticos en Red y luego empecé la carrera en el Campus Viriato», explica este hombre de Uña de Quintana, que comenzó a trabajar antes de rematar el grado, pero que terminó por marcharse a Madrid tras recibir una oferta mejor en la capital de España. Nada nuevo bajo el sol.
Aquello ocurrió en 2019, y desde entonces hasta mediado el 2022, Mario fue uno más de los treinta y tantos mil zamoranos residentes en la gran urbe del país. Solo en 2020, el paréntesis de la pandemia le permitió ejercer su puesto desde Uña. Pero en septiembre tuvo que volver. La cosa cambió hace dos años y medio, cuando una oferta laboral de otra empresa le permitió negociar con un cierto poder para tratar de sacarle a su empleador la posibilidad de volverse al pueblo. Lo logró junto a otro compañero. También de Zamora, de Cañizo.
«Lo que yo estaba haciendo en Madrid era teletrabajar desde la oficina», aclara Mario, que explica que su tarea consiste en comunicar redes entre operadores, e incluso entre países: «Físicamente, no hacía nada allí», insiste el vecino de Uña, que acordó con su empresa el teletrabajo, dijo «no» a una opción mejor económicamente y se mudó. Lo hizo casi en paralelo al despliegue de la fibra en la localidad, una herramienta «clave, sí», pero infrautilizada, a juicio de quien la disfruta.
Para Mario Gullón, la puesta en marcha de esta tecnología sin otros planes en paralelo ha sido «tirar el dinero». «Tienen que incentivar a las empresas para que la gente pueda venirse a los pueblos a vivir, a formar una familia. Aquí una casa vale mucho menos que en Madrid, y el problema de la vivienda se aplacaría. Lo que pasa es que no hay voluntad política porque nadie va a querer meterse en esa guerra con ciertas partes de España«, reflexiona el hijo de los panaderos de Uña de Quintana.
Precisamente, la presencia aquí de sus padres fue uno de los motivos que arrastró a Mario de vuelta a la tierra. «No estaba a gusto del todo. Mis padres casi no duermen y yo estaba allí diciendo: a ver si les ha pasado algo y no me he enterado», recuerda el informático, que menciona también a sus abuelos y que habla de un escenario que «no era amigable» para él desde la distancia.
Con eso resuelto, tocaba ver si la nueva rutina funcionaba. No es lo mismo el verano o las vacaciones que el día a día laboral para una persona que llevaba más de diez años fuera: «Para mí, tampoco hay tanta diferencia en eso. Me levanto más tarde porque no tengo el viaje hasta el puesto de trabajo. En vez de ir a comprar como antes, aquí bajo a la panadería cuando acabo, voy a la huerta o a ver a los perros, y me entretengo de otra forma», explica Mario.
La parte mala
En su nueva forma de estar en el mundo, este informático de Uña también incluye viajes recurrentes a Zamora por ocio y el disfrute de los fines de semana en casa sin la Espada de Damocles constante de los viajes de vuelta. ¿Lo malo? «Aquí la mayor parte de la gente está jubilada», concede Mario, que apunta que, en el invierno, quizá su pueblo «no pase de 80» vecinos. «Llegará un momento en el que habrá que tomar una decisión», desliza.
Pero mientras se lo piensa, el hijo de los panaderos de Uña sigue en el lugar donde creció junto a sus padres y a su hermana. Para él, el futuro no pasa por un negocio que dé servicio al pueblo, pero al menos su presente sí se desarrolla en un lugar que, en 2019 o en 1997 ,casi ningún informático contemplaba como opción para vivir. Ahora, algunos pueden. Falta que sean más y que quien manda estimule su deseo.