El cementerio de Camarzana de Tera está al final del pueblo, apartado. Si uno quiere llevar flores y agua o tiene dificultades para andar, conviene subirse al coche. Cada cual aparca donde puede antes de cruzar el umbral de la puerta y encarar la cuesta sobre la que está ubicado el camposanto. Al fondo, un elemento discordante llama la atención: es una barra de Estrella Galicia.
Los vecinos que andan por allí explican que más tarde habrá una misa en el cementerio y que la barra se cubre con un mantel para darle el aspecto debido y colocarla en horizontal como altar. No es una cuestión irrespetuosa, sino práctica. Aquí hay que aprovecharlo todo.
Antes de la celebración, cada familia se cuela por el pasillo que le toca y se acerca a las lápidas. Casi todos llevan flores, bayetas y cubos de agua. El 1 de noviembre se trata de recordar, de honrar la memoria de los muertos y de aprovechar para la faena práctica. Ocurre en Camarzana de Tera y en todos los pueblos de la provincia. También en la capital, donde el final del barrio de Pinilla se convierte en un hervidero.
Los rostros de las familias cambian en función del caso. Quienes visitan a los seres queridos que les abandonaron más recientemente llevan el padecimiento en el gesto; los demás aún pueden sonreír, charlar, rememorar anécdotas desde el amor y el respeto sin tanta amargura. Cada uno vive el día como puede. Todos, desde la consciencia de que, algún día, serán sus familiares quienes acudan con flores, bayetas y agua a honrar sus memorias.