Jimena Vidal tiene 19 años, uno más que los que lleva representándose la obra Don Juan Tenorio adaptada por el grupo La Tijera. «Nunca he visto otro Tenorio que no sea este. Bueno, algunas veces sí, pero este es el principal. Desde pequeña, venía con mi tía y me sentaba en el suelo al lado del técnico, que era mi tío. Así fui cogiéndole en gustillo, por venir todos los años», repasa esta joven, que habla con el aplomo de una persona de más edad. Lo que cuenta es una historia familiar y de pasiones compartidas. Y una persona que la escucha sentada a su lado la mira y sonríe.
La narración de Jimena se entiende mejor cuando uno se entera de que su abuelo es Indalecio Álvarez Campano, el director del grupo de teatro, y que la mujer que está en ese momento a su vera es su abuela, María José Gutiérrez, la única persona que lleva 18 años representando al mismo personaje en el Tenorio zamorano por antonomasia. La veterana de la familia nunca ha dejado de ser Brígida en la obra y, desde allí, ha ido viendo a su nieta dar pasos hacia el escenario. Primero, jugueteando en la parte de atrás; luego, más atenta a los detalles; después, con la representación en la cabeza.
«Un par de años antes de empezar a hacer de doña Ana, yo ya te recitaba el texto de memoria. Y hay muchas más escenas que puedo repetir», explica Jimena, que entiende ese aprendizaje como algo natural: «Lo he visto todos los años, lo he mamado en casa y le tengo mucho cariño a la obra. Si veo un Tenorio que no es este, se me hace raro. Para mí es muy familiar, lo he tenido siempre cerca», se justifica esta joven, que estos días se sube a las tablas del Principal, como tantos años han hecho sus abuelos, para representar de nuevo el papel de la prometida de Luis Mejía.
La conversación entre las dos mujeres tiene lugar en el foyer del teatro. Todo sucede unos minutos antes de las cinco de la tarde, cuando el liceo ya empieza a ser un hervidero de actores que caminan, corretean, charlan en el patio de butacas o se dan prisa para maquillarse. La propia Jimena ha llegado con la cara lavada para terminar la entrevista, bajar a las profundidades del Principal donde se encuentran los camerinos y caracterizarse. Son las horas previas al estreno de la obra al completo, tras los pases cortos para los institutos. La representación se repetirá el 1 y el 2 de noviembre en el mismo lugar y a la misma hora.
Después de tantos años, ya se ha naturalizado todo lo que hace La Tijera en estos días: su capacidad de adaptación, las particularidades de su interpretación del texto de Zorrilla o la inclusión de actores y actrices profesionales en el elenco. Para quien ya lo ha conocido así, cuesta regresar al día cero de todo este proyecto, pero María José recuerda bien los inicios: «Nos enfrentábamos a una cosa muy grande, pero somos atrevidos y tiramos con ello. Nos costó muchísimo trabajo», apunta.
Fue en ese proceso cuando María José empezó a ser Brígida: «Al ser la mayor del grupo me correspondía una cosa como esa, de más edad. Luego, se han ido cambiando personajes, hay personas que se han ido, gente que ha llegado, y yo soy la única que se ha mantenido con lo mismo. En parte, porque nunca se aclara la edad de Brígida, solo se sabe que es el ama de doña Inés desde que nació, así que ahí me he quedado», justifica esta mujer que se recuerda a sí misma viendo el Tenorio por televisión en blanco y negro cada Día de Todos los Santos, sin sospechar que algún día tomaría como costumbre el colocarse sobre las tablas para representar uno de sus papeles.
«En realidad, la que menos gusta es Brígida, porque era como si dijéramos… ya sabes, la mala de la película», resalta María José, que aún así se emocionó con el reto de interpretarla. Y no se ha cansado desde entonces: «No sé, a lo mejor es porque soy géminis y puedo tener esa doble cara», desliza la abuela, mientras Jimena se sonríe. La complicidad entre ambas se percibe, y la nieta, que se apaña bien hablando sola, mira a su derecha cuando recibe alguna pregunta en la que duda. Por ejemplo, cuando le toca hablar de su relación con el teatro más allá del Tenorio.
Una vinculación desde la niñez
«Yo he sido de todo. Cuando era bebé me sacaron en Medievalia metida en un carrito, he ido montada en un burro, he hecho de niño de los clavos, he representado una obra de teatro con mi abuelo en un aniversario de la Constitución en Valladolid…», enumera Jimena, que concede que siempre le ha gustado actuar. Desde los 14 hasta los 17 fue doña Ana en el Tenorio de La Tijera, y ahora regresa tras un paréntesis de un año.
«Es un personaje secundario, y es verdad que no fue el primero que me llamó la atención, pero lo he ido entendiendo», subraya la joven, que más allá del Tenorio va buscando castings y participa en algunos proyectos audiovisuales de tono menor: «Me encantaría dedicarme profesionalmente a esto, pero es muy difícil y tampoco tengo tantísima vocación», apunta Jimena, que estudia Relaciones Laborales y Recursos Humanos en Salamanca, y que esta semana se ha venido a Zamora para enfrascarse por completo en el Tenorio.
El caso de esta zamorana, condicionada por la influencia familiar, llama la atención por su pasión por el teatro, una rama de las artes escénicas a veces denostada por su generación. Ella explica que cree que «no se le da la visión adecuada». «Yo misma expliqué el Tenorio una vez en el instituto y, cuando salimos, un compañero me dijo que le había gustado. Es distinto si viene un profesor y te echa la chapa. Hay que intentar ser más cercano», reflexiona Jimena.
Su abuela interviene para destacar que algunos jóvenes se van incorporando a La Tijera, pero admite que, en general, les cuesta ser constantes. «Les echa para atrás saber que los milagros no existen, que aquí hay que estudiar o que este fin de semana no se puede salir porque hay que ir a un pueblo a actuar», comenta María José, que entiende esta situación como algo normal: «Son maravillosos, pero tienen que entender que el teatro no es llegar aquí y soltarlo», remacha.
La cajita y el cofre
Al final de la conversación, las dos bajan a los camerinos, al lugar en el que Jimena tiene que ir maquillándose para transformarse en doña Ana. Ambas comparten gestos y posan ante el espejo mientras la abuela le va recogiendo el pelo a la nieta, que protesta sin levantar la voz. Jimena y María José parecen felices por compartir esa escena, igual que horas más tarde formarán parte del plan común de sacar adelante una obra.
«El mayor orgullo de una abuela es actuar con su nieta», se despide María José. Mientras, Jimena abre la cajita que ha bajado a los sótanos y comienza a prepararse. Quizá sin ser del todo consciente, la más joven de las dos está construyendo otro cofre. Pero en ese no va el maquillaje, sino el legado de su familia.