En un sábado de lluvia intermitente y de temblor por los primeros fríos, un grupo de unas 200 personas se abre paso por los caminos que rodean a Grisuela. La senda se convierte en una ventana hacia amplios horizontes y deja a la vista el imponente paisaje del otoño alistano. Lo natural es fijarse en eso: en el monte, en las setas, en las fuentes o en la lejanía. Pero si uno acerca la vista un poco, justo hacia el grupo de gente que transita por esa zona a buen paso, se puede percatar de un detalle que permite adivinar que existe algo que une a esas personas, más allá de que se hayan juntado esa mañana para marchar de forma solidaria y apoyar la causa de Mara San José y de su familia.
El asunto está en las mochilas. Todos llevan la misma bolsa de color negro a la espalda con el rostro de una muchacha creado con inteligencia artificial: «Es la moza», indica Susana Vega, una de las mujeres que se ha adentrado en el paseo frente a la amenaza de las nubes. La chica de la imagen aparece adornada con el traje tradicional alistano, y se ha convertido en el símbolo de la asociación que un grupo de vecinos de Grisuela creó a finales de 2023 para darle otro aire al pueblo. Han pasado diez meses desde la fundación oficial, y el colectivo ya tiene 250 miembros. Eso, a pesar de que en la localidad viven solo 80 personas en invierno.
La asociación Fuentelamoza, como se llama esta agrupación, ha logrado captar a la población vinculada y a algún vecino más de la contorna para triplicar, en su base de datos, el número de habitantes fijos de Grisuela. Seguramente, a Susana Vega, que es la presidenta, le gustaría que el asunto fuese al revés, pero la puesta en marcha del proyecto va más allá de una cuestión numérica: «Lo que yo pretendo es que la gente se mantenga unida, que colabore en todo y que haya actividad en el pueblo», resume esta mujer, que destaca el peso de la juventud que aún agita la bandera de esta localidad alistana.
«De 18 a 50 años, a lo mejor somos 40 personas», explica Vega, que recuerda que la primera llama de Fuentelamoza se prendió tras la chispa de una reunión en el bar: «El pueblo estaba perdiendo mucha vida y nos pusimos en marcha», apunta la presidenta. Claro, decirlo es fácil, pero hay que dar los pasos. Y ahí el colectivo tuvo el respaldo de algunas personas del entorno que se prestaron a aportar su experiencia.
Con ese apoyo, y preguntando y moviéndose, los impulsores de la asociación Fuentelamoza fueron transformando la idea en algo cierto. Las primeras actividades se desarrollaron en el verano del 23, pero el registro del papeleo concluyó el 13 de diciembre, día de Santa Lucía: «Desde entonces, hemos hecho tres cursos de fitosanitarios, que han estado muy bien; hemos organizado la fiesta de la feria de abril; hemos colaborado con las fiestas de la Magdalena; tenemos planeado poner en marcha un curso de baile; y estamos moviéndonos para traer talleres de memoria para los mayores», enumera Vega.
El grupo lo mueve sobre todo la gente joven, pero ese empuje azuza también a los mayores. En la marcha solidaria organizada por la asociación para ayudar a Mara y a su familia, las mujeres de la localidad prepararon todo lo necesario para el desayuno de la mañana y para recuperar fuerzas al final del recorrido de diez kilómetros. La evidencia de lo que ocurre en los pueblos de Zamora señala que son ellas las que se implican más en el tejido social, aunque Susana Vega pone el foco en otro asunto: «Aquí lo principal es que no hay piques, que decimos ‘todos a una’ y es todos a una».
Con la compañía de ese espíritu, todo fluye. Incluso, el Ayuntamiento de Rabanales, del que depende la localidad, les está reformando un local para la asociación. Se trata de una antigua serrería que se ubica «donde el Cortinero». El objetivo es inaugurar la sede para el primera aniversario. Es decir, en Santa Lucía. «Queremos que la gente pueda reunirse y que no pase el invierno sola en casa», subraya la presidenta de Fuentelamoza, que también tiene claro lo que tiene el pueblo y lo que le falta.
Los servicios y el papel de reivindicar
Dentro del primer grupo, los restaurantes, claro: «Se come fenomenal». En Grisuela, también hay una casa rural con piscina climatizada y un servicio de carnicería. Lo demás viene de fuera o hay que ir a buscarlo. Los niños van al cole a Alcañices, el médico acude un día a la semana; y el panadero, que es del pueblo, viaja casi a diario a la localidad desde la cercana Rabanales: «La asociación también nos puede servir para reivindicar», afirma Susana Vega, al hilo del papel del colectivo si alguna de estas atenciones empezara a menguar o desapareciera.
Lo que no tiene pinta de ir a desaparecer a corto plazo son las fuentes. Grisuela tiene un buen catálogo de ellas, y de ahí el nombre de la asociación, que se refiere a una en concreto: «Lo de la moza nos ha dado mucho juego y aparece en todas nuestras actividades: caminando, vestida de Navidad o de sevillana. Es la moza, la moza y la moza», remacha Susana Vega. El pueblo, agarrado al brazo de esa muchacha que le sirve como símbolo, sigue caminando. Ya sea por causas solidarias o rumbo a su propia supervivencia.