El sonido de la misa que se escucha por los altavoces se mezcla en el exterior con la música de Vicco que sale de las atracciones infantiles. El Gloria a Dios y Nochentera, todo junto. Y también barro. Mucho barro. La romería de los Remedios, que se celebra cada primer domingo de octubre en el entorno del templo homónimo ubicado a las afueras de Otero de Sanabria, convive este año con el agua. Ha llovido mucho en las últimas horas y la pradera está casi impracticable. Durante la mañana, las precipitaciones dan algún respiro, pero el paraguas es imprescindible. Es lo que toca.
Para casi cualquier evento al aire libre, el tiempo sería la ruina total, pero a los Remedios hay que ir. Lo dicen las gentes de Sanabria y de La Carballeda que acuden con paraguas, botas, chubasqueros, plásticos y cualquier elemento de protección que se les ocurre. Algunos se refugian en la iglesia, donde las misas en honor a la patrona de la comarca se suceden una tras otra. Los que están fuera se mueven como pueden entre los puestos. Se ven varios resbalones, muchos amagos y unas cuantas prendas que irán de Otero a la lavadora sin hacer paradas intermedias.
Para los vendedores que reciben a los sanabreses irreductibles, el día viene malo. No van a vender lo mismo que otros años, a pesar de la voluntad de quienes acuden: «El día está como está», constata Tomás Arias, que ha ido desde León básicamente para vender avellanas. En otras ediciones, puede despachar hasta 100 kilos. No llegará a tanto esta vez. Aún así, la gente acude por goteo a su puesto. Comprar ese fruto seco es la tradición, y los hay muy cumplidores.
Algo parecido le ocurre a la otra punta a Manuel Barata, que se pasea con un curioso cascanueces que sirve para abrir todos los frutos secos que a uno se le ocurran. «Llevamos viniendo 35 años», explica el comerciante que no se arredra por el agua: «Nosotros nos levantamos, venimos y luego que sea lo que tenga que ser». Y lo que hay es agua. A cada rato un chaparrón, y quienes han ido sin paraguas se arrepienten y tienen que comprar. Premio para los vendedores que los llevaron.
También se percibe buen jaleo en la churrería o en la zona del pulpero, que no ha traído el despliegue de otros años, con mesas para decenas de comensales, pero que reparte para llevar. La cola empieza tímida, pero acaba pareciéndose a la de las ediciones fuertes. La ración pequeña, 12 euros; la mediana, 24; la grande, 36. Y la gente no deja de llegar. No habrá sido igual que en un domingo de sol, pero los vendedores se marcharán a Galicia con la jera cumplida.
Otros que juegan con ventaja son los de la propia cofradía de los Remedios, que se sitúan bajo los soportales y, por tanto, protegidos de la lluvia. Además, cuesta resistirse a la lotería si está bendecida, y varios ya aprovechan para llevarse algún otro recuerdo con la imagen de una virgen que alcanza un alto grado de devoción entre las gentes de la comarca. Los mayores y los jóvenes. Solo hay que ver el perfil de los que se pasan por estas urnas con merchandising.
La procesión, chafada
Mientras, en el templo, llega el turno de misa de la una, la que cuenta con la presencia de las autoridades, con varios curas y con mucha gente. Y mucha es mucha. La gente se agolpa hasta en los pasillos. La previsión es que al final de la Eucaristía llegue el momento de la procesión, e incluso parece que la providencia divina logrará abrir una ventana al sol en el día lluvioso para que los devotos de los Remedios se rindan a la imagen. Pero no. Al cierre de la celebración, llueve con ganas.
A la cofradía, que data del siglo XVIII, no le queda otra que resignarse a sacar la Virgen a la puerta entre el sonido de las gaitas con el himno nacional. Tras la ceremonia, muchos se recogieron. Una cosa es ir por tradición, devoción o costumbre y otra exponerse a una pulmonía. Habrá años mejores, pero que nadie diga que el 2024 quedó vacío por la lluvia. Sanabria pisó el barro para ir a los Remedios.