Aitana Martínez Groves-Raines sabe lo que son los inviernos en Sayago. Sus padres formaron la familia en Fornillos de Fermoselle, en torno a una quesería, así que su infancia transcurrió allí, al pie de la frontera y pegada a un negocio de cercanía. Pero en su mundo también cabe Madrid. En la capital estudió Bellas Artes, entró en contacto con el talento y la creatividad que se cruzó en la Universidad y en sus círculos cercanos, y terminó por convencerse de que el pueblo y la ciudad no son dos planetas diferentes, sino uno solo. Y que, además, se pueden entrelazar para enriquecerse.
Por ese camino hay que buscar la semilla de Tajuela, el proyecto de residencia artística que esta mujer, ya formada con grado y máster, puso en marcha en 2023 en la localidad en la que están sus raíces. ¿Pero qué es eso de una residencia artística? «Es como una estancia en la que los invitados se ponen en contacto con el lugar y trabajan en torno al contexto», explica Aitana Martínez, que ya ha organizado dos ediciones en Fornillos de Fermoselle: la última, en este mes de septiembre.
Los invitados son, por supuesto, artistas que viajan al pueblo para «conocer todo el potencial artístico que tiene Sayago» y para empaparse de la realidad de «estos pequeños lugares del entorno, que en realidad son zonas rurales que se han conservado muy bien», según subraya la responsable de Tajuela, que cuenta todo esto desde la propia localidad, en un salón con dos alturas donde también da rienda suelta a su creatividad. Fuera, el viento sopla fuerte. Desde dentro, ella aspira a volar más alto.
Martínez cita «la artesanía tradicional o la autosuficiencia» como conceptos que resultan útiles para los artistas que llegan aquí. Los que vinieron en 2023 y en 2024, diez en total, pasaron dos semanas «relacionándose con otras disciplinas, como la artesanía, la ganadería o la agricultura». También realizaron talleres, hicieron excursiones, asistieron a visitas y se empaparon de un contexto del que «normalmente no conocen nada». Incluso, este año, los cuatro asistentes se movieron con las ovejas de María José y Julián, dos de los pastores de Pasariegos.
A eso hay que sumar el paso por la vieja fragua de Fornillos, aún activa, el desplazamiento a Moralina para conocer a los artesanos de la madera y el mimbre, o el descubrimiento de los bailes tradicionales con personas nacidas en los años 30 del siglo pasado en estas tierras, y muy alejadas tanto generacional como culturalmente de los artistas: «Ese intercambio es más complejo en las ciudades, pero en los pueblos es una cosa más normal», indica Aitana Martínez, que contacta generalmente con creadores jóvenes y de procedencia urbana.
Por el momento, la ideóloga de Tajuela se autofinancia en esta aventura, aunque aspira a que su proyecto crezca a medida que el nombre de Fornillos de Fermoselle vaya sonando más entre los círculos artísticos y se abra una puerta a los apoyos externos. «Aquí también experimentan con lo que les apetezca. Pueden usar el barro, el telar, lo que quieran ellos», destaca la sayaguesa, que suele abrir las puertas de su casa en el último día de la residencia para mostrarle al público de la zona lo que cada uno de sus invitados ha creado en ese tiempo.
«No hay presión con eso», matiza Martínez, que apunta que los artistas pueden «probar y tocar palos que no son los habituales para ellos». «Yo también estoy siempre aquí, ayudándoles a hacer cosas y también aportando mis consejos y todo lo que sea, o enseñándoles técnicas y cosas que pueden hacer», señala la graduada en Bellas Artes, que opina que, a nivel vital, «tener contacto con los pueblos y aprender la forma de hacer las cosas desde cero» aporta unos saberes difíciles de hallar en los contextos urbanos.
Un trabajo de altavoz
«También, los artistas somos un altavoz para la sociedad. A través de nuestras obras hablamos de los lugares, así que esto puede servir para compartir con la gente de la ciudad lo que han visto aquí», añade la sayaguesa, que ha creado una asociación cultural para dar cabida al proyecto. Mientras, Martínez vive a caballo entre Madrid y Fornillos, y trata de familiarizarse con los trabajos realizados con lana de Sayago: «Ahora, se considera casi un residuo, pero me interesa empezar a procesarla y aprovecharla en mis tejidos», sostiene.
La responsable de Tajuela se mueve así entre sus proyectos personales y esta idea para convivir con los artistas en un lugar donde «también se puede organizar una exposición de arte contemporáneo». «No hay que pensar que siempre se tiene que ir a Madrid para a estas cosas», incide Aitana Martínez, que en su última residencia montó una pequeña muestra con los trabajos textiles, esculturales, relacionados con el barro o más ligados al hierro que sacaron adelante sus huéspedes.
«Me gusta que esta residencia se haga en junio, pero si encuentro una sostenibilidad económica haría dos o tres al año», asegura Martínez, que antes de despedirse se sienta en el telar para hacer una pequeña demostración y sale al corral para las fotos mientras sigue dándole vueltas a su sueño. También está permitido tener metas ambiciosas aquí, al pie de la frontera.