María José González lleva las cuentas apuntadas en un papel porque el ritmo de los ataques hace complicado retener todas las cifras. Tres ovejas muertas en un ataque en la madrugada del 20 de agosto, otras tantas el 29 del mismo mes, siete el 22 de septiembre y cinco más, las últimas de esta tanda, en la madrugada del martes 24 de septiembre. 18 en poco más de un mes. Entre enero y agosto de este año fueron 28 y, en los años 2022 y 2023, setenta. En total, 116 ovejas muertas en poco más de dos años, desde que el lobo hizo su puesta en escena en esta explotación ganadera de Pasariegos, en Sayago.
Los ganaderos, cuyo caso particular ha sido ya publicado por este periódico durante el verano, no dan crédito. «No sé si es mala suerte o qué es, pero así no se puede vivir», aseguran María José González y Julián Miguel. En verano se han visto cosas, apuntan, que no se habían visto antes. El ataque del 29 de agosto, por ejemplo, fue diurno, algo muy poco habitual. «Yo nunca lo había visto. Nos llamó una vecina y vimos que el lobo tenía acorraladas a varias ovejas. Ese día mató a tres y si no salimos, mata a otras tantas».
Ellos tienen la explicación clara, y es que el número de manadas de lobo y los individuos que componen cada una no dejan de aumentar desde que se prohibió la caza del animal. Y eso, dicen, ha puesto su negocio contra las cuerdas. No tanto por las pérdidas económicas, que también, si no porque les ha cambiado radicalmente el modo de vida. «Nosotros sacábamos al ganado a comer a donde había pasto y se quedaba suelto por la noche. Ahora eso es imposible, tenemos que salir menos y todas las noches volver al cercado. Perdemos ovejas, pero también gastamos un dinero en pienso y alimentos para el ganado que antes no teníamos que gastar», razona González.
También quema la preocupación constante. Lo recuerda Julián, que en agosto ya decía que no dormía y que ahora lo corrobora. «No pega ojo por las noches, se asoma varias veces a ver», apunta la mujer. La lobada del 24 de septiembre, de hecho, se detectó antes de las tres de la mañana en una de las inspecciones que se han vuelto ya más que habituales.
A María José, hablar de convivir con el lobo incluso le hace gracia. «Quien dice eso no ha puesto un pie en el campo», apunta. «No hay otra explicación que decir que es gente que habla desde la ignorancia». La sobreprotección del cánido, remarca, ha puesto en jaque a la ganadería extensiva, lo que a su vez tiene su impacto en el territorio. «Los negocios van a cerrar y la gente se va a ir, aquí no va a quedar nadie», razona la ganadera.
Y es que el futuro no se antoja prometedor. La pareja de Pasariegos espera ya la próxima visita del cánido, resignados a su (mala) suerte. «No sé cuánto aguantaremos, pero así no se puede vivir. Las 24 horas pendientes de que no pase nada, no se puede ni dormir. Es una esclavitud».