Llama la atención verlos. En medio de la lluvia, al anochecer y dentro de una plaza de Viriato cercada por las furgonetas de comida de la feria de foodtrucks, aparecen dos tipos vestidos con atuendo medieval. Su mercado, donde trabajan este fin de semana, arranca un poco más allá, en la Rúa de los Francos, pero antes de regresar a la música bretona, a las gaitas y a la percusión, Juan y Xacobo han venido a por una hamburguesa. No todo va a ser cultura celta.
Los dos vienen de Galicia, de Ribeira, y suelen moverse por mercados medievales allá donde les toque: generalmente, por su tierra. Y la experiencia de la lluvia les tenía moscas: «Pensábamos que no habría nadie ya a estas horas», admiten los músicos. No es que sea tarde precisamente, pero el agua lleva un rato cayendo con una cierta intensidad y los protagonistas de uno de los pasacalles que animan el evento creían que el tiempo iba a ser lo bastante disuasorio como para quitarles la jera. Pero no.
Minutos después, los chicos de esta compañía llamada Treefolk asoman de nuevo cerca del Troncoso. Esta vez, en la faena. Suena la música y la gente sigue paseando. La estampa de calles llenas no es la de Fromago, pero no está mal. Los vecinos se asoman con los paraguas a los puestos, miran la comida, compran la bisutería, se sonríen con los juegos de palabras y acercan a los niños a los personajes disfrazados para la ocasión. La noche era para meterse en casa o para esquivar los charcos, y muchos eligieron lo segundo.
Solo unos minutos después, cerca ya de las nueve menos cuarto de la noche, un murmullo recorre los aledaños de la iglesia de Santiago de los Caballeros. Allí, en el césped ubicado a las puertas del templo, tendría que estar tocando Shuarma, pero el agua es caprichosa. Solo queda trasladar el concierto dentro o suspender. Esta vez, la primera opción es la buena. Lo que ocurre es que, en el interior, no cabe ni la mitad de la gente que ha ido: «Pues lo escuchamos desde aquí», se resignan algunos. «Han dicho que luego sale fuera a cantar un poquito», se consuelan otros.
Enseguida, suena la guitarra y se silencian las voces para disfrutar del primero de los conciertos de la Noche Blanca del Románico, una cita para la que se habían programado doce actuaciones en paralelo a la apertura de las iglesias entre las 20.30 horas del viernes y las 2.00 del sábado. Algunos espectáculos se habían fijado en la calle y tuvieron que suspenderse o trasladarse al Centro de Interpretación de las Ciudades Medievales, recinto salvador de la jornada. Otros pudieron salir adelante con normalidad bajo la protección de la piedra.
En general, el público respondió. Cerca ya de la medianoche, sin ir más lejos, Santa María la Nueva estaba llena hasta la puerta para escuchar a la banda de Nacor Blanco. Incluso, los templos que se quedaron sin concierto tuvieron gente para contemplar su interior nocturno o los pasos de Semana Santa que albergan. Así ocurrió en San Andrés, que se quedó sin La Milker Band a la entrada, pero que dio paso a las gentes que aprovecharon para asomarse a su patrimonio. «Estaremos hasta las dos venga quien venga», confirmaba el encargado a la entrada.
Pisar los charcos
Precisamente por San Andrés, la calle, se escuchaba con bastante nitidez al mismo tiempo la música de la fiesta montada en la plaza por Zamora Orgullosa, un espectáculo que fue atrayendo gente a cuentagotas, nunca mejor dicho, pero que terminó por encontrar a bastantes personas dispuestas no a esquivar los charcos, sino a pisarlos.
En realidad, en la noche de la agenda inabarcable para Zamora, quizá la peor parte le tocó a las ya citadas furgonetas de comida, también con conciertos programados en Viriato para amenizar la cena. El tiempo no acompañó, pero la ciudad empujó lo que pudo.