Dice la leyenda que, en una antigua procesión romera en Villalcampo, la talla de la Virgen de la Encarnación giró de un modo brusco y repetido hacia los arribes de tal modo que su corona cayó para abajo. Alarmados, los devotos se asomaron y vieron en esa misma zona a un grupo de personas a punto de ahogarse. La historia cuenta que la providencia permitió que los vecinos rescataran a aquellas almas cuyo destino final parecía escrito, y, real o no, eso justifica ahora el viaje de cada 11 de septiembre a la ermita de Valverde, donde los paisanos se congregan para honrar a la imagen que, según narran, obró tal milagro.
Entre los vecinos, habrá quien crea la historia y quien no. Eso forma parte de la fe de cada cual. Lo que sí hacen las gentes de Villalcampo junto a las de Cerezal, Carbajosa, Pino del Oro o Villaflor es desplazarse a la ermita, compartir la procesión de ida y vuelta, disfrutar de una jornada de ocio común en los puestos y en la pradera, y hacer comunidad todos los 11 de septiembre, caiga como caiga.
La romería tiene, además, una particularidad. Los vecinos van con una Virgen y regresan con otra. La marcha desde Villalcampo se emprende con la del Rosario, que se queda en la ermita. La vuelta se hace con la de la Encarnación, que se guarda en la iglesia. Cada cual pasa en torno a medio año en una ubicación y en la otra, pues el 19 de marzo se hace el camino inverso. De ahí aquello de que «la Virgen que va nunca vuelve».
Lo que queda y lo que se va
«Antes se venía con los burros y los caballos», recuerda el alcalde de Villalcampo, Miguel Ángel Miguel, que constata que esa costumbre se ha ido perdiendo, pero que aclara que lo que se conserva es esa voluntad por unirse en torno a esta fecha: «Se viene a comer a la pradera y se regresa con la Virgen», apunta el mandatario municipal, que este año ha decidido alargar la estancia en la zona de la ermita. En los últimos 11 de septiembre se volvía sobre las cinco; esta vez, a las seis y media.
«Al final, es intentar hacer aquí el día completo», justifica el alcalde, ya después de la misa. Mientras Miguel se explica, la charanga tradicional da ambiente al entorno del templo, los puestos ubicados al pie de la ermita abren y cierran la caja, y las cervezas, los refrescos y el aperitivo corren como la pólvora entre unos vecinos que buscan la sombra. No es el día de más calor, pero sí ha aparecido un sol que golpea duro a quien se plante un rato bajo sus rayos.
A los vecinos de Villalcampo les conviene, además, protegerse de los males. Para el fin de semana vienen unas fiestas que siempre se organizan en las fechas más convenientes que estén próximas al 11 de septiembre. «Es lo que tiene más sentido», remacha el alcalde, antes de unirse a los suyos en los bailes, la juerga y la comida campera. Luego vendrá el regreso, siempre con la promesa de retornar el año siguiente al abrigo del manto de la Virgen de la Encarnación. Crea uno o no crea. La tradición pesa más que la devoción.