Volver a empezaaar… Si ha leído esto, estimado lector, en el tono adecuado y sabiendo continuar la frase, quiere decir que va teniendo una edad.
Y es que últimamente tengo la sensación que no hay nadie más mayor que yo. No sé si les pasará. Hasta hace poco pensaba “bueno, nunca seré más viejo que la furgoneta de Kiko”. Error. Cuando su furgoneta salió de la fábrica de Southampton, yo veía desde los ojos de un niño, asombrado, como mi país era la repera, que organizábamos unos Juegos Olímpicos y una Exposición Universal mientras nos declarábamos Amigos para Siempre. Que candidez.
Pero de Kiko quiero hablar. Su Ford Transit es inseparable, como su contacto con el viñedo. Se ha criado en los viñedos de la familia, en Valdefinjas. Se formó en enología y posteriormente acumuló vendimias en doble sesión unos años (vendimias en el hemisferio Norte y Sur) para foguearse y ver diferentes realidades enológicas antes de volver a casa y vinificar aquí.
He de ser sincero. Creo que al principio no se entendió muy bien su propuesta enológica y hubo mucho escéptico, entre los que me encontraba, por que no decirlo, siendo demasiado crítico con él. Pasado el tiempo (no mucho) creo que sus elaboraciones han cogido madurez y un criterio más marcado, pero sin perder ese estilo punk tanto en el interior de la botella como en el vestido, obra de su primo “Chino”, Javier Garduño, que ha trasladado al empaquetado la esencia de los vinos a la perfección para que sean atractivos también por fuera.
Y sí, debo presentarle disculpas desde aquí por que no le dejé asentarse, no quise entender su concepto del vino de Toro, hacia donde quería ir con los viñedos y lo que quería contar. Ya lo decía Ego en la genial película de animación Ratatouille, toda una lección de lo que es dar de comer y beber, en el amplio sentido.
“La triste verdad que debemos afrontar, es que en el gran orden de las cosas, cualquier producto mediocre tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica. (…) el mundo suele ser cruel con el nuevo talento, las nuevas creaciones… lo nuevo, necesita amigos«
Y yo, no entendí que quizás Francisco Calvo nos estaba señalando la Luna, y todos mirábamos la furgoneta. Que se estaba trayendo de sus viajes unos vinos de Toro con un trago más largo, en un momento que lo que triunfaba eran vinos hipermusculados con nombre en latín.
Trabaja las parcelas con precisión, sabiendo lo que se trae entre manos. La vinificación corre la misma suerte elaborando no solo cada parcela por separado, si no subdividiéndolas para dar a cada minúsculo lote lo que necesita antes de los ensamblados finales, ya sea para sus gamas más grandes y de mezcla como los vinos de paraje.
En las últimas sesiones de cata de Vinos de Zamora, antes de la parada estival, hemos ido catando sus vinos, por que el vino no es un caldo. Creo que solo nos falta “Algoritmo”, su blanco. Todos ellos han gustado, luego difiriendo en unos gustos más de carácter personal que objetivos. Pero sobre todo, con sus diferencias, he entendido lo que me quería contar. Cosa muy importante en unos tiempos de vinos algorítmicos, que a nadie disgustan pero que nadie recuerda.
Pero en la última sesión me encantó su Satélite, con imagen remozada además. Lo que más me llamó la atención fue una nariz de laurel y orégano, con algo de tomillo. Hay fresas sobremaduras, un toque a tabaco rubio y chocolate de hacer. Todo bien ensamblado con una barrica que da tiempo al vino, tan necesario en las Tintas de Toro, sin aportar demasiado aroma. Mucho terreno. El tanino está equilibrado por la acidez, con una chispa dulce y un recuerdo largo a melocotón de viña y gominolas de tiburón. Agradecido de beber y que invita al segundo trago sin faltar cuerpo en un rubí profundo. Un vino disfrutón, elaborado de dos parcelas que fueron parte del Bigardo pero que ha preferido dar su espacio propio.
Vino: Satélite
Elaborador: Bodegas Bigardo
Zona: Toro
Variedad: Tinta de Toro (no tempranillo) de viñedos de 70 años.
Crianza: 12 meses en barrica.
Precio: 16 euros.