En el verano del año 1975, Don Cipriano, el maestro de la «escuela de los mayores» en Villanueva de Valrojo, tuvo una idea decisiva para el futuro de una de sus alumnas. Ninguno de los dos lo sabía entonces, pero la determinación del profesor y su afán por aprender y enseñar inglés cuando «aquello no era tan normal» abrió el camino de Salud Santos, entonces una niña y, casi medio siglo después, una docente que se acerca al retiro. Esta historia es la de dos vidas que se cruzan y la evidencia de que la enseñanza entendida desde la vocación puede cambiar el futuro de la gente. Y la cuenta directamente la protagonista.
El relato de Salud Santos sobre Don Cipriano y aquellas clases ha sido merecedor de una mención honorífica en el Primer Premio Memoria Escolar Rural, un certamen convocado por el Ayuntamiento de Fonfría, y respaldado por la Diputación, la UNED y la Universidad de Salamanca. La entrega de los galardones tuvo lugar el pasado 24 de agosto en la Casa del Maestro-Museo Antonio Álvarez de Ceadea, y allí se escucharon historias de vida como la de esta zamorana que llevaba tiempo pensando en escribir las anécdotas de la escuela.
Pero es que su historia y la de Don Cipriano es algo más que una anécdota. Salud Santos explica en su narración que el maestro que formaba entonces a los niños y niñas que cursaban los cursos de sexto a octavo de EGB – el equivalente a sexto de Primaria y primero y segundo de la ESO – decidió aprender inglés en paralelo a los alumnos cuando el francés se imponía como idioma extranjero en las aulas y cualquier otra cosa se antojaba una rareza. Tampoco era común ver aparecer al profesor con un tocadiscos y con unos vinilos en el primer día del curso.
Salud, que era entonces una niña de diez años que iba un año por delante y que arrancaba en la «escuela de los mayores», destaca en su relato que la curiosidad de Don Cipriano caló en los más de 20 alumnos que cursaban en aquellas los tres últimos cursos en Villanueva de Valrojo. Eran otros tiempos. «En los cinco primeros minutos de clase, ya había escrito la primera lección en la pizarra y nos hacía repetir las frases una y otra vez mientras levantaba la aguja del tocadiscos para darnos tiempo», rememora la alumna de la época, con el recuerdo aún fresco.
La autora del relato señala que la primera palabra en inglés que aprendió fue «hello», hola, y también que todo fue rodado a partir de entonces. En el curso siguiente, los libros sustituyeron al tocadiscos y el inglés se instaló como una asignatura más dentro del programa formativo de la escuela. De hecho, cumplida la etapa hasta octavo, los ya adolescentes acudieron a los exámenes a Tábara y realizaron la prueba de este idioma extranjero dentro de los ejercicios que iban a decidir si lograban el graduado escolar.
A pesar de los nervios del viaje en autobús y de salir fuera de su propia escuela, los chicos y chicas de Don Cipriano cumplieron. «Todos sobresalientes en inglés», asegura Salud, que apunta que, al día siguiente «algún responsable de Educación» les felicitó a través de la emisora de Radio Zamora. Nadie mencionó los métodos del maestro; tampoco el tocadiscos. No hizo falta. Para el docente, el resultado obtenido por la clase de Villanueva de Valrojo hablaba por sí solo.
El inglés fuera de la escuela
Y entonces, el tiempo pasó. Salud Santos y el resto de los alumnos se marcharon fuera del pueblo para seguir con su formación y muchos nunca volvieron a vivir en el lugar que les vio nacer. En el caso de la protagonista de esta historia, el destino la llevó primero a Muga de Sayago y más tarde a Zamora para hacer el BUP y el COU. Su formación universitaria continuó en Salamanca y la vida la condujo después a Londres y a Asturias antes de encontrar el asiento en Talavera de la Reina.
Pero claro, en esa enumeración faltan detalles, y el más importante para esta historia es que lo que estudió esta mujer de Villanueva de Valrojo antes de dedicarse a la docencia fue Filología Inglesa. «Para mí, que Don Cipriano nos enseñara inglés fue decisivo. Si no lo hubiese empezado a estudiar en la escuela, nunca habría ido por ahí. Hablamos de finales de los 70 y principios de los 80. Incluso, ya en el María de Molina, éramos una minoría los que nos formábamos en este idioma», asevera la zamorana en una conversación con este medio.
Para Salud Santos, lo más destacado de esta historia es que el maestro «empezó a estudiar inglés casi a la vez» que los alumnos, un detalle que ha mantenido muy presente en su memoria. En realidad, toda aquella educación de la época está fresca en la cabeza de la filóloga, que regresa mentalmente a aquella escuela con alumnos de tres cursos mezclados que le permitió ir aprendiendo la Química de octavo durante los dos años anteriores para familiarizarse con ella antes de que le tocara: «Casi nos sabíamos lo de todos», subraya.
Aún así, esta mujer de Villanueva de Valrojo matiza que «no hay que idealizar todo aquello». «En el sistema de esos años, no todo estaba bien; se dejaba a mucha gente en el camino y había chicos y chicas a los que se les prestaba menos atención. Por no hablar de los castigos», cita Salud Santos, que aclara que, por entonces, «el poder de decisión del maestro era muy grande». Y eso fue lo que permitió que Don Cipriano llegara un día con el tocadiscos a cambiarle la vida. Sin saberlo ni uno ni el otro.
El encuentro con el maestro
En su relato, la zamorana explica que aquel era uno de esos maestros que vivía en la casa habilitada para los docentes al pie de la escuela. No fue un interino, sino alguien que logró arraigo en el pueblo. Aún así, pasados unos años, se marchó. No lo hizo demasiado lejos, a Mombuey, pero el contacto se fue perdiendo. A lo largo del tiempo, a Salud Santos siempre le quedó la idea de poder agradecerle aquel afán por enseñar que a ella le abrió un camino. Pudo hacerlo a medias.
Hace un tiempo, un mes antes de que Don Cipriano falleciera, la alumna se encontró con el maestro en Rionegro del Puente. El profesor ya estaba muy enfermo por entonces. «No tengo muy claro que se acordara de mí, pero esta es una historia que le debía», cierra su relato Salud Santos, que apura su carrera docente en la Escuela de Artes de Talavera y que todavía tiene una historia más que contar sobre aquella escuela de Villanueva de Valrojo.
«Ese mismo maestro nos puso una redacción para que escribiéramos cómo iba a ser el pueblo en el año 2000. Básicamente, había dos opiniones, dos tipos de historias: los que dibujaban la localidad como una ciudad futurista y los que decían que esto iba a estar abandonado», comenta Salud. Y añade: «Ni una cosa ni la otra. Este es un pueblo que se ha mantenido un poco. Este año han nacido tres niños», defiende la filóloga. ¿Y la escuela donde se pintó aquel futuro desde las mentes infantiles? «Sigue en pie, pero hace años que no está abierta».