Sobre una mesa, al lado de uno de los expositores de cristal que contienen piezas más pequeñas, aparece un baño antiguo. La creación es de finales del siglo XIX y, hasta hace no mucho, se hallaba en el jardín de un domicilio particular. «Ramón lo vio y se lo trajo», explica María del Mar Moralejo, la responsable del Museo del Barro de Pereruela, donde se encuentran esta y otras joyas de la tradición de la alfarería en el pueblo. El Ramón al que cita es Ramón Carnero, el cronista oficial de la localidad, cuya voz se escucha de fondo en ese preciso instante.
Y es que este hombre es el encargado de ejercer como guía en una de las visitas especiales organizadas con motivo de la feria Alfareruela. La cita tiene lugar el sábado por la mañana y, a juzgar por el rostro del grupo que viaja con Ramón por la sala, la historia que narra el cronista es capaz de captar el interés: «Hace una visita súper detallada», admite Moralejo, que recalca que Pereruela y la alfarería «son la pasión» de este hombre, que tuvo un papel muy relevante en el montaje del espacio museístico.
No en vano, «la mayor parte de las piezas que hay en el museo las ha encontrado él». Al igual que sucedió con el citado ejemplo del baño, Ramón Carnero fue «buscando por todos los sitios, como una hormiguita», para encontrar el mayor número de ejemplos posible de una tradición que resulta casi inabarcable desde el punto de vista temporal. La vida del pueblo va ligada a la alfarería desde hace muchos siglos, unida de manera inevitable a este oficio igual que lo sigue estando hoy.
En su recorrido por el Museo del Barro, Ramón Carnero habla de la historia del pueblo, del origen de una localidad que no nació exactamente en el lugar del mapa en el que se encuentra ahora y que se posicionó más tarde en la confluencia de tres calzadas romanas, «como un punto de control». Pero antes de eso ya estaba la alfarería: «Hablamos de la Prehistoria», matiza María del Mar Moralejo, mientras el cronista continúa con la narración para el grupo.
Entre las cosas que cuenta Ramón Carnero está esa singularidad de la arcilla y el caolín, «ese toque» para las piezas que explica en gran medida «por qué se hace esto aquí». Y también por qué se fue convirtiendo en una fortaleza económica para el lugar. La comercialización se popularizó a partir de la Edad Media y, desde entonces, empezó a ser común encontrar en muchos lugares esas creaciones características.
Ahora, por suerte para el trabajo de Ramón Carnero y de otras personas que se encargan de mantener viva la memoria del barro, los hogares de Pereruela se han convertido en pequeños museos etnográficos. En todos, hay piezas de distintas épocas: «Las hay en varios puntos de Zamora«, matiza Moralejo, mientras sigue señalando detalles del museo: «Ese florero, ese jarrón…». No todo son figuras paradigmáticas de lo que uno entiende como alfarería de Pereruela, algunas tienen particularidades que las convierten en algo especial, pero cada una de ellas procede de la misma matriz.
Ocho alfarerías
Ahora, el pueblo mantiene ocho alfarerías, «y funcionan todas bastante bien». Por eso, Alfareruela sigue teniendo sentido como feria con epicentro en la plaza de la localidad. Allí, los vecinos y los visitantes pueden marcharse con alguna de las piezas para casa, o simplemente apreciar el trabajo artesanal llevado a cabo por quienes aprendieron esto casi desde la cuna. Mientras, «Ramón se extiende» en el museo. Es lo que tiene saber de algo. Y la gente sigue atenta.