El ataque más reciente tuvo lugar el 2 de agosto, pero la experiencia resignada ya dicta que el siguiente acecha a la vuelta de la esquina. Julián Miguel y María José González viven en una pesadilla. De noche y de día, todo gira en torno al lobo y su amenaza. Desde marzo, las ovejas de estos ganaderos de Pasariegos han sufrido cinco ataques, en una continuidad de lo que viene sucediendo desde el año 2022, cuando el cánido se presentó por primera vez ante sus animales y mató. Nunca les había ocurrido antes. Desde aquel momento, nada ha vuelto a ser igual en sus vidas.
Julián y María José explican el escenario en el que se mueven entre la aceptación, el dolor y la rabia. En su rincón de Sayago, la presencia del lobo con el ganado había sido siempre intermitente, puntual, y a ellos no les había tocado jamás pero, cuando llegó el primero, el carrusel de golpes ya no se detuvo. «Cinco de marzo a agosto son muchísimos», constata ella, que señala que el balance de ovejas muertas es de 28 en este 2024. Eso se suma a las 70 «más alguna desaparecida en la zona cercana al embalse» que se acumularon entre 2022 y 2023. Un drama para su negocio.
«Económicamente, no te sé decir cuáles son las pérdidas, pero eso no es lo peor», advierte María José. Julián interviene para completar la frase: «Lo peor es que te arruinan la vida; la vida aquí se acabó. Nosotros ya no tenemos», lamenta el ganadero, mientras su mujer constata que la gente no les comprende del todo bien cuando tratan de explicarlo: «Es que ya no podemos trabajar de la misma manera. Nuestros animales estaban en el campo siempre, en los terrenos que tenemos arrendados, pero ahora no».
Habitualmente, las ovejas de estos sayagueses rotaban en función de la comida. Ahora, quien marca la pauta es el lobo: «Nos ataca en todos los sitios», asegura Julián, que tiene claro que hay determinadas zonas donde una sola noche basta para que el cánido se presente a destrozar su ganadería y su ánimo: «Lo que hacemos ahora es tenerlas encerradas muchísimas horas, pero eso hace que los costes de producción sean grandísimos, porque hay que echarles más pienso», apuntan los profesionales de Pasariegos.
Julián, a quien esta situación le ha quitado «también el dormir», matiza que ellos no tienen mastines, en parte porque han constatado que «el lobo entra igual». De hecho, en los últimos días, otros dos ganaderos de Pasariegos han sufrido las lobadas. «Y las muertas te las pagan, pero hay algunas que viven y que da pena verlas», apostilla María José, que tiene claro que el panorama actual resulta insostenible para sus vidas: «No puedes estar 24 horas pendiente de tu negocio permanentemente por culpa del lobo», indica.
Su posición al respecto es clara: «Si fueran solo mías, no me comía ni una más el lobo», asegura la mujer, dando a entender que hasta aquí ha llegado. Julián, que comparte la sociedad con un hermano, es algo más reacio a dejarlo, aunque la realidad le va empujando: «Aquí, al tema de las ovejas en extensivo le queda poco. No sé si dos o cuatro años, pero desaparecen todas. Quedarán las estabuladas, pero así es imposible», afirma el ganadero, que también tiene vacas, menos afectadas por el lobo, que tiende a atacar al «animal más débil».
«Nosotros tiraremos unos meses más, pero si no tienes vida ninguna…», insiste Julián. Estos ganaderos de Pasariegos manejan 800 ejemplares de churra y trabajan con vocación: «Criamos un montón de lechazos buenísimos», destaca con un punto de pena en la voz el sayagués, que pone de manifiesto que se trata de «un producto de muchísima calidad». Si el escenario no cambia, pronto habrá que ir a buscar esos ejemplares a otro lado.
La ganadería y la biodiversidad
Más allá de sus circunstancias personales, María José pone el foco también en la importancia de la ganadería extensiva para la protección del entorno. La conversación tiene lugar en una parcela ubicada al pie de la carretera, completamente limpia: «Este pueblo tiene mucho ganado y por eso está todo comido. Aquí, un incendio no avanza», reflexiona la ganadera, que alude a una futura «pérdida de biodiversidad» cuando los animales dejen de hacer esa tarea por estos lares.
La charla se traslada después a la zona donde los ganaderos tienen al grueso de las ovejas en estos momentos, en una parcela ubicada en las profundidades del término de Pasariegos, el pueblo de 51 habitantes donde se está evidenciando este conflicto entre el lobo y el ganado. María José y Julián muestran a los animales, dan alguna explicación más y reconocen que, al menos, la Administración sí está pagando ahora con cierta agilidad los daños. Aunque ese sigue sin ser el gran problema.
«Todos por aquí están desesperados como nosotros», zanja Julián, antes de que su mujer recuerde que, en uno de los ataques anteriores, decidió escribir a la Junta y al Ministerio de Agricultura para lanzar un SOS. Desde el ámbito autonómico, no hubo respuesta; desde el estatal, los correos terminaron con un envío de la normativa vigente. «¿Pero no son ellos los que pueden cambiar las leyes?», deja en el aire la sayaguesa.