Isabel Redondo está acostumbrada al castigo del sol. Ella misma muestra los brazos para exhibir el tono adquirido a base de horas en el campo, con las vacas. Toda una vida en el negocio deja marcas en ganaderas como esta mujer de Pereruela que camina el sábado entre los animales, por un paraje a las afueras de su pueblo, mientras explica que unas horas antes, por fin, dio uno de los pasos que más anhelaba para escapar del nubarrón que se había plantado ante ella por culpa de la enfermedad hemorrágica epizoótica, la famosa EHE: Isabel ha empezado con la vacunación.
Pero antes de hablar de ese primer pinchazo toca explicar lo que vino antes: «Creo que el año pasado conté 52 positivos de las 120 vacas que tenía. De esas, hubo diez que estuvieron gravísimas y una se murió. Se empezó a hinchar, a hinchar y no hubo manera. También hubo que sacrificar otra este año porque se quedó muy pasada, se le hincho el cuello y comía sin engordar, así que el veterinario dijo que era lo mejor. Ah, y abortaron otras dos», resume la ganadera de Pereruela.
A ella, esta enfermedad vírica infecciosa transmitida por vectores le resulta «de lo peor» que ha visto como ganadera, y eso que ya ha tenido tiempo para toparse con unos cuantos problemas: «Llevo con las vacas desde que nací y esto…», desliza Isabel, que asume que «se te puede morir una vaca de parto o terneros con diarrea, cosas lógicas que pasan en cualquier explotación». «Pero esto ha sido una epidemia que no esperábamos», concede.
Por eso, desde que se especuló con la posibilidad de que la vacuna estuviera lista, Isabel permaneció atenta y en contacto con los profesionales. «Nos estuvimos informando continuamente y pedimos que nos avisaran cuando saliera», destaca la ganadera, que hace unas semanas constató que la Hepizovac estaba lista. A partir de ahí, esta mujer de Pereruela solo esperó a que los veterinarios le dieran luz verde y a encontrar el momento adecuado. Luego, ella misma actuó.
Isabel Redondo vacunó el viernes contra la EHE a 127 animales: 104 vacas, 3 toros y «el resto terneros». Lo hizo al administrar una dosis por vía subcutánea a cada uno de los animales. Dentro de 21 días deberá revacunar y «después se supone que será anual, como con el resto de las enfermedades». Ella seguirá ese proceso, pero algunos de sus compañeros han decidido esperar, al entender que no hay suficiente información práctica y al sentir una cierta «incertidumbre» a la hora de pensar en las posibles consecuencias.
Esta sayaguesa no es ajena a la postura de algunos de sus colegas de profesión, pero está conforme con su decisión tras valorar los pros y los contras: «Los veterinarios dicen que los posibles efectos adversos son mucho menores que la propia enfermedad, así que adelante. Los humanos también nos vacunamos a ciegas del COVID, no sabíamos lo que nos metíamos», recuerda Isabel Redondo, que no quería repetir la pesadilla de septiembre de 2023, un mal sueño que ya asomaba nuevamente en su ganado.
No en vano, hace cuatro días, tuvo el primer caso de EHE de esta campaña: «Se lo comuniqué a los servicios oficiales y vino el veterinario a sangrarla», aclara Isabel, que regresa al año anterior para recordar el mes en el que los positivos se sucedieron y la angustia se apoderó de su día a día, a pesar de que el medicamento usado entonces para paliar los efectos de la EHE contribuyó a ralentizar el avance de la enfermedad.
Los efectos de la enfermedad
«Las vacas se quedaron cojas, no podían comer porque tenían la boca llena de llagas y les teníamos que dar el agua en botellas. Nos dio trabajo y sufrimiento, y además andábamos a ciegas», señala Isabel, que apunta que los propios ganaderos iban probando remedios que les recomendaban y charlaban unos con otros para tratar de aplicar lo que le funcionaba al de al lado. «Yo tuve 52 confirmadas, pero puede que alguna más lo haya pasado y no lo sepamos», remarca la profesional.
Con todo, esta mujer de Pereruela es consciente de que sus vacas no tuvieron demasiada incidencia en comparación con «otras ganaderías que han sufrido muchísimo». Casi aliviada por eso, pero desconfiada ante lo que pudiera venir en las próximas semanas, Isabel se ha atrevido con la vacunación, que le supone además un coste de cinco euros por dosis: unos 1.250 cuando complete las dos fases: «Nos han dicho que nos iban a ayudar, pero de momento no sabemos nada», reconoce.
Sea como fuere, si los pinchazos aplacan la EHE, este será un dinero bien invertido. Mientras espera los resultados, Isabel camina entre sus vacas, con los perros que la acompañan por este paraje sayagués y señala a los animales: «Mira, también las he desinfectado, les he echado el producto», comenta. Todas las precauciones están activadas para que la enfermedad no se lleve por delante su ánimo y el negocio en el que lleva toda la vida.