Manuela Catalá Pérez, Universidad San Jorge
En España, hasta el siglo XVIII, los 365 días del año se dividían en cinco estaciones. El propio Cervantes lo reflejó en El Quijote:
“Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado; la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua”. (“Segunda parte de Don Quijote de la Mancha”, capítulo LIII).
La quinta estación era el estío. Y aunque la hemos eliminado, mantenemos la palabra como equivalente al verano. (nótese que Cervantes utiliza el verbo “seguir” con el sentido de perseguir, intentar alcanzar).
Una primavera en fases
“Verano” viene del latín vulgar “veranum tempus”, que hacía referencia al tiempo primaveral. Se distinguía de la “prima vera”, primer tiempo de la primavera y del “aestīvum tempus”, el resto de la estación, de donde viene “estío”. Por lo tanto, el estío se correspondería con los meses más tórridos del verano, julio y agosto.
Cuando aumentan las horas de luz solar lo hacen los niveles de serotonina, ya que nuestro cuerpo absorbe más vitamina D y, esto hace que nos sintamos más felices.
El verano en el refranero
El verano es la estación de los amores fugaces o de las canciones pegadizas, con particularidades de las que también da cuenta el refranero: “En el verano hay día para casarse, enviudar y volverse a casar” (dado que los días de verano son más largos), “Por bestia suele quedar quien en verano quiere caminar” (hace referencia a que con el calor se camina mal) o “Lluvia en primavera, verano en sequera” (si llueve en primavera en verano será lo contrario).
Además, el verano nos ofrece todo un inventario de palabras que nos gustan mucho, ya que las asociamos a un tiempo y ritmo de vida diferentes. Y, aunque a veces son palabras con carga semántica no tan positiva, siguen siendo endémicas de esta estación.
Bermudas, bochorno y chiringuitos
No podemos pasar el verano sin bermudas, sobre todo como prenda más bien masculina. Su nombre proviene de las Bermudas, un territorio de ultramar británico, donde se considera una indumentaria masculina apropiada para los negocios cuando están hechos de material de calidad y se llevan con calcetines largos hasta la rodilla, una camisa de vestir, corbata y chaqueta. En el caso femenino, se han impuesto los shorts anglicismo innecesario o pantalones cortos, utilizándose, por cierto, en el español de América cada vez más la adaptación “chores”.
Para soportar el bochorno, ese aire caliente insufrible en el verano y procedente del latín vulturnus (‘viento del sudeste’), necesitamos ir al chiringuito, un lugar donde cualquier cosa, por muy sencilla que sea, nos sienta de maravilla. Chiringuito procede de “chiringo”, que es un vaso de aguardiente en el español de Sevilla. Pero en Cuba y en Puerto Rico es una cometa, así que allí “mandar a alguien empinar chiringos” es mandarle a paseo.
Nada que ver con la cerveza relajante en la playa adquiriendo un buen bronceado, que significa ponerse del color del bronce, aunque a veces sea más bien del color de los gambones bien rojos.
Chapuzones y horchata
¡Los chapuzones que nos habremos dado en nuestros veranos! Por cierto, la palabra procede de una voz del latín subputeāre, sumergir, de puteus, pozo: así que imaginamos que los romanos ya estaban en esta práctica acuática para refrescarse.
Con amantes y detractores encontramos la horchata, le bebida de chufa típica de la costa valenciana. La palabra horchata procede del valenciano orxata, y este del italiano orzata, de orzo (cebada) y -ata (-ada, el mismo sufijo que llevan otras bebidas como la limonada).
¿Y cómo no tomarnos un buen gazpacho fresquito? La sopa fría de verduras del verano donde mezclamos tomate, pimiento, aceite, vinagre, ajo y sal es una palabra cuyo origen se encuentra hipotéticamente en el árabe hispánico gazpáčo, y este del griego γαζοφυλάκιον (gazophylákion) “cepillo de la iglesia”, por alusión a la diversidad de su contenido, ya que en él se depositaban como limosna monedas, mendrugos y otros objetos.
Sombrillas, piscina y calor
En la playa, a descansar bajo la sombrilla, palabra que es el diminutivo de la palabra sombra, y que convive con equivalentes como quitasol, parasol y guardasol.
Si no nos gustan la playa y el mar (o no podemos ir) tenemos la piscina, que al proceder del latín piscīna, derivado de piscis, pez (las termas romanas contaban con piscinas cubiertas), nos invita a una natación sin olas.
Todas estas palabras nos ayudan a sobrellevar mejor el calor, palabra exclusivamente masculina, con la excepción de Andalucía y algunas zonas de América en las que se usa también en femenino (“la calor”).
Ya lo dice el refranero, que es muy sabio: frío en invierno y calor en verano, eso es lo sano.
Manuela Catalá Pérez, Doctora en Filología Hispánica, profesora de Lengua española, Facultad de Comunicación y CC.SS., Universidad San Jorge
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.