La gimnasta estadounidense Simone Biles ha revolucionado el mundo de la gimnasia artística femenina (GAF) y se ha convertido en una figura indispensable en el deporte olímpico.
Sin embargo, su impacto va más allá de sus actuaciones en las competiciones. Biles también compite con la misma gimnasia y sus agentes, instituciones, normativas internacionales e incluso los medios de comunicación.
Por eso su trayectoria no solo se entiende contemplando el espectáculo gimnástico y deportivo que genera, sino también fijándose en sus acciones y sus respectivas repercusiones fuera de la gimnasia y en el ámbito mediático.
Desde una perspectiva teórica feminista la trayectoria de Simone Biles como gimnasta muestra una relación entre el proceso de empoderamiento de una deportista y la docilidad condicionada por las leyes del patriarcado.
La mejor del mundo
Desde su debut internacional en 2013, Biles ha sido la mejor gimnasta del mundo (en inglés se define esta expresión como “GOAT”, siglas de “greatest of all time”). No había perdido nunca una competición nacional o internacional, hasta los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, y ha sido la más galardonada de la historia.
A sus 27 años, ha realizado acrobacias que nadie más ha podido ejecutar (como el doble mortal triple pirueta en suelo, el Biles II) y algunas que nadie más ha intentado. Pero en tan solo un ciclo olímpico, Biles pasó de proclamarse campeona olímpica en Río de Janeiro 2016, convirtiéndose en la segunda mujer afroamericana en ganar el oro en el concurso general de GAF –la primera fue Gabby Douglas en Londres 2012–, a tener que abandonar la competición en medio de las finales por equipos en Tokio 2020 por problemas de salud mental.
Durante este período, los agentes implicados en la valoración de la GAF y los medios de comunicación han escrito la historia de la gimnasta siendo cómplices de todo un sistema patriarcal y capitalista.
En 2018, Biles se declaró superviviente del depredador sexual Larry Nassar. Nassar fue médico del equipo femenino de gimnasia de Estados Unidos y ha sido condenado por múltiples cargos de agresión y abuso sexual a más de 100 gimnastas.
Las altas expectativas
A pesar de esta situación, cuando llegaron los Juegos de Tokio (celebrados, bajo grandes medidas de contención, en 2021 tras la pandemia mundial de covid-19) las expectativas sobre ella eran monumentales: todos esperaban que ganara todas las medallas de oro y liderara al equipo de EE. UU.
En aquel momento, Biles era la única superviviente que todavía competía en eventos organizados por los organismos que estaban envueltos en el escándalo y que permitieron a Nassar actuar sin control. Durante los Juegos Olímpicos de Tokio, era una de las muchas gimnastas que estaban demandando a USA Gymnastics por su responsabilidad en el abuso sexual perpetrado por Nassar.
En los preliminares de Tokio, en junio de 2021, Biles compartió en su Instagram: “Realmente siento que a veces tengo el peso del mundo sobre mis hombros”.
Al retirarse mostró su cansancio y agotamiento ante todas las opresiones patriarcales y posiblemente racistas que se le imponen, y desafió las expectativas impuestas. Su acto, desde una perspectiva feminista, enfatiza el intento de cambio y un reto a las normas deportivas y los discursos de poder que históricamente han cosificado a las gimnastas en un deporte que aún lidia con décadas de abusos
Con estas actuaciones, Simone Biles empuja la gimnasia femenina a descubrir nuevos escenarios.
Su regreso a la escena internacional en el Campeonato Mundial de Gimnasia Artística de Amberes en otoño de 2023 marcó una nueva etapa en su carrera. Este retorno no solo representaba su capacidad de controlar cada acrobacia como una manifestación de su dominio técnico, sino también la de seguir elaborando sus discursos en base a su experiencia personal.
Biles quiere mostrar que su valor trasciende los logros deportivos, afirmando su voluntad ante la deshumanización de los agentes de la GAF. Desafía así, aunque sea en pequeñas dosis, los discursos dominantes y las estructuras de poder que intentan controlarla desde el 2013.
El regreso según sus propias reglas
Es crucial reconocer que, aunque domina sus movimientos acrobáticos, ha habido un control externo constante sobre sus acciones deportivas. Esto incluso ha provocado que en algunos momentos de su carrera deportiva haya renunciado a sus máximas capacidades y haya optado por realizar ejercicios menos arriesgados, por no ver recompensado el esfuerzo.
En el Mundial de Amberes ya mencionado, al realizar con éxito el “Yurchenko doble mortal carpado” en una competición internacional, consiguió que ese salto pasase a denominarse “Biles II”. Sin embargo, la Federación Internacional de Gimnasia le devaluó la puntuación del ejercicio dentro de la propia competición 0,5 puntos por un tecnicismo –que su entrenador estaba pisando la colchoneta en el momento del salto por seguridad para la gimnasta–.
En París repetirá el salto pero, a juzgar por los entrenamientos, esta vez sin vigilancia.
A cada paso que da, Biles está bajo escrutinio, enfrentándose a críticas y juicios de valor constantemente (como su aspecto corporal, considerado como “demasiado” musculado). Ella, consciente de estas presiones mediáticas sobre su cuerpo, responde con declaraciones asertivas: “No habría ganado todas estas medallas si no fuese por mi cuerpo. Hay diferentes tipos de belleza, se puede ser bonita teniendo musculatura”.
En febrero de 2020 publicó una carta en Twitter en la que decía:
Hablemos de competición. En concreto, de la competición a la que no me apunté y que siento que se ha convertido casi en un reto diario para mí. Y no creo que sea la única.
En la gimnasia, como en muchas otras profesiones, existe una competencia cada vez mayor que no tiene nada que ver con el rendimiento en sí. Me refiero a la belleza. No sé por qué pero otros sienten que pueden definir tu propia belleza basándose en sus estándares.
[…] Hoy digo que se acabó la competencia contra los cánones de belleza y la cultura tóxica de trolear cuando los demás sienten que no se cumplen sus expectativas, porque nadie debería decirnos a ti o a mí cómo debería o no debería ser la belleza.
Este enfoque desafía los estereotipos tradicionales de género y raza, mostrando que la fuerza y la musculatura no están reñidas con una feminidad entendida como múltiple y no sólo como negativa de la masculinidad. Biles viene dispuesta a conquistar una gimnasia más madura, diversa y atrevida, fusionando la parte artística y acrobática, siendo inspiración para nuevas generaciones de gimnastas, haciendo gimnasia por ella misma, como declaró tras las pruebas estatales de EE. UU. de mayo de 2024.
Los Juegos Olímpicos de 2024
Tal y como ella afirma en el documental que acaba de estrenar en Netflix, Simone Biles: Rising, viene dispuesta a escribir su propio final.
Regresa con 27 años –una edad avanzada para una gimnasta–, con una vida personal y profesional más allá de la gimnasia. Insiste en que “la gente te pone en un pedestal, y yo solo quiero ser humana”. Para estos Juegos ha limitado su interacción con los medios y las redes sociales, desactivando comentarios en Instagram y restringiendo X.
Su entrenadora Cecile Landi declara en el documental: “Agradezco que la prensa se interese por Simone, pero… deberíais dejarla hacer lo suyo y disfrutar del espectáculo sin presionarla. No hace falta. Dejadla y disfrutad”.
Al volver a competir en unos Juegos Olímpicos, no solo desafía los límites del deporte y la gimnasia, sino también los discursos que circulan entorno a ella.
Simone Biles es una campeona no solo por sus logros en la pista, sino por su valentía para demostrar que es humana en un mundo que exige perfección sobre bienestar. Su historia es una invitación a reconsiderar cómo valoramos a las atletas y a priorizar su bienestar integral sobre la mera acumulación de medallas.
Ester Checa Corcoy, Doctora en estudios de género, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya; Eva Espasa Borrás, Catedrática de traducción, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya y Montserrat Martin, Senior lecturer, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.