La estampa de un niño en bicicleta es una escena estacional en Escuredo. Hay que ir ahora para verla, porque luego llegará el otoño, se caerán las hojas y se irán los muchachos. También los adultos, en realidad. El pueblo tiene cuatro habitantes censados y, aunque es un lugar donde «siempre hay alguien», todos tienen un hogar alternativo. Cuando el frío aprieta, el ambiente también se congela en este rincón sanabrés pegado ya a León, donde el abandono pesa sin llegar a hundir a sus gentes.
De hecho, esa fotografía de un muchacho vestido con la camiseta de Vinicius Junior, pero lanzado como Remco Evenepoel por Montmartre, es un síntoma de que aquí todavía hay algo que decir. Ni mucho menos está la cosa para echar la llave. «Y habéis venido ahora, pero dentro de una semana tenemos el pueblo lleno», advierten algunos de los vecinos que explican cómo va la cosa por Escuredo en un 29 de julio de tiempo extraño, con alguna gota de lluvia salpicando el calor.
La historia de este lugar es la de un pueblo irreductible, aunque la carretera no se arregle y aunque a los vecinos a veces les pasen cosas surrealistas cuando están en la localidad. Conviene recordar que fue aquí donde tres mujeres fueron multadas durante la pandemia por saltarse el confinamiento para salir a hablar por teléfono. Sí, en un pueblo sin cobertura. La multa llegó antes que el servicio y las afectadas aún lo recuerdan como un episodio atravesado. Otro más.
Sin embargo, no todo son quejas, también hay voluntad, un club social y la asociación Virgen de la Aparecida. «Aquí funcionamos como si fuera un Gobierno en pequeño», explica uno de los hombres que presidió el colectivo, Avelino Escuredo, que estuvo ocho años al frente en dos mandatos alternos. «Nos vamos rotando», añade el vecino que lleva al pueblo en el apellido mientras abajo, en la pradera que se sitúa bajo el local comunitario, varios hombres más se levantan después de la partida.
Avelino remarca que, en la asociación, «todo se hace voluntariamente y las cuentas son públicas, se ponen a la vista» para que la gente las consulte. En Escuredo ya han llegado a una conclusión: «Lo que se haga depende de nosotros», asume el expresidente del colectivo. Lo que venga de fuera, como el arreglo de la carretera, es una cuestión que se les escapa: «El Ayuntamiento nos da cuando cobra el coto de caza, pero pocas veces viene a arreglar algo voluntariamente», insiste el paisano.
Sin esperar a nadie, por su cuenta, los vecinos de Escuredo han impulsado el arreglo del club social, del cementerio, del entorno del campo de fútbol, de los puentes que atraviesan una localidad mecida por el rumor del agua o del molino antiguo. También del entorno de la iglesia que rodean los niños con la bici. Y tienen más planes. De hecho, en un paseo conjunto por el pueblo, van señalando algunas de las zonas donde tienen el punto de mira para futuras intervenciones. En esta localidad, el abandono viene de fuera; los de dentro no están en esas.
Fuera por el trabajo
«Es cierto que de continuo no hay gente, pero siempre está alguien. Hay personas que pasan diez meses al año en el pueblo», indica Avelino, que no sabe precisar por cuánto se pueden multiplicar los habitantes en verano. Lo triste para ellos es que tantos tuvieran que marchar. Lo cuentan dentro del club social, un local que muestran con orgullo y que tiene formato bar, con cartelería de todo tipo, zona de donaciones para la Virgen de la Aparecida y una enseña nacional que corona la barra.
En el debate sobre lo que provocó el éxodo, los mensajes son los de siempre: «No hay ni hubo trabajo». Con esa constatación basta. Lo demás se convierte en un añadido superfluo. Sin forma de ganarse la vida, lo que quedaba era marchar. Y con los destinos de siempre: Madrid, Barcelona, País Vasco o el extranjero. Lo único destacable en este pueblo en relación a otros es el grado de vaciado que ha sufrido y el nivel de implicación de quienes marcharon y de sus descendientes para seguir no solo vinculados, también entregados a la causa de Escuredo.
«Nosotros reivindicamos cosas continuamente, pero nos dan largas por todos lados», zanja Avelino, mientras María, una de las famosas multadas por ir a llamar por teléfono, baja de su casa y vuelve a insistir en lo de la carretera. Por dar la batalla no será. La gente de Escuredo baja al paseo mientras espera la llegada inminente de agosto, su temporada a secas, y cuida que los niños no se pasen de motivados con las bicis. Las cosas cotidianas en un lugar que aspira a conservar esa normalidad, aunque sea estacional.