Van de verde, pero no son guardias civiles, aunque también ejercen funciones policiales. «Además, realizamos labores de cuidado y control de la fauna y la flora, vigilancia de la caza y la pesca, gestión de los espacios naturales protegidos y prevención y extinción de incendios». Quien enumera todas esas tareas, sentado frente a una mesa de su sala de trabajo en la Casa del Parque del Lago de Sanabria, es Miguel Ángel Corvo, el jefe de comarca del grupo de agentes medioambientales con plaza en uno de los territorios más delicados de la provincia.
Junto a él, aparecen Hipólito Hernández, agente especialista en fauna y flora, y otros dos compañeros más: Rosana Ríos y José Miguel López. Todos ellos funcionan por la vocación, por esa especie de corriente interna que lleva a las personas a complicarse a sabiendas y a meterse en un mundo que ya exige una formación específica en Organización y Gestión de Recursos Naturales y Paisajísticos, luego «una oposición durilla» y, más tarde, una dedicación entregada y un puñado de disgustos.
La charla se enmarca en la proximidad del Día de los Guardias Forestales, que se celebra este 31 de julio, aunque por estos lares no habrá fiesta. La jera puede con todo: «Una zona que tiene más de 700.000 visitantes al año siempre es bastante problemática», explica Corvo, mientras Hernández constata que «es demasiada gente la que se concentra en tres meses escasos». Con el arranque de agosto llega, además, el pico de la temporada alta: «El domingo contamos entre 2.000 y 2.500 vehículos en la zona del Lago», constatan.
Esa presencia masiva de gente añade carga a un trabajo que ya de por sí es intenso: «Nosotros por aquí hacemos bastantes censos, nos encargamos de los recorridos de caza, hacemos vigilancia de las especies protegidas, controlamos el furtivismo… Entre delincuentes y despistados, esos aventureros de zapatilla, siempre hay cosas», insiste Hernández.
Aunque siempre son peores los malos. «Aquí, en la pesca, la trucha es el trofeo principal», apunta Corvo, que destaca el efecto disuasorio de las sanciones. En Sanabria, como en el resto de las zonas, si una persona se lleva un solo ejemplar de trucha en una zona de pesca sin muerte, la sanción puede alcanzar los 3.000 euros: «Nosotros no ponemos las normas, pero sí las aplicamos», advierte Hipólito Hernández, antes de que la conversación se desvíe hacia la problemática con el furtivismo en la caza.
El furtivismo profesional y la orografía
Aquí interviene el agente José Miguel López, que admite que la parte de Sanabria es muy complicada: «Viene muchísima gente que sabe que hay buenos ciervos», recalca el profesional, mientras su compañera Rosana Ríos habla de «una zona golosa» que también tiene la complicación propia de ser un territorio eminentemente fronterizo: «Geográficamente estás contra León, Galicia y Portugal», señala la agente medioambiental, aunque matiza que hay cierta gente que «se recorre toda España si hace falta».
Con todo, «la vigilancia se hace como se puede», a pesar de que algunos furtivos son delincuentes profesionales que llegan con «visores nocturnos» y que compiten con la ventaja de una orografía compleja. En la comarca forestal de Alta Sanabria, que no se corresponde con el territorio natural exacto que tiene esa denominación, a las 35.000 hectáreas de parque natural hay que sumar otras tantas en la contorna. «Y prácticamente todo es monte». La tarea tiene sus dificultades.
Aún así, en todas las campañas, los agentes medioambientales «cazan» a algún furtivo en una tarea que comparten con el servicio del Seprona, perteneciente a la Guardia Civil. Ambos cuerpos, uno del Estado y otro de la Junta, comparten algunas funciones, incluso se podría decir que se solapan, aunque Corvo ofrece un matiz: «Nosotros tenemos la ventaja de que estamos aquí conviviendo con la gente de los pueblos. Conocemos perfectamente a la población y nos conoce todo el mundo. Cuando ocurre cualquier historia en un pueblo, sea de corte de robles, de sobrepastoreo o de residuos, ya sabemos dónde nos tenemos que dirigir», advierte.
También si se produce un incendio. «Nosotros procedemos a la extinción, a organizar el dispositivo y a pedir los medios necesarios si se requieren. Inmediatamente nos coordinamos, damos una pronta respuesta y solicitamos las cuadrillas», explica Corvo, mientras Ríos recuerda que los agentes medioambientales son los jefes sobre el terreno mientras el fuego no pase de nivel 0. A partir del 1, el protocolo cambia, pero el grueso de los pequeños incendios o de los conatos se queda en manos de este grupo.
En aras de cumplir con esta función, los agentes del grupo de Alta Sanabria consideran que tienen «unos medios aceptables», con los dos camiones de los que disponen en la Casa del Parque, el apoyo del helicóptero desde Rosinos y su propia presencia. En periodos de riesgo alto como este, las guardias se acumulan: «Estamos 24 horas al teléfono y también nos podemos desplazar a otras comarcas o incluso a otros puntos de la comunidad autónoma si nos avisan», indica Rosana Ríos.
En esta comarca forestal en concreto, hay diez agentes más alguna otra figura como el celador de medioambiente, aunque en toda la provincia puede haber más de 70 profesionales adscritos a los diferentes territorios en los que la Junta divide a su personal. En este grupo, instalado en la Casa del Parque del Lago de Sanabria, faltan ahora dos plazas por cubrir: «Es la época en la que más hemos estado», apunta Hipólito Hernández, mientras Corvo señala que cada trabajador se suele encargar de un municipio o de un grupo de localidades en concreto.
El trabajo burocrático
Hay que recordar que, en esa tarea de los agentes medioambientales, no solo hay vigilancia, gestión o extinción de incendios, también hay una parte de trabajo de despacho que, si bien puede ser menos llamativa, no se puede desdeñar desde un punto de vista práctico: «Todos los lunes abrimos al público y, en invierno, solo con solicitudes para la corta de la leña, esto se te llena», asegura Hernández, que cita igualmente las tramitaciones de licencias de pesca y caza o las autorizaciones de quema.
Los agentes también peritan y registran los daños al ganado, y determinan con su criterio técnico si se trata, por ejemplo, de una visita del lobo. «Luego todo eso se tramita», recalca López, que pone el foco en otro de los asuntos de interés por aquí, el de las suertes de la leña. Es decir, la decisión acerca de qué árboles se pueden cortar en cada campaña para el uso de madera por parte de los particulares en los ayuntamientos.
«Decidimos qué se corta y qué no», afirma López, que con el gesto da a entender los dolores de cabeza que a veces les supone tal asunto cuando les toca pasar por los pueblos: «Hay un paisano que prefiere que se los marques y otro con el que tienes que ir detrás a ver qué hace», completa Ríos. Su compañero Hipólito Hernández pone el broche a la conversación con una frase que puede valer para la leña o para cualquier otro asunto. «Aquí, ya conoces el percal».