Cuando faltaban solo unos minutos para las once y media de la noche en el aparcamiento de la Ciudad Deportiva de Zamora, la música se detuvo, los bomberos se acercaron al montón de palés y otras piezas de madera amontonadas en el centro y prendieron la llama. La columna de fuego se elevó varios metros, el público rompió en un «oh» comunitario y alargado, y decenas de padres agarraron a sus hijos y los pusieron a hombros para que disfrutaran del espectáculo de la hoguera de San Juan.
A dos de esos progenitores, situados entre la tercera y la cuarta fila, les dio por reflexionar: «Mira que el hombre conoce el fuego desde la Prehistoria, pero aquí estamos mirando». Son las cosas que tiene la vida. Algunos de los niños más pequeños que andaban por allí en realidad estaban descubriendo el fuego en ese momento. O al menos veían por primera vez unas llamas de ese tamaño.
A los que ya eran un poco más mayores, sus padres les iban explicando también las leyendas y el sentido del fuego como elemento para eliminar impurezas, para borrar el pasado, para trazar una línea en una noche como esta y mirar hacia el futuro libres de cargas. Con el paso de los años, miles de estudiantes han ido quemando apuntes, por ejemplo, como forma de cerrar una etapa para abrir otra. Ahora, además, sus amigos les pueden grabar haciéndolo.
Porque, como en cada tradición de los tiempos modernos, a la altura de los niños a hombros, aparecen también smartphones. Muchos smartphones. En su memoria, la del aparato, quedarán guardadas fotos de fuego para compartir y vídeos por si se pueden ver alguna otra vez, que no está claro del todo que vaya a suceder. Lo que sí quedó patente es que había que ser bastante duro para aguantar con el teléfono en la mano y el rostro al aire al pie de la valla que delimitaba el perímetro de la hoguera.
Las llamas se elevaron en un par de ocasiones más de la cuenta, pero para eso estaban los bomberos. En realidad, para eso y para todo. Los trabajadores encargados de la faena de San Juan controlaron la situación con las mangueras, recogieron apuntes y otros enseres de la fila para lanzarlos al fuego y manejaron con seguridad todo el ceremonial mientras los niños de antes, superado el impacto inicial, iban comentando con sus padres el tamaño de las llamaradas o el calor que desprendían: «¡Hala, mamá, mira para arriba!», sugería una, mientras la aludida trataba ya de encaminarse a casa.
Y es que, para mucha gente, este lunes es día de jeras, por mucho San Juan o San Pedro que trate de interponerse en la rutina. Eso sí, los que tienen la fortuna de pasar estos días sin trabajar o sin atender otras labores, pasaron de mirar el fuego a bailar con la Selvatika a partir de las doce. En una noche corta, cuyo fin estaba marcado para las 6.50 horas del amanecer, no valía embobarse. Ni para los de la cama ni para los del desenfreno.