San Pedro, en la adolescencia y en la primera juventud, significa para muchos el despertar al jolgorio en la calle, la fiesta en medio de las aglomeraciones, el regreso a altas horas, las salidas en días consecutivos sin obligaciones que atender y la exaltación de la amistad en las plazas y en los conciertos, dentro o no de una peña. Pero los años pasan para todos. Llegan los trabajos, cuesta más repetir esfuerzos nocturnos y, para unos cuantos, la puntilla a la jarana viene de la mano de los niños. Ahí todo cambia, cuesta más organizarse y, cuando los pequeños crecen, tampoco existe un aliciente para compartir con ellos una celebración que parece destinada más a los chavales que a los adultos.
Ese escenario es el que se dibujó ante personas como Israel, Begoña, Diana, Rodrigo y algunos zamoranos más hace ahora unos diez años. Algunos pertenecían a peñas como los Tranchetes o Las Hordas del Huevo, pero tener familia les bajó del carro. Literalmente. «Lo que pasa es que, en el momento en el que los niños tuvieron un par de añitos, íbamos por ahí y nos daba muchísima envidia ver a los demás, así que dijimos: hay que organizar algo».
Quien habla es Israel Peralta, uno de los fundadores de Baberos y Viandas, la peña «pionera» en quebrar el relato del primer párrafo y en entender que, si bien San Pedro puede cambiar con la paternidad y la maternidad, lo cierto es que no se acaba. La prueba es su propia experiencia. El año que viene, el grupo celebrará diez años de fiestas en las que sus niños han ido creciendo en torno al carro. De ser unos bebés a rozar la preadolescencia.
«Es algo muy interesante, porque los niños no han conocido las peñas como algo para salir y emborracharse», explica otra de las representantes de Baberos y Viandas, Begoña de Castro, que explica que los miembros adultos del grupo se han afanado en «preparar actividades» adaptadas para sus hijos en función de la edad que iban cumpliendo: «Hemos hecho cuentacuentos, juegos, concursos de dibujos… Y ahora tienen una referencia diferente de lo que es una peña y siguen queriendo estar en ella», asegura.
Otros componentes del grupo, como Rodrigo Segurado, destacan que, cuando todo surgió, ellos no tenían consciencia de que hubiera otras peñas con niños: «Es que hablamos de algo que es muy reciente en la ciudad», apostilla Israel Peralta, que recuerda que Las Hordas del Huevo, el colectivo más veterano, celebrará en 2024 su vigésimo aniversario. Todas han venido a partir de ahí. Es decir, la de sus hijos es una de las primeras generaciones que nace conociendo el movimiento asociativo de San Pedro como algo ya instaurado.
«Lo que nosotros hemos logrado es que se deje de pensar que a partir de cierta edad no se podía tener una peña», insiste Israel, que apunta que «antes se creía que todo esto se acababa con 25 o 30 años» y que deja clara que su intención, rebasados ahora los 40, es otra: «Tendremos 60 años y seguiremos saliendo», asevera el representante de Baberos y Viandas. Frente a él, Diana López, recalca que sus salidas son ahora «más diurnas, desde las siete de la tarde y en los juegos infantiles y en los desfiles».
Diana explica que ese tardeo «a veces se alarga», pero indica que toda la actividad de los veinte adultos se adapta a la realidad de los veinte niños que componen la peña: «En la última reunión que tuvimos con el Ayuntamiento, David Gago ya nos comentó que, viendo que las peñas empezaban a ser familiares, se le iba a dar una vuelta al programa para dirigirlo más al público infantil. Se trata de estar todo el día en la calle, no hablamos solo de los conciertos», sostiene la representante de Baberos y Viandas.
La implicación de los niños
¿Y mientras los niños? «Pues están deseando que llegue San Pedro, porque se lo pasan bien siempre y se sienten miembros de la peña», arranca Begoña. Israel respalda el argumento y afirma que los chicos y chicas «se sienten especiales» e incluso atraen hacia el grupo a personas de su edad que «alucinan» ante el rol que tienen los pequeños de Baberos y Viandas en la celebración de San Pedro. «Si es que al principio salíamos con el biberón», recuerda Diana. Ahora, la cosa va cambiando.
La propia Diana destaca que el carro de la peña se pensó ya desde el principio con el ojo puesto en las necesidades de los niños: «Llevábamos los carritos plegados dentro», recalca la componente de la peña. «Ellos, al principio, iban subidos encima del carro, luego lo pintaron con sus manos y ahora deciden participar con atrezzo; nos van a traer purpurina y tienen sus propias ideas», interviene Israel, que considera que «hay que romper un tabú» y animarse con este tipo de iniciativas, aunque admite que la logística exige «currar mucho y sacar rato para la peña».
Los miembros adultos de Baberos y Viandas, que llevan en sus dependencias portátiles botellas de agua y de refresco para su descendencia, recomiendan la experiencia, en cualquier caso, aunque sí admiten que el Ayuntamiento podría facilitar la llegada de más grupos de este tipo si rebajara la exigencia de contar con, al menos, cuarenta miembros por peña. «Juntar tanta gente a estas edades es complicado», justifica Israel.
Con todo, Baberos y Viandas, que dispone de «un lugar especial» en la plaza para que sus niños cuenten con un entorno seguro en San Pedro, ha logrado asentarse y ser el ejemplo de cómo un grupo de amigos de toda la vida es capaz de seguir metido en las fiestas con todas las de la ley después de tener a su prole. Ahora, junto a ellos, el camino avanza. A la espera de la temida adolescencia, lo que ya está claro es que sus chicos y chicas han nacido sabiendo lo que es una peña de San Pedro y que lo llevarán incorporado como algo propio. Así se crea la tradición.