«¿Has visto cómo está todo», le pregunta Francisco Javier Mateos al periodista. Y él solo se responde. «Locales cerrados. No hace muchos años, en Toro, los comercios estaban ocupados, y eso es lo que le daba vida a la ciudad», analiza un hombre que sabe de lo que habla. La venta, el trato con el cliente desde su zapatería, lleva siendo su vida desde que tenía edad para ser ajeno a estas cosas: «Vine con 13 años y tengo 64, así que figúrate. Me tocó por circunstancias de la vida. Mi hermano cayó enfermo, mis padres estuvieron con él y me tocó salirme del cole», recuerda el comerciante.
Hoy, en el escaparate de su tienda, Calzados El Jardín, en la calle Puerta del Mercado de Toro, lucen las letras de «liquidación por jubilación». Durante el próximo invierno, Javier cumplirá 65 y se marchará. Sus hijos nunca han mostrado interés por seguir y el traspaso se antoja como una alternativa inviable para este zapatero que lleva desde los primeros 70 en el mismo lugar, como parte de un paisaje que, efectivamente, va desapareciendo. Como él mismo decía, solo hace falta alzar la vista, mirar a los lados y «ver cómo está todo».
Javier habla de la venta por Internet como una de las causas principales de que el comercio «no esté muy boyante ahora». «Entre eso y otras muchas cosas», matiza el zapatero, que insiste en el tema de la venta online: «Mucha gente ha perdido el miedo. Algunos siguen viniendo, porque si no estaríamos buenos, pero el de la paquetería me dice que antes traía el 80 o el 90% del género para las tiendas y que ahora es al revés», apunta el dueño del negocio, que también alude al descenso de la población en Toro, la merma de la gente joven o las limitaciones al tráfico en la zona: «Todo influye», aclara.
Eso de Internet era una quimera futurista inimaginable cuando el padre de Javier, Ildefonso, decidió coger el traspaso del local. Aquel hombre ya tenía una tienda de reparación y venta de calzado en lo que ahora es la calle El Sol, pero el dueño del negocio de Puerta del Mercado le tentó con esta opción y el mayor de los Mateos aceptó. Ya entonces era una zapatería, aunque antaño había sido también una mercería. Siempre comercio, en todo caso, y en un lugar de tránsito privilegiado dentro de la ciudad.
El palo con la medida
Y allí, a principios de los 70, casi ni adolescente, se plantó Javier para quedarse: «Esto siempre fue venta de calzado tal cual, pero ha cambiado mucho. Al principio, venía la gente de los pueblos con un palo que era la medida del zapato, se lo llevaba y ya. Ahora, vienen los niños y, si dicen que no les gusta, no se lo quedan», compara el comerciante, que explica también que antes «se vendían zapatos para cierta época en la que había que estrenar». En la modernidad, esas temporadas se han diluido.
También el tipo de calzado es diferente: «Ahora, un 70 o un 80% es sport – deportivo», asegura Javier, que remarca que los jóvenes «van hasta a las bodas con deportivas blancas». Su tienda se ha ido adaptando a todos estos cambios de paradigma a lo largo de décadas y décadas, con género para señora, caballero y niño. Para los últimos, un rinconcito decorado con dibujos animados dibuja una escena que algunos de los muchachos de ahora recordarán vagamente cuando crezcan como el primer lugar donde se vistieron por los pies. Como antes sus padres y sus abuelos, pero ya no sus hijos.
«Puse el cartel de la jubilación cuando quité las rebajas de enero», señala Javier, que admite que la gente entra a la tienda para cuestionar cariñosamente su decisión: «Me dicen: ¿cómo vas a dejar el comercio? Y yo respondo: pues porque son muchos años y ya me toca. Uno también se cansa de estar aquí metido, las cosas como son. Si vendieras mucho y hubiese gente, alegría y tal, pues todavía, pero así se hacen las tardes eternas», reconoce el comerciante.
La renta
Su idea ahora es alquilar el local para otro negocio, aunque es consciente de las circunstancias: «Las rentas ya están bajando últimamente porque quien está metido en esto sabe lo que hay», desliza Javier, que vive justo arriba de la zapatería, pero que tiene ambas zonas delimitadas para poder entregarle las llaves del espacio comercial a quien se anime a emprender: «Prefiero que no sea un bar», acota.
Mientras el zapatero termina de hablar, su mujer y uno de sus hijos acceden al almacén de la zapatería desde la vivienda: «Esto a mis hijos no les ha gustado nunca. Cuando eran pequeños, pasaban por aquí y se escapaban». concluye Javier. Ya con el dueño del negocio en el rato de las fotos, sus familiares comentan brevemente la situación.
– ¿Os da pena que vaya a cerrar?
– No, no. Ya tocaba.