«Si nosotros no venimos, sus ovejas se quedan sin esquilar». No se refieren en concreto a las de la explotación ganadera de la Tierra del Pan en la que están echando la mañana, sino a las de toda Zamora. Y a gran parte de las de España. Como cada año por estas fechas, decenas de cuadrillas de trabajadores extranjeros, principalmente llegados de Sudamérica, trabajan a destajo en la provincia con mayor número de cabezas de ganado ovino de España: 509.374 animales según el último censo. Y hay que esquilarlos a todos.
Que en la explotación ganadera hay trajín se deja sentir desde antes de entrar. El zumbido de las maquinas esquiladoras se entremezcla con el balido de las decenas de ovejas que esperan turno. Sobre ellos, cumbia. Los esquiladores vienen provistos de sus propias máquinas, unos aparatos caros (de varios miles de euros cada uno) para trabajar. Y también traen su propio altavoz, idéntico al que un grupo de chavales llevaría a una reunión con sus amigos en el parque.
Cuando Fabio, Diego, Julio, Darío y Sergei están en plena faena, prácticamente no levantan la cabeza del suelo. El ritmo al que esquilan a las ovejas impone visto desde el ojo del neófito. Las separan del rebaño enganchándolas de una de las patas traseras y las tumban en el suelo con la facilidad con la que un padre tumba a un hijo mientras juegan a luchar un domingo por la mañana.
Máquina en mano, la labor no se dilata por más de dos o tres minutos por animal. «No es quien mejor maneja la máquina, es quien tiene la oveja más quieta», apunta Leo Viñas, la madre de Saúl José, el dueño de la explotación. La lana sale de una sola pieza y se amontona al lado para ser recogida después. Y, salvo unos pocos vellones que se quedarán las mujeres del pueblo, aquí acaba su vida útil, porque a esta explotación, que esquila en un día a algo más de 500 ovejas, le pagan por la lana menos de treinta euros. No por la lana de una oveja, por toda. «Ni la vendemos, se queda para abono».
La cuadrilla aprovecha un leve descanso para apagar la música, refrescarse un poco y coger algo de resuello. Fabio, Diego y Julio son uruguayos, Darío viene de Argentina y Sergei es de Ucrania. «No parece que le guste mucho» la música, apuntan sus compañeros. Él tampoco se queja. Los cinco hombres forman parte de una empresa, cuyo jefe vive en Huesca, que se encarga de «reclutar» trabajadores (principalmente en América Latina) para esquilar en varios puntos de España. A ellos les ha tocado Zamora, y no es la primera vez. Aseguran que «aquí se trabaja bien» y se vive tranquilo. Mientras dura su estancia aquí, comparten una vivienda en Monfarracinos.
Los esquiladores llevan en Zamora desde finales de marzo y regresan a sus países el día 30 de este mes. «Ya con ganas de ver a la familia, es lo que peor se lleva», asegura Fabio, que ejerce de capataz del grupo. Cada día esquilan, más o menos, a 1.100 ovejas. El ganadero paga el esquilado a 1,60 euros por cabeza, pero no todo va para el trabajador. El jefe se queda con cincuenta céntimos por animal y ellos con el resto, 1,10 euros por oveja.
La cuenta es fácil y permite ver que, mientras están en España, estos hombres ganan dinero. Para comprobar que lo trabajan basta pasar un rato con ellos. Cada día se llevan a casa unos doscientos euros, lo que da para vivir relativamente bien en sus países durante el resto del año, aunque allí también esquilan en otras épocas. «Pero se paga mucho peor, es mejor venir a España», aseguran.
Cada uno se gana lo suyo. En las esquiladoras hay un contador que cada trabajador pulsa cuando remata a un animal. En este oficio no se parten las meriendas. «Cuando empiezas ganas poco, porque esquilas poco», reconocen. Fabio lleva en esto doce años y se maneja con más soltura que el resto. El que menos lleva en el oficio es Sergei, pero se defiende. «Si tú empiezas hoy y no sigues el ritmo, no te voy a dar de mi dinero. Cada uno lo suyo», dicen.
Acabada la conversación, las ovejas esquiladas han salido fuera, Saúl ha recogido toda la lana y entran al corral otros viente o treinta animales. Vuelven a sonar las máquinas, Diego coge el móvil y se acerca al altavoz:
– ¿Qué pongo?
– Pon a Taylor Swift.
Como quien oye llover. Vuelve el zumbido de las máquinas, el balido de las ovejas… y las cumbias. Sergei no se queja. Sigue la jera.