Cada año, la asociación Diego de Losada de Rionegro del Puente organiza un premio de poesía, otro de fotografía y uno más de pintura. Este último, el de mayor dotación económica, se entrega desde los años 80, y permite además que las obras se expongan en una de las salas municipales. En las mismas dependencias hay un museo etnográfico y una biblioteca. Sobra decir que, en el edificio, se respira cultura. El pueblo no escapa de la tendencia demográfica negativa, pero mantiene la vida, cuenta con varias asociaciones y todavía palpita, impulsado además por sus propias gentes.
De hecho, el caso de Rionegro podría haber formado parte perfectamente del estudio sobre «el valor de lo intangible» referido a la cultura en el medio rural. El monográfico publicado recientemente ha sido elaborado por la Dirección General de Derechos Culturales, adscrita al Ministerio de Cultura, y concluye que precisamente eso, la cultura, funciona como «elemento estratégico» en la lucha contra la despoblación.
El estudio aborda los casos de veinte localidades españolas, que van de apenas un puñado de habitantes a unos pocos miles y en las que existen proyectos culturales que ayudan a dinamizar el territorio: «La alta valoración de los impactos de los proyectos culturales en entornos rurales lleva a advertir de la necesidad de incluir y potenciar el apoyo a estas iniciativas en las estrategias de desarrollo rural y de lucha frente a la despoblación«, advierten los autores del texto, que constatan que existe «un impacto muy significativo en los entornos».
Ese efecto positivo se nota particularmente «en términos de reputación externa e interna, y de mejora del bienestar personal y comunitario, sin olvidar sus efectos económicos y demográficos», según el documento publicado por la dirección general, que también incide en que los proyectos que más contribuyen a generar ese caldo de cultivo favorable son los que se desarrollan de abajo a arriba. Es decir, los que parten del propio pueblo.
«Si se aspira a que las políticas de apoyo al medio rural contribuyan a garantizar la libertad de elección del lugar de residencia, la cultura puede desempeñar un papel decisivo en esta dirección, pero el foco se ha de poner especialmente en aquellos proyectos que surgen de la base, de las personas que viven en el día a día en entornos rurales, ya que serán los que tengan mayores posibilidades de generar impactos significativos en el territorio», argumentan los responsables del estudio.
Promotores, agentes cualificados y gente del pueblo
En suma, «la cultura facilita dinámicas que son fundamentales en el desarrollo personal y colectivo, y hace a las personas más capaces en su vida personal y en su comunidad». «En sociedades muy segmentadas, en un sentido físico, social y generacional, la cultura, que despierta emociones, incentiva lo creativo y abre mentes, facilita que puedan ser más fáciles los encuentros propositivos, la deriva de relaciones y sembrar futuros en un ambiente idóneo», según aparece en el documento auspiciado por el Ministerio de Cultura.
En cuanto a la metodología del estudio, cabe destacar que sus autores han trabajado con agentes promotores de las actividades culturales, «agentes cualificados» en el territorio y la propia población local. Este último grupo es el que permite incidir en esa mejora de «la reputación interna» y de «la autoestima y el bienestar» en base al desarrollo de estas acciones culturales. También «se estrechan lazos colectivos, mejora la calidad de vida y se refuerza el arraigo».
«Cuando tantos planes frente a la despoblación se concretan casi exclusivamente en medidas que persiguen tener un efecto demográfico o económico, fundamentalmente cuantitativo y monetizable, es importante destacar, a tenor de este estudio, que las personas valoran también en su vida, y a la hora de elegir su lugar de residencia, otras cuestiones», continúa el estudio, que argumenta que «tener más razones para vivir en un lugar es la consecuencia más relevante que conlleva el desarrollo de estos proyectos culturales en el medio rural».