La escena tiene lugar en el bar de Torregamones. Alentada por la conversación previa con los periodistas, la mujer que está detrás de la barra, Tania Pires, pregunta a sus parroquianos por las Elecciones Europeas del domingo:
– «¿Vais a ir a votar», lanza la mujer.
«¿Pero hay votaciones?», replica con sorna uno de los hombres apostados frente a ella.
A la respuesta inicial se suceden otros comentarios que hablan de la desafección política que se ha instalado en algunos ciudadanos de esta zona. Otro de los paisanos, que prefiere no decir su nombre, asegura que no irá a las urnas. Como vecino de Tudera, su local de votación se encuentra en Fariza, y no se quiere desplazar solo para ir a echar la papeleta. Ese esfuerzo extra resulta disuasorio para muchos habitantes de los anejos aunque, en general, se percibe un alejamiento evidente del proceso comunitario. Incluso, para los que tienen el colegio a la puerta de casa.
Si uno observa los datos de las Europeas de 2014, las últimas que no coincidieron con ninguna otra votación, puede comprobar cómo la participación fue baja en los municipios de esta zona, incluso si se compara con la ya de por sí escasa implicación de los electores en el conjunto de la provincia. En Torregamones, votó un 34,19% del censo; en Fariza, un 36%; en Argañín, un 39,4%; y en Bermillo, un 41,64%. En total, en Zamora, la tasa alcanzó el 46,23%.
Tras atender a un par de clientes, Tania Pires retoma la conversación para explicar que, al otro lado de La Raya, las perspectivas de implicación ciudadana para el domingo no mejoran. Ella vive en Miranda do Douro, a apenas diez minutos en coche, y siente que en Portugal «tampoco hay interés». «Yo veo la tele de allí y no hablan mucho de ello», aclara esta mujer que ejemplifica, con su trabajo en España y su residencia en la parte lusa, la relación cotidiana que estos pueblos zamoranos mantienen con la región portuguesa vecina.
Precisamente, Europa y sus políticas condicionan la vinculación que puede haber entre estos territorios pegados de dos países diferentes. Es cierto que hay una parte humana, vecinal, que se sostiene más allá de las decisiones que se puedan tomar en Bruselas, pero la libertad de movimientos por la frontera solo se entiende en base al área de circulación sin restricciones que forman los Estados miembros de la UE. Además, la llamada cooperación transfronteriza, entendida también desde la óptica de la llegada de fondos para el desarrollo de determinados proyectos, juega un papel clave en el desarrollo económico de estos lugares.
Eso, sobre el papel, claro. Pero el día a día de esta zona invita a muchos al descreimiento. En la puerta del bar, el ganadero Benjamín Herrero refresca el gaznate junto a otras cuatro personas en medio de un calor que ya empieza a agobiar. Sus compañeros de mesa toman la misma actitud que las personas del interior del bar y evitan cualquier manifestación de tono político, más allá de constatar que la gente no se quiere desplazar para votar, pero «para venir al bar no hay problema».
Más que una crítica a la gente, el comentario pretende subrayar que, para lo que tiene un interés, no hay pereza. El problema es las Elecciones Europeas no transmiten: «Ahora todo son jaleos, todo te lo complican», apunta Benjamín, que ya va quitando ovejas mientras se aproxima poco a poco al momento del retiro. En la conversación, sale en alguna ocasión esa famosa conclusión de que «todos son iguales» y la percepción de que poco va a importar lo que ocurra, al menos en lo que tiene que ver con estos pueblos. «Votará la gente que es de un partido», resume el ganadero.
A unos kilómetros de allí, en Argañín, cuesta ver un alma por la calle, como antes en Tudera o en Villamor de la Ladre. Quien aparece es el esquilador Ignacio Fidalgo, que aclara que no tiene intención de votar. De hecho, tendría que desplazarse a León para hacerlo, y no parece muy por la labor: «Me da igual la política», constata el vecino, que ya tiene bastante en estas semanas con su propia campaña ovejera.
En una de las calles cercanas a la casa de Ignacio, y mientras tira de paciencia para tratar de dormir a su hija de un año, Raquel Centeno también se define como «apolítica», aunque matiza que en el pueblo se escuchan muchas discusiones políticas de toda índole: «Cuando empiezan a hablar de eso, yo me marcho. Pongo la excusa de la niña», ríe esta joven, que sí espera que, en Argañín, la gente acuda a las urnas. Estos vecinos sí tienen colegio, como en todos los pueblos que cuentan con ayuntamiento propio.
Peor suerte corren los electores de Badilla, que se tendrán que desplazar a Fariza si quieren votar. Apenas son cuatro kilómetros, pero la distancia basta para necesitar un vehículo: «Les ponen unos autobuses, pero me parece que salen muy pronto por la mañana, y si no lo coges ya dependes de tu coche o de alguien que tenga», comenta Héctor Fontanillo mientras descarga unas cajas en una de las viviendas. Él vive en Muga, donde también votará.
Este joven sí nota más interés por la política dentro de su entorno y de su grupo de amigos, aunque reconoce que las Elecciones Europeas no son el tema favorito cuando se habla de estos asuntos. La implicación aumenta en el caso de unas Generales o de las Municipales. Los datos no engañan. En 2019, cuando el proceso comunitario coincidió con el local, la participación se elevó 20 puntos en Torregamones, 45 en Fariza, 17 en Argañín y 31 en Bermillo.
«Yo sí iré a votar el domingo, pero más por el deber», zanja Héctor Fontanillo antes de entrar en la casa y devolver a Badilla a la más absoluta quietud. En las calles, ni una persona ni un cartel electoral.