El cartel de Alimentación Elena, que había servido como reclamo de esta tienda de Casaseca de las Chanas desde sus inicios, aparece ahora cubierto por un nuevo letrero que funciona como aviso del cambio de etapa. El nombre que luce ahora a la entrada es el de Antonio, el hombre de 28 años que, sin moverse de su lugar de toda la vida, ha viajado contracorriente. Mientras los negocios de los pueblos cierran por falta de relevo, él ha decidido ponerse al frente de este proyecto tras la jubilación de su madre: «Creemos en nosotros mismos y en nuestra fuerza, así que lo vamos a intentar», advierte la mujer que acaba de dejar el mando.
La persona que responde al nombre de María Elena Delgado ha decidido parar, pero le queda gasolina en el tanque. La tendera retirada se expresa con vehemencia, no se corta a la hora de decir lo que tiene que decir y reivindica la decisión de su hijo de tratar de continuar con el modo de vida que aprendió: «Espero que tenga suerte, que pueda darle servicio al pueblo y mantenerse él. Pero, si no, a otra cosa mariposa. Aquí penas ninguna», advierte la mujer que entregó el testigo hace unas semanas y que ha decidido cortarse la coleta 26 años exactos después de aquel mayo del 98 en el que resolvió que no podía estar quieta.
Las circunstancias empujaron a Elena a retomar el negocio aprendido durante toda la vida con su familia; a recordar los tiempos despachando carne en un vespino y los años en Moraleja del Vino, en la tienda junto a su hermano. Como telón de fondo, las tres generaciones que estuvieron antes que ella inmersos en un modo de vida que esta mujer aparcó cuando se quedó embarazada, «ya madre añosa», del muchacho que ahora sigue sus pasos. Dos años después, decidió montar este proyecto «pequeñito».
«Esto ha sido siempre lo que estás viendo», insiste la mujer desde el interior de un establecimiento que ahora tiene nuevo dueño. A principios de mayo, las vecinas homenajearon a Elena a la puerta, ella le entregó las llaves de forma simbólica a Antonio, bajó la verja y vio como su hijo la abría unos minutos después para el siguiente cliente. Sin mucho ceremonial: «Yo monté esto como una tienda de alimentación, con un poquito de todo. Tenía 40 años, todas las energías, sabía que me gustaba y he sido muy feliz. Para mí no ha sido trabajo, sino la vida», analiza la mujer de Casaseca de las Chanas.
Las claves del relevo
«Mientras, mi chico fue creciendo y vimos que la rama de los estudios no, así que dijimos: vamos a ver si nos ponemos a hacer chorizos. Hicimos una mini fábrica y ahí estamos también», explica María Elena Delgado, consciente de que la realidad del lugar no dibuja el escenario más halagüeño: «De mayo a mayo, aquí hemos perdido diez casas», lamenta la tendera jubilada, que recuerda, no obstante, que el negocio que hereda su hijo «es una cosa muy humilde». «Tampoco hace falta crearse cosas raras en la cabeza», advierte.
A todo esto, Elena habla y habla, y Antonio escucha y apenas hace algún apunte. Parece acostumbrado. «Yo esto lo he mamado desde niño y sé que el pueblo es el pueblo, pero está bien. Con quince años, en los veranos, ya empezaba a funcionar aquí y desde pequeño lo tenía muy claro», comenta el responsable de la nueva etapa, que considera que la producción de chorizo es la vía adecuada para «prosperar un poquito», aunque la tienda «seguirá teniendo su papel».
Para Antonio Fernández, la clave es «la calidad, el servicio y ser una buena persona». En realidad, «lo básico», con armas tecnológicas también a mano como oportunidades a las que agarrarse por si con Casaseca y su entorno no alcanza. Esta localidad está a menos de diez kilómetros de Zamora, y el peligro de las grandes cadenas de supermercados no es que aceche; está encima. «Mi futuro pasa por estar aquí», resuelve el tendero para zanjar el debate.
El delantal que aguantó
Mientras su hijo cuenta las ideas que tiene para sostener el negocio, Elena admite que mucha gente del pueblo no se creía que fuese a marcharse: «Pero es el tiempo de irme, hoy ya he cobrado mi primera mensualidad como pensionista», aclara esta vecina de Casaseca, que regresa a los tiempos iniciales del proyecto para recordar la compra de dos delantales en Benavente: uno blanco y uno rojo. El segundo acabó desgastado por el uso; el primero se conserva casi como el primer día.
Elena saca la prenda, la muestra y recalca: «Abrí con él y cerré con él». También mantuvo una filosofía que llevó hasta las últimas instancias: «Cuando venía alguien que llevaba años sin pasar por aquí le decía: nada hice para que no entraras, pero ahora voy a hacer lo posible por que te quedes». Más de un cuarto de siglo después, quien cruce el umbral se encontrará ahora a Antonio, dispuesto a implementar su propia idea para agarrarse al pueblo donde quiere vivir.