A unos metros de la iglesia de Quintanilla del Olmo, las personas que visitan el pueblo pueden hacerse fotos en un trono que aparece bajo el clásico reclamo de «yo estuve aquí». Algunos de los vecinos de Prado que se han desplazado este miércoles hasta la localidad ubicada a kilómetro y medio de sus casas han aprovechado para retratarse en el asiento y compartir un momento simpático en un lugar en el que claro que ya han estado, y donde volverán, como muy tarde, el 1 de mayo del año que viene. Es lo que marca la tradición.
Quintanilla del Olmo y Prado celebran, en el estreno del quinto mes del año, una particular romería conjunta que les lleva a intercambiar pueblos y mandos durante unas horas tras un sencillo acto protocolario con los curas, los alcaldes y los jueces de paz en medio de la ZA-512, la carretera que une ambas localidades. Las gentes de los dos municipios, con las vírgenes y los santos, acuden también al intercambio para dar forma a una tradición que resiste a pesar del los problemas causados por la omnipresente despoblación y el envejecimiento.
Entre Prado (53) y Quintanilla del Olmo (45) no suman ni cien habitantes censados, y ambos municipios forman parte de los diez más pequeños de la provincia, pero tal escollo no impide que el hermanamiento se mantenga como toda la vida, más allá de algunos matices propios de las circunstancias. Por ejemplo, las imágenes que antes iban a hombros, ahora van a ruedas en el camino de un pueblo a otro.
En el caso de Quintanilla, los vecinos se reúnen antes de las once y media de la mañana al pie de su iglesia. Varios lugareños portan el estandarte del pueblo, y las banderas de Europa, España, Castilla y León y Zamora; otros, esperan para empujar a la Virgen del Rosario y a San Isidro. Esa labor se ve facilitada por la instalación de volantes tras las carrozas, un apaño que permite a los encargados de la tarea guiar el camino sin perder el control del paso.
Intercambio de mandos
Entre los que lo preparan todo para enfilar el camino hacia Prado está el alcalde de Quintanilla, Vicente Peláez que apenas media hora después de la salida de su pueblo intercambiará el bastón con su homóloga: «Durante unas horas, el alcalde de un pueblo es el de otro y viceversa», aclara el regidor, que explica que, tras el encuentro en plena carretera, los vecinos de una localidad van a la otra y al revés para asistir en iglesias intercambiadas a la misa correspondiente: «Luego, cada uno para su casa».
Antes de eso, el pueblo de Quintanilla le ofrece un refresco a los vecinos de Prado y completa esta jornada tradicional de hermandad: «Es una fiesta muy arraigada a la que la gente acude mucho», apunta Peláez, que se suma enseguida a la comitiva acompañada por la música tradicional y los petardos prendidos con el cigarro, sin grandes alardes, pero con el ánimo de mantener el sentimiento intacto.
En el intercambio, que se produce justo en la raya de los términos, las gentes se saludan con la efusividad tranquila de quienes están acostumbrados a verse de una forma razonablemente cotidiana. Luego, vienen los gritos que preceden a la segunda parte del viaje.
– ¡Viva Prado y viva Quintanilla!
«En Quintanilla nos tratan bien siempre», apunta una mujer de Prado mientras se encamina hacia la localidad aledaña. En ese tránsito, también con San Isidro y la Virgen del Rosario más un San Antón, viaja la otra alcaldesa, Ana María Vidal, que comparte esa opinión: «Es un día muy especial, muy bonito para los dos pueblos y no podemos perder la tradición», comenta la regidora, que considera que, aunque cada vez hay menos gente, las sensaciones son las mismas.
«Mira a tu alrededor. Aquí hay mucho niño, así que la idea es que lo aprendan, que lo vivan y que sigan ellos», zanja Vidal, mientras los muchachos corretean por la ZA-512. De mayores lo recordarán y se lo enseñarán a los que vengan. De eso se trata.