Persianas bajadas, silencio, quietud. En San Martín del Pedroso cuesta ver un alma por las calles a primera hora de la tarde de un día de diario. Y eso que el sol anima a disfrutar de un entorno privilegiado. Al menos, para mirar: «Las tierras que hay aquí, poca cosa», advierte el único vecino que aparece a la puerta de casa. Su nombre es Manuel Sastre, se protege del calor primaveral con un sombrero y habla con la resignación de quien ha visto pasar muchas promesas por delante sin que las palabras se tradujeran en hechos. Sobre todo en lo que se refiere al tema de la famosa autovía.
San Martín del Pedroso es el último pueblo de Aliste antes de la frontera con Portugal. Si uno eleva la vista, ve el otro lado, que no deja de ser una continuidad del paisaje que hay en España, pero con los letreros en otro idioma. Allí, ya en territorio de Quintanilha, acaba la autovía que el Gobierno luso inauguró hace más de diez años para unir el entorno de Oporto con la frontera. Con el cambio de país, empieza la N-122, una vía conocida en varios puntos de Castilla y León por su siniestralidad y por las exigencias de los vecinos que la padecen, que reclaman su conversión.
En el caso de la Zamora, la reivindicación se centra precisamente en los 72 kilómetros que separan San Martín del Pedroso de la capital de la provincia, que constituyen una de las carreteras con mayor peligro del territorio y cuyo desdoblamiento en autovía se viene prometiendo desde el siglo XX sin que se haya ejecutado ni un solo metro. Ahora, la realidad apunta a que el Ministerio de Transportes está en condiciones de iniciar este mismo año las obras del primer kilómetro y medio: todo en San Martín del Pedroso, donde las personas como Manuel Sastre mantienen el escepticismo.
«Van a hacer lo que quieran», se limita a advertir este vecino, que enumera algunos de los accidentes que han provocado la muerte de vecinos portugueses o de gente de la comarca en los últimos años. Le salen unos cuantos. Sin embargo, con las desgracias no basta para convencer a los que mandan de la urgencia de la carretera. El vecino roza el dedo corazón con el pulgar y apunta: «No hay de aquí para eso». Es decir, no hay dinero. «Decían que hace dos años empezaba, luego que el año pasado…», repasa este hombre de San Martín del Pedroso, mientras apura con parsimonia el cigarro.
El pueblo tiene 77 habitantes censados en estos momentos, según los datos oficiales, pero en invierno son menos. Sastre los va contando casi con las manos mientras cita las viviendas cerradas que se encuentra a su alrededor. Curiosamente, la que tiene justo frente a él, en la cuesta donde vive, sí está habitada, e incluso tiene especies en peligro de extinción por estos lares: niños. La madre de los rapaces, Merche, sale a la puerta tras el aviso de Manuel y se ríe al escuchar de lo que va el tema.
«Igual mis hijos pueden ver la autovía. O yo cuando sea bisabuela», se carcajea esta mujer nacida en Guadalajara e instalada con su familia en el pueblo de su pareja. Ella trabaja por la zona en ayuda a domicilio y conoce bien la N-122. «Los cruces tienen mucho peligro», señala Merche, que concede que uno de los principales problemas se encuentra en Alcañices, con un tránsito de camiones que, a muchas horas del día, se torna insoportable. Ella misma lo padece cuando tiene que ir al médico con los niños o cuando se desplaza por motivos laborales.
De hecho, evita la Nacional siempre que puede. «Para hacer la compra me marcho a Bragança, que hay un Lidl y tardo lo mismo que a Alcañices, pero voy por autovía. Luego, cuando viene alguien de Zamora, le pido que me traiga alguna cosa más del Mercadona», explica esta vecina de San Martín del Pedroso, que vuelve a reírse al recordar cómo sus hijos se divierten en el coche mientras narran la aproximación al pequeño salto que permite saber, con los ojos cerrados, cuando uno deja atrás la IP4 portuguesa y se adentra en la N-122 española.
Merche añade, además, que si el plan es hacer de momento el kilómetro y medio en torno a San Martín del Pedroso, «lo que van a hacer es convertir en autovía justo la parte que ya es de tres carriles», una circunstancia que no considera muy lógica a la vista de los problemas que percibe, como conductora, en los tramos que se encuentran más adelante: «En definitiva, que de la autovía nada», zanja.
Esta vecina de San Martín del Pedroso también apunta que, en agosto, intenta no ir de ninguna manera por una carretera muy transitada por las personas que emigraron a Francia o a Suiza y ahora regresan a Aliste y, sobre todo, a Portugal. Uno de los primeros destinos de esa gente en el país luso es Quintanilha, un pueblo ubicado justo al pie de España. Allí, tras bajar por un camino empedrado, marca clásica del país vecino, uno se topa con el bar «Fronteira Épica» y con lugareños como Álvaro Lopes, Sergio Romão y Francisco Lopes, que también sonríen irónicamente al hablar del panorama de la carretera.
«Aquí, en los dos lados, nos pasa que nos cuesta mucho reivindicar y que tenemos poca ambición», explica Álvaro Lopes, mientras comparte una cerveza con sus compañeros. El vecino luso subraya que esa falta de empuje, unida al poco peso que tienen estos pueblos desde el punto de vista de la fuerza electoral, facilita que los distintos Gobiernos miren para otro lado cuando se trata de cumplir con los compromisos adquiridos.
Este trío también considera que los suyos podrían hacer más, pero lo cierto es que, en lo tocante a las carreteras, la autovía lusa lleva más de un decenio hecha y la parte de la vía que corresponde a Portugal en el trazado de Bragança a Puebla de Sanabria ya está planificada y con presupuesto encima de la mesa. En España, todo sigue, como dijo el ministro Óscar Puente sobre el grueso de los tramos de la A-11 para Zamora, «en pañales».
Protagonismo en las cumbres
Todo ello después de que el desdoblamiento de la N-122 y la construcción de la autovía hayan aparecido de forma repetitiva como objetivos prioritarios en los documentos que ambos Gobiernos elaboran para las sucesivas cumbres hispano-lusas que se celebran anualmente y de que incluso algunos políticos portugueses del entorno hayan alzado la voz en alguna ocasión para demandar movimientos en ese sentido.
«A nosotros nos afecta sobre todo por los trabajadores, los camioneros o la gente que viene de Francia», admiten los vecinos lusos, que inciden en el abandono de estas tierras como elemento clave en la ecuación. Habrá que ver si, cuando llegue la autovía de verdad, algunos pueblos han sobrevivido para verla. En esta parte y en la otra.