Cuando digo que en esto del vino he hecho de todo, no lo digo por vanidad, es que he hecho de todo. Años ha, me tocó montar un servicio de barras de hostelería, con todo lo que conlleva, para el concierto de un cantautor multipremiado. El escenario estaba en una zona de viñedos. Le cogí al muchacho una tirria considerable, a pesar de que la verdad, parecía majete. En un momento dado del concierto, muy intensito él, como le corresponde a su oficio, dijo “ojalá el vino de la cosecha siguiente lleve parte de mi alma”.” ¡Bah! ¡Paparruchas! ¿Cómo carajo va a llevar un vino alma de nadie? Eso es imposible”. Pues llego el otro día, pruebo un vino, y llegué a la conclusión de que un vino puede tener alma. – Obviamente, la del intensito, no -.
Vamos a ponernos en contexto. Más o menos cuando Graham Bell montaba su primer teléfono, y en España terminan las guerras Carlistas, el bueno de Sotero Pintado, ya anciano, y seguramente ajeno a estos hechos (él tenía otras cosas en las que pensar más importantes en su día a día), recogía buenos palos de Tempranillo de otras parcelas que daban buen vino y los llevaba a plantar a su parcela favorita, “La Reguilona”. Seguramente no sabía que le quedaba poco en este mundo, pero es que antes la gente no se jubilaba (bueno, la gente normal, que ricos hubo siempre). Quedaban más de treinta años para la terrible filoxera.
El caso es que Sotero falleció sin ver una sola uva de esa parcela de casi ocho fanegas. El viñedo en la zona dejó de tener peso paulatinamente, hasta llegar al punto que en 1960, cereal mediante, ya quedaban poquísimas parcelas en el término. Pero los descendientes del señor Sotero nunca lo dejaron. Seguramente pasaron muchas dudas y sinsabores, pero ahí seguía la parcela la Reguilona siendo cuidada y viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá. Cinco generaciones de Sotero Pintado tuvieron que pasar (sí, Sotero es nombre, yo me acabo de enterar) para que se echase la manta a la cabeza y montase una bodega en Benegiles.
Sotero es un chico que duerme escaso, y no por la viña, si no por un bebé. De esos que tan bien me caen por que tienen “tierrita en el bolsillo”. Si fuese del Pomerol sería un Vigneron du Garage, pero cuando eres de Benegiles eres un tío que cuidas las viñas y hace un vinazo. Cuando le preguntas por que barricas usa se salta el tema, pero no por que no te lo quiera contar, es que le parece irrelevante la barrica si no tienes nada bueno que meter dentro. Y así te lo dice. Trabaja el viñedo con meticulosidad para obtener las mejores uvas, y a partir de ahí todo va rodado. Pasa toda la producción por mesa de selección y fermenta en pequeños depósitos de hormigón. No sé que tipo de barrica usa, pero ya digo yo que es de las buenas, en las que permanece durante 18 meses para ser embotellado casi sin filtrar.
Lo que me encontré en la botella 5824 de las 6000 que salieron de la cosecha 2018 tenía alma. Pero si eres escéptico, quédate con un color profundo casi opaco. En un fondo de frutas negras en mermelada, orejones de melocotón y mucho cassis (tiburones de gominola), la barrica aporta especias dulces, clavo y exotismo, pero nada de maderazos. En boca es toda una bomba. Explota la fruta y es muy voluminoso, pero sin ser para nada secante. Todo bien ensamblado y placentero.
Yo lo acompañaría de asados, grandes carnes rojas o guisos potentes, de esos melositos. Pero ante todo pruébalo. Estoy convencido que este vino, como todos los de Sotero, si estuviesen hechos en otra zona, pagaríamos por ellos un veinte por ciento más. Y es que el vino bueno nunca es caro. Es costoso.
Vino: Sotero Pintado
Elaborador: Sotero Pintado
Zona: Benegiles, acogido a Vino de la Tierra de Castilla y León.
Variedad: Tempranillo.
Crianza: 18 meses en barrica.
Precio: unos 30€.