«La verdad es un punto de llegada. Recuerdo a Machado, el segundo gran poeta que influyó en mí, que decía que la verdadera libertad está en poder pensar lo que decimos. Eso es muy importante en la democracia, y esa es una tarea de la educación y de la cultura». El poeta Luis García Montero hizo reflexionar a los zamoranos que llenaron este miércoles el salón de actos del Campus Viriato. Y no solo a través de este alegato en favor de la pausa y de la pertinencia de medir las cosas que uno comunica. En cada tema que tocó, el director del Instituto Cervantes dejó un poso, captó la atención y emocionó hasta las lágrimas a quienes empatizaron, por la cercanía del dolor, con algunas de las historias de su vida y de su obra.
En el marco de la primera jornada del programa «Otras formas de leer», García Montero realizó un repaso por su propia existencia y por sus contactos con la literatura desde el rol del niño, del escritor, del docente o del marido. Todo, con la la perspectiva de «estas alturas» de su vida, cumplidos ya los 65, y con el convencimiento de que «no hay mejor metáfora del contrato social que la lectura».
García Montero enunció esa máxima desde el argumento de que «el yo del autor intenta construir un espacio público, que es el libro, para poder establecer un diálogo con otro, que es el lector, y crear un nosotros». «Lo que provoca el hecho literario es que miradas con experiencias individuales se ponen en común dentro de ese espacio público», añadió el ponente.
El director del Instituto Cervantes habló a partir de ahí de su interés incipiente por la poesía cuando era un niño gracias a la antología de las Mil Mejores Poesías de la Lengua Castellana: «Aquellas lecturas de mi padre con voz teatral supusieron lo más parecido a lo que ahora pueden ser los cuentos infantiles», aclaró García Montero, que reivindicó «la experiencia de leer en familia» y que mencionó la Canción del Pirata de Espronceda como uno de los primeros títulos en su memoria: «Cuando mi padre empezaba ‘Con diez cañones por banda», yo pensaba en mi propia rebeldía de niño travieso», añadió.
Aquello ocurrió en el seno de una familia con seis hijos varones que «lo rompían todo» y que obligaron a sus padres a cerrar una habitación, el salón de las visitas, cuyo recuerdo se ha convertido ahora en el lugar que García Montero utiliza para hacer de su «yo» un «nosotros». «Escribir no es un desahogo, es crear las condiciones hospitalarias para que el lector sienta lo que tiene delante como algo propio», subrayó el poeta granadino, que en aquella sala prohibida se encontró a hurtadillas por primera vez con Galdós o con su paisano García Lorca, el que estuvo antes que Machado.
Fue mediante el descubrimiento de aquel poeta universal como García Montero empezó a entender que «estaba sucediendo algo debajo de las palabras». «Se despertó mi amor por la poesía», aseguró el director del Cervantes, que fue salpicando su intervención con la lectura de algunos poemas y que explicó cómo, a través de la comprensión de los versos, «la ciudad se convirtió en una metáfora». «La lluvia podemos buscarla en un diccionario y es un fenómeno atmosférico, pero leemos un soneto de Borges y cambia», ejemplificó el ponente.
En ese momento, al hablar del significado de las palabras, García Montero mencionó la importancia de la verdad en un instante en el que «el tiempo es una mercancía de usar y tirar» y, por tanto, «se facilita la extensión de bulos». «Donald Trump decía: yo no hago mentiras, yo creo realidades virtuales», recordó el autor, que apuntó que la sociedad está «acostumbrada a vivir en el vértigo» y va asumiendo la creencia de que «puede repetir todo lo que flota en el ambiente».
De vuelta a su relato, García Montero recordó al profesor que le descubrió el disco de Joan Manuel Serrat con versiones de poemas de Antonio Machado: «Me quedé conmocionado y se afianzó mi vocación literaria», abundó el poeta, que compró aquel trabajo del artista catalán y que años más tarde habría de recibir una llamada del noi del Poble-Sec para pedirle permiso antes de publicar una adaptación de sus propios versos: «Era Canción de Brujería, me la cantó por teléfono y yo solo pensaba en el niño que había ido con un billetito en la mano a comprar aquel disco», rememoró el ponente.
García Montero mencionó también la influencia que tuvo en él Albert Camus y abordó aquí el tema del periodismo: «A la hora de leer o mirar la tele, estamos en un territorio de juego muy sucio. Las manipulaciones están hechas para que la gente muerda el anzuelo», advirtió el poeta, que lamentó que las mentiras, «que las ha habido siempre», corren ahora mucho más que la verdad: «Una información cierta tiene menos lecturas que un bulo», asumió.
El recuerdo de Almudena Grandes
En su intervención, el ponente se refirió también a su poema «Lectores», incluido en la obra que escribió cuando murió su mujer, la también literata Almudena Grandes: «Para buscar un sentido nuevo, uno tiene que acudir a su vocación y yo dialogué a través de la poesía», recalcó García Montero, que citó «la experiencia de la muerte» como elemento «para reflexionar sobre el sentido de las cosas».
Ya ante las preguntas del público, el ponente admitió que tuvo «muchas dudas» cuando empezó a escribir sobre la pérdida de Grandes: «El sentimiento era muy fuerte y tenía miedo de no saber explicarlo. Cuando los sentimientos son muy duros es difícil pasar del yo biográfico al yo literario, pero a mí me ayudó a vivir eso de otra manera», admitió el autor, que recibió la admiración y la empatía sincera de varios de los presentes por la forma de plasmar ese dolor en las páginas.
Al cierre, García Montero volvió al tema del consumo rápido y se negó a condenar a las redes sociales por el mero hecho de existir: «Como en todas las transformaciones, el problema es cerrar los ojos y negarse a asumir todo lo que está pasando. Las cosas pueden ser mal o bien utilizadas», opinó el autor, que es consciente de que algunos de los nuevos literatos encuentran en la red una nueva puerta de entrada: «Hay muy buenos poetas que se nota que han crecido en un mundo dominado por las redes sociales», zanjó, antes de que el público estallara en un aplauso estruendoso.