Decía Miguel de Unamuno que Portugal es un país necesariamente melancólico porque orientado hacia el Atlántico contempla siempre el ocaso. Esta sería la raíz de sus costumbres suaves y de la naturaleza sufrida de su pueblo que se expresa en el fado, la aceptación resignada del destino.
Los portugueses, en teoría, no se dejan llevar ni por el apasionamiento ni por la furia, salvo en muy contadas ocasiones. Pero el rector de la Universidad de Salamanca también advertía, hablando de nuestros vecinos, que hay que cuidarse de la ira de los mansos, porque alcanzado un cierto punto el aguante da paso a la furia desatada.
La transición a la democracia en Portugal estuvo dominada por las turbulencias de los militares revolucionarios y los partidos extremistas de la izquierda, hasta que acabó por sosegarse y el país pudo volver a su naturaleza habitual. Desde entonces, los partidos del bloque central, el Partido Socialista (PS) y el Partido Social Demócrata (PSD), se han turnado en el gobierno.
Como curiosidad que refuerza esta moderación, estos dos partidos, denominados el bloque central, han gobernado en gran coalición y han gobernado también coaligados con el otro partido histórico de la derecha, el CDS-PP, pero nunca con la extrema izquierda. Pero esta apacible concordia parece haber llegado a su fin.
El acuerdo de la geringonça
El turnismo a la portuguesa se vio quebrado en 2015, cuando el líder de la alianza electoral PàF (Adelante Portugal, PSD-CDS-PP), Passos Coelho, ganó las elecciones, nombró gobierno, pero no pudo gobernar. El PS lo derribó nada más formarse en la Asamblea de la República mediante una moción de confianza y recurrió al apoyo parlamentario de la extrema izquierda para que António Costa fuera elegido primer ministro. Este acuerdo de investidura y de legislatura fue bautizado por Paulo Portas como geringonça, una cosa mal hecha que no debía durar, pero duró la legislatura completa.
En las elecciones de 2019 Costa estuvo muy cerca de alcanzar la mayoría absoluta en la Asamblea y pudo prescindir de los apoyos parlamentarios de los partidos a su izquierda, que se le hacían incómodos. Estos le castigaron no aprobando los presupuestos de 2022, lo que produjo las elecciones anticipadas de ese año, donde Costa alcanzó su cenit al conseguir una mayoría absoluta en la Asamblea de la República. Solo antes otro socialista había logrado tamaña hazaña, el malhadado José Sócrates.
La paradoja de Costa es que una vez llegado a lo más alto no se puede sino bajar. Esto es lo que ocurrió cuando sus más próximos se vieron envueltos en un caso de corrupción que le llevó a la dimisión y a la convocatoria de nuevas elecciones legislativas por parte del presidente de la república, Marcelo Rebelo de Sousa, para el 10 de marzo pasado.
António Costa ha dado por finalizada su carrera política y Pedro Nuno Santos es el nuevo líder de su partido. ¿De qué manera ha afectado al desencanto portugués unas nuevas elecciones bajo el signo de la corrupción? De maneras diversas que paso a exponer sucintamente.
Primero, el crecimiento de la participación ha sido muy pronunciado, ya que pasó del 52,19 % de las elecciones de 2022 al 66,23 % en estas últimas. Para encontrar una participación parecida hay que volver a 1995, cuando votó el 66,30 % de los electores. Esto pareciera indicar que el desencanto manifestado como pasividad habría dado paso a la acción política, y por ello muchos se felicitaron durante la jornada electoral del aumento de la participación. Pero este dato debe analizase junto a otros datos no menos interesantes.
La segunda cuestión relevante es el severo desplome del Partido Socialista, que pierde en torno a 40 diputados. En porcentaje, estos resultados son de los peores registrados por el partido. Algunos hablan de que el nuevo líder del PS no ha tenido tiempo para darse a conocer, pero lo cierto es que la opinión pública lo conocía como ministro muy activo en los medios y algunos incluso decían que era carismático.
En tercer lugar, existía la opinión de que la abultada mayoría alcanzada por el PS en las elecciones de 2022, 119 diputados sobre 230, se habría producido por el efecto “alerta antifascista” y que los votos prestados que había tomado el PS de la extrema izquierda volverían naturalmente a ella. Esto no se ha producido. El Bloco de Esquerda repite su pésimo resultado de 2022 y se queda en 5 diputados.
El Partido Comunista retrocede y obtiene el peor registro de su historia al quedar con 4. Es decir, el PS sufre una sangría, pero los votantes no vuelven a la extrema izquierda.
Victoria pírrica del centro derecha
En cuarto lugar, el PSD, como parte de la coalición Alianza Democrática, un nombre talismán que recordaba grandes éxitos del pasado, tampoco capitaliza el desplome del PS y se queda ligeramente por encima de lo que obtuvo en 2022. Luis Montenegro no ha cuajado como líder y el centro derecha alcanza una victoria pírrica y no capitaliza el desencanto.
Por último, el partido Chega! (¡Basta!), cuyo lema era “limpiar Portugal”, que apareció por primera vez en 2019 –únicamente su líder, André Ventura, entró en el Parlamento y en las elecciones de 2022 alcanzó 12 diputados–, ha subido en estas hasta los 48 escaños. Es decir, un partido populista, antipolítico, calificado de xenófobo y racista, es el gran ganador en el año en que se celebra el 50 aniversario de la Revolución de los Claveles. El desencanto pasivo ha dado paso al desencanto activo, a la ira de los mansos.
Ángel Rivero Rodríguez, Profesor titular de Ciencia Política, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.