La Casa do Touro funcionó durante años como el establo en el que vivía el semental comunitario que cubría a todas las vacas de Río de Onor. Entre los vecinos, alimentaban y cuidaban al animal en un esfuerzo provechoso para el conjunto cuyo sentido se fue perdiendo a medida que las gentes emigraron y el pueblo se vació de ganado y de personas. Desde finales de 2018, la vieja guarida del toro ejerce como museo de la historia y de la cultura de una aldea que siempre fue peculiar.
A estas alturas de la película, la historia resulta conocida para muchos vecinos de la provincia, pero vale la pena recordarla una vez más. Río de Onor es el nombre que recibe la parte portuguesa de una localidad atravesada por la frontera entre dos países. Al otro lado de una raya solo visible por el cambio de material en la calzada se encuentra Rihonor de Castilla, la parte española, un territorio zamorano en los confines de Sanabria. El entorno natural y la curiosa naturaleza transfronteriza del pueblo lo han convertido en un foco de visitantes, pero los vecinos fijos no agarran: en Rihonor quedan diez; en Río de Onor, 45.
Entre las personas que resisten en la zona zamorana se encuentra el matrimonio formado por Perpétua da Conceiçao y Luis Rodríguez, portuguesa ella y español él. Su boda fue la última de un sinfín de uniones entre parejas de ambos pueblos, un proceso natural por cercanía que solo cesó cuando la gente en edad de pasar por el altar puso rumbo a otros horizontes. Es domingo 10 de marzo de 2024 y estos dos cónyuges cruzan el puente sobre el río que atraviesa el pueblo para dirigirse a la parte lusa, donde se ubican el bar comunitario y el restaurante, los servicios que quedan.
Pero antes de tomar el café, y tras recorrer apenas 150 metros desde su casa en la parte española, Perpétua se detiene en la Casa do Touro. El antiguo hogar del semental funciona durante todo el día como colegio electoral en el marco de las elecciones generales portuguesas, y esta mujer que vive a caballo entre Rihonor de Castilla y Zamora es una de las 89 personas con derecho a voto en esa urna. «Estoy decepcionada con todos», advierte antes de pasar por la mesa y cumplir con su deber ciudadano casi a regañadientes.
El de Perpétua es un caso curioso. En mayo, esta mujer concurrió como candidata a las elecciones para el ayuntamiento al que pertenece Rihonor, el de Pedralba de la Pradería, y pudo votar en ese proceso local en España. Este domingo, como ciudadana portuguesa que es, tuvo la posibilidad de ejercer su derecho en los comicios lusos. Por estos lares, hay varias personas que, por raíces y lazos familiares, acuden a las urnas en un país o en otro en función de la naturaleza de la votación.
En un escenario similar al de Perpétua se encuentra la mujer que le sirve el café en el restaurante ubicado unos pasos más allá del colegio electoral. Su nombre es María Preto y también elige a representantes de un país u otro dependiendo del nivel territorial que corresponda. Ambas comentan sin grandes aspavientos la circunstancia política y confluyen en una conclusión tajante: «Aquí, gobierne quien gobierne, mal para nosotros».
Ni el PS ni AD ni la alternativa de ultraderecha que representa Chega parecen convencer en exceso a estas mujeres, que entienden que el abandono de estos territorios del interior va a prolongarse independientemente del Ejecutivo que se forme en Portugal. Además, ambas coinciden en que el ambiente que rodea a los comicios resulta más nocivo que el de antaño, cuando todo se comentaba con menos bronca. Ahora, se impone un silencio resignado más que temeroso. Tendrán que lidiar con lo que venga.
Los recuerdos de la pandemia
En las dos partes del pueblo, todavía recuerdan con cierto rencor cómo los dos Gobiernos que les afectan les colocaron distintas restricciones durante la pandemia. Entre ellas, una barrera que cortaba a la mitad el pueblo. El muro se convirtió en un símbolo del absurdo, con escenas como la de una madre que saltaba a por el pan hacia el otro lado o como la del propio marido de Perpétua, Luis, que tuvo que alzar la voz para reclamar que le dejaran pasar a Portugal para alimentar el pequeño rebaño de ovejas que tenía en su propio pueblo, pero en otro país.
Este vecino menciona el asunto de forma recurrente como ejemplo de lo que percibe como una incomprensión de los gobernantes de los dos países hacia la realidad de estos pueblos que «siempre fueron uno». De hecho, Luis Rodríguez señala incluso la existencia de un lenguaje propio de la localidad, que pervive en determinadas expresiones, pero que se ha ido marchando por el sumidero de la despoblación.
Mientras toda esta conversación tiene lugar, los parroquianos alternan el español y el portugués mientras comentan, sin entrar en detalles, algún aspecto de la jornada electoral. Más bien, las conversaciones se centran en saber si el vecino ha pasado ya por la Casa do Touro: «Yo no puedo votar», le recuerda Luis Rodríguez a uno de los presentes: «Pero porque no quiero, a ver de dónde era mi madre», apostilla.
Un rato antes de que se produjera esa escena, a las puertas del colegio electoral, varios vecinos evalúan el panorama con la actitud propia de la tierra: es decir, sin grandes aspavientos y con largos silencios de por medio. Al ser preguntados por las elecciones, estos hombres de Río de Onor rechazan dar explicaciones. Si acaso se escucha algún «todos son iguales», más por quitarse de encima el tema que otra cosa. «El del bar es muy político, y además es español», despacha uno.
El local al que apuntan estos veteranos de la zona portuguesa es el bar comunitario, un espacio coronado en el techo por las banderas de España y de Portugal, que da servicio a los clientes de toda la localidad, sin distinguir las nacionalidades, y que funciona como un centro social: «Cada año se eligen unos mayordomos y se trabaja gratis para pagar las fiestas de San Juan», indica Miguel de la Cruz, un madrileño ya jubilado que se casó hace 37 años con una mujer de Río de Onor y que ahora mira de soslayo en la televisión el Real Madrid – Lenovo Tenerife de la ACB mientras atiende tras la barra.
Efectivamente, De la Cruz muestra un cierto interés por los comicios que se están celebrando en su país de acogida. En el bar, hay varios folletos de los partidos principales y el improvisado camarero español los enseña con cuidado de aclarar algunos puntos, como el de la coalición llamada Alianza Democrática que ha formado el centro-derecha para tratar de acabar con los años de Gobierno de la izquierda en Portugal.
No obstante, la conversación se desvía pronto hacia los trabajos comunitarios que se realizan en el pueblo o hacia las tradiciones que se sujetan a cambio de las que cayeron en el olvido. La sensación generalizada que transmiten las gentes de la zona es que las promesas políticas son para Lisboa o para Oporto, poco para Río de Onor o para Guadramil, cuyos vecinos también votan en la pequeña mesa de la Casa do Touro.
Cuando pasen las horas y se haga el recuento, pocas cosas quedarán claras. La derecha gana, eso sí, pero los dos grandes partidos casi se dan la mano en votos. Chega, el equivalente luso a Vox, irrumpe con fuerza para demandar que los moderados liderados por Luís Montenegro les abran la puerta de un nuevo Gobierno de coalición que, en la noche electoral, aún queda en el aire. Quizá, el museo de la memoria del pueblo tenga que abrir de nuevo en unos meses para albergar una repetición. Todo dependerá de los pactos.
Lo que preocupa más a los vecinos es saber si, en los comicios que se celebren dentro de 20, 30 o 40 años habrá alguien para participar, viva en el país que viva. O si, mientras la gente aguanta, habrá quien comprenda por fin cuál es la naturaleza de esta aldea fronteriza.
De momento, en la unión de freguesías de Aveleda y Río de Onor, un aviso a navegantes: empate entre los dos grandes partidos y solo un 43% de participación.