En el memorable inicio de “Corazón tan blanco” (Anagrama, 1991) Javier Marías nos interpela desde la primera frase: No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas... Con esta sugerencia nos toma de la mano y nos arrastra, queramos o no, para realizar un viaje hipnótico por los hilos del pensamiento y el valor de los secretos. A lo largo de la trama la sugerencia se torna en amenaza: no he querido saber, pero he sabido. Despojado de la voluntad de conocer, a Juan Ranz, el protagonista, se le hace partícipe de unos hechos que atañen a la historia de su familia, y, por tanto, a la suya propia.
A lo largo de la novela se desarrolla el paralelismo que trama Marías con la propia vida, en cuanto a las innumerables ocasiones en las que “no quisiéramos saber, pero hemos sabido”. Sucede en ocasiones de forma irreversible y casi violenta que sin elegirlo somos partícipes de información ajena, de secretos, de realidades más o menos visibles, más o menos alegres o dolorosas, de responsabilidades y hechos que en modo alguno nos atañen y, sin embargo, al conocerlas ya no tienen vuelta atrás.
El sentido de la vista nos provee de unas barreras útiles a la hora de obviar asuntos. Voluntariamente decidimos cerrar los ojos empleando esa maravilla que son los párpados, retirarnos esa otra maravilla que son las gafas, o tan solo basta mirar para otro lado y seguir indemnes nuestro camino. El oído en cambio no posee esas herramientas y estamos indefensos ante una conversación casual en el autobús o el restaurante, a escuchar un cuceo bienintencionado en un encuentro entre amigos y familiares, a no poder censurar ni detener lo que hayamos de saber, pero no querríamos.
No querríamos saber, pero hemos sabido, que en lo peor de la pandemia ante una situación sobrevenida que dejó los lineales del supermercado desprovistos de harina, levadura y papel higiénico, y también los tanatorios llenos, hubo próceres que mantuvieron la calma y la cordura para sacar adelante sus balances de import-export. Es una suerte haber podido depositar nuestro destino en manos de figuras imperturbables mientras hacíamos pan, bollos y elegíamos la música para aplaudir a las 20.00h.
No querríamos saber, pero hemos sabido en los últimos días que una pequeña parcela de Zamora durante un tiempo ostentó el rango de consulado honorífico de Georgia. En cambio, estoy convencido de que Ilia Topuria hubiera querido saberlo y no lo ha sabido. Ilia, puede que nadie te haga partícipe de esta información, pero las colas para renovar el DNI en Zamora son bastante más cortas que en Madrid.
Lo que más me admira de los buenos libros, como “Corazón tan blanco”, es la construcción de intrigas y reflexiones inquietantes con lenguaje sencillo y descarnado a partir hechos cotidianos. En las pequeñas esquinas de la vida, de nuestras ciudades y pueblos, se agazapa para asaltarnos aquello que ignoramos mientras caminamos despistados. En días como estos se abre la prensa y se piensa: No he querido saber, pero he sabido…