¿Qué pasaría si una persona del siglo XIX se plantase ante construcciones como la iglesia de San Juan o el Puente de Piedra y las viese tal y como las vemos en 2024? Vamos a poner nombre a nuestra protagonista para que nos sea más fácil: Faustina, 32 años, inquieta y artesana de los barrios bajos (esto parece First Dates, soy consciente).
Pues fliparía. Ya te lo digo yo. Fliparía porque al salir de su casa vería una iglesia de San Leonardo abierta y con una torre bastante esbelta (a juzgar por los grabados y fotografías que conservamos de ese momento). Hoy la encontraría cerrada a cal y canto, su torre desmochada y siendo una especie de aparcamiento y basurero “autorizados”. Comenzamos bien, diría.
Subiría por la calle de Balborraz (llena de vida y comercios) y al llegar arriba se toparía con una iglesia de San Juan que estaría rodeada de edificios. Es más, tendría un chapitel rematando su torre. El chapitel es esa estructura de color negro que todavía conservan las torres de San Vicente o San Cipriano, por ejemplo. Ya sabes de lo que te hablo, ¿verdad? Faustina también aprovecharía para mirar la hora pero ¡le han quitado el reloj!
Seguiría hacia el mirador que hay al lado de la iglesia de San Cipriano y apaga y vámonos, Faustina en 2024 tendría que ver un puente de piedra desnudo. Y no porque esté en obras, sino porque años más tarde (a principios del siglo XX) se eliminaron las dos torres de las tres que le quedaban y su pretil almenado. El puente de piedra que vemos no es el mismo que ella veía, así que sí, fliparía.
Continuaría por la rúa hasta llegar a la Catedral. En la fachada principal (la norte, la del atrio) estaría acostumbrada a mirar la hora en una torrecilla con chapitel y reloj, que ocultaban casi por completo el cimborrio. Hoy no podría hacer ese gesto de mirar qué hora era, si no que podría ver el cimborrio. Tal vez eso le resultase extraño o incómodo, quién sabe.
Todos estos elementos ahora mismo nos parecerían «añadidos» que nos harían explotar la cabeza pero que formaban parte de su imaginario colectivo. El patrimonio, en este caso las construcciones, se definen en nuestra imagen de una manera muy clara. Definen nuestra pertenencia a un lugar.
Soy la primera que flipó al ver construir la trasera del Teatro Ramos Carrión porque afectaba a mi percepción, a mi skyline de la ciudad de Zamora. De mejor o peor forma (el bonitismo lo dejamos para otra ocasión), ya forma parte de nuestro imaginario colectivo.
¿Cómo afectó la eliminación de la torre de San Leonardo, del reloj y del chapitel de San Juan o de las torres del puente de piedra al imaginario colectivo de las personas que vivían en Zamora en el momento en el que perdieron esa parte? Ya no hablamos de perder o no patrimonio cultural (fijaos que no he hablado de ningún monumento perdido al completo), si no de perder partes. ¿Cómo nos imaginamos la ciudad de Zamora dentro de 100 años?