Alzado sobre una zona elevada, al pie de un olivo, se viste el zangarrón de Montamarta. Uno de ellos, en realidad, pues este sábado coinciden los dos, el de Año Nuevo y el de Reyes. Casi pegados a esa escena, los personajes del Tafarrón de Pozuelo de Tábara piden por todos lados un imperdible mientras bromean con sus paisanos al lado del autobús. A unos cientos de metros de allí, la Filandorra de Ferreras de Arriba y la Visparra de Vigo de Sanabria prácticamente comparten espacio en una cuesta mientras esperan su turno y se preparan entre los trajes y las caracterizaciones propias de los primeros días del invierno. Hoy, toca lucir la tradición lejos de casa.
Todo sucede en Bemposta, donde confluyen 11 mascaradas de la provincia con más de 60 de otros puntos de España, Portugal, Bulgaria e Italia. Para ser justos, en realidad casi todas vienen del noroeste peninsular, del entorno de La Raya, que pasa por ser uno de los escenarios donde la resistencia de estos rituales ancestrales ha sido más fuerte. Zamora tiene un protagonismo importante, pero también Ourense, Bragança o hasta Cáceres, con su Jarramplas.
Durante todo el día, el pueblo portugués pegado a Fermoselle se convierte en una romería de honra a las mascaradas, con comida comunitaria, charlas sobre el origen y el desarrollo de los rituales, exposiciones que incluían piezas como las de José Javier Sánchez, de Sanzoles, un mercado de productos tradicionales y animación cultural y musical por todos los rincones.
Con estos ingredientes, el balcón con vistas a los Arribes se convirtió esta vez en una plataforma para observar de cerca las tradiciones de decenas de lugares que se han afanado por conservar el tesoro que les legaron sus mayores. Muchas veces, el 26 de diciembre o el 1 de enero se quedan cortos para verlo todo, y aunque contemplarlo en Bemposta no es lo mismo que mirar las tradiciones en su contexto, el desfile basta para hacerse una idea y para trazar el calendario del año que viene con lo que a cada uno le llame la atención.
El jaleo y el instrumental
El recorrido como tal se convirtió en un bullicio identitario con una mezcla de sonidos de cencerros, campanillas, tambores, gaitas, carracas o panderetas. Con más de 70 grupos, cada uno con su instrumental, el jaleo resultaba inevitable. En medio de ese jolgorio pasaron, además de los citados, otros representantes de Zamora como el Antruejo de Villanueva de Valrojo, el Atenazador de San Vicente de la Cabeza, la Obisparra de Pobladura de Aliste, el Toro de Carnaval de Morales de Valverde, el Caballico y el Pajarico de Villarino tras la Sierra, los Carucheros de Sesnández o la Fiera Corrupia de Almendra del Pan.
Junto a ellos, también desfilaron los tamborileros de Fermoselle y el grupo de gaitas «As Portelas» de Lubián, en lo que se convirtió en una sucesión de trajes, caretas, cuernos, animales, hombres de paja, tipos cubiertos de musgo, capas pardas, seres tiznados y otros cientos de personajes con ganas de jarana. Los más gamberros persiguieron y atizaron a un público entregado, que inundó los laterales y que se sumergió en la fiesta sin dejar de cuidarse las espaldas por si alguno de los participantes resultaba ser un poco más traicionero.
De fondo, la megafonía iba anunciando a los grupos que, más allá de la diversión, pudieron compartir experiencias, analizar tradiciones, profundizar en sus raíces comunes y unir lazos en esa tarea perenne de mantenimiento de lo de toda la vida en unos lugares donde la gente muchas veces escasea. El palpitar de Bemposta este sábado con todos ellos representó un chute de energía para pensar en que la vida tiene mucho recorrido por aquí.