Una vaquilla, siete cencerrones y un pueblo entregado a la causa. Con esa mezcla, ni la previsión de lluvia podía doblegar la voluntad de las gentes de Palacios del Pan por lucir un año más su mascarada de carnaval. El ritual se recuperó hace unos 20 años, tras casi otros tantos de vacío, y ahora se sostiene con firmeza amparado en el esfuerzo de quienes lo rescataron y en el apoyo de unos vecinos que no quieren que se vuelva a perder.
Bajo esa premisa, la comunidad que forma esta localidad de la Tierra del Pan, ejemplo del impulso por convertir el medio rural en un lugar más dinámico y más abierto a todo tipo de actividades, celebró una comida de hermandad, sorteó algunos premios y se lanzó a las calles en su Domingo Gordo para festejar su propia identidad.
Uno de los encargados de proteger esta fiesta, Felipe Fernández, recordaba unas horas antes de la salida que el ritual de Palacios debe enmarcarse dentro de las mascaradas de invierno, en el capítulo de los carnavales ancestrales: «Combina dos elementos: una vaquilla que ejerce como animal totémico; y siete cencerreros que ejecutan el rito de la fecundidad. Antigualmente, solían ser los quintos del año, que buscaban a las mozas casaderas para levantarles la falda y tirarles ceniza».
Fernández subrayó que, entonces, se trataba de un carnaval «peligroso para el público», en el que «había temor», porque «se pegaba con la tralla de atizar a los animales». Eso se ha suavizado en los tiempos modernos, pero no quiere decir que los asistentes salgan indemnes: «El que se arrima a la vaquilla se expone a un latigazo», aseguró el vecino de Palacios, antes de que todo sucediera una vez más.
En el miliario ubicado al pie del frontón, volvió a producirse la lucha de los cencerreros, nuevamente se erigió uno como ganador, se produjeron las carreras en busca de las cintas de la vaquilla, con el citado riesgo latente, y se sacrificó simbólicamente al animal antes de ir por las casas a pedir la limosna.
La monjonera por la mañana
Antes de la mascarada, los vecinos de Palacios del Pan recuperaron también la tradicional monjonera, que básicamente consiste en un trabajo conjunto para arreglar infraestructuras de utilidad común. Tal acción era obligatoria para los habitantes de la localidad hasta los años 60, pero incluso con el carácter voluntario actual, hubo que dividir a los hombres y mujeres en dos grupos por la elevada participación.
De este modo, algunos de ellos acudieron a «desmochar una encina» para sacar leña de cara a las actividades veraniegas y otros se desplazaron a la zona del pueblo antiguo, anegado por el embalse en los años 30, para recuperar las paredes del cementerio viejo. Esta última acción podría tener continuidad para conservar en mejor estado el único resto que queda del Palacios que se ocultó bajo las aguas.