Laura Botello Morte, Universidad San Jorge
Katalin Karikó es la flamante ganadora del último Premio Nobel de Medicina, junto con Drew Weissman. Para esta científica húngara, su vida personal y profesional nunca fueron un camino de rosas. Emigró a Estados Unidos, junto con su marido y su hija, sin nada más que unos 1 200 dólares escondidos en el osito de peluche de la pequeña.
En la Universidad de Pensilvania, trabajó duro. A pesar de ello, fue degradada a puestos inferiores, mientras sus compañeros ascendían. Incluso, en alguna ocasión, tuvo que escuchar que su carrera estaba acabada. Su perseverancia, su esfuerzo y sus ganas de luchar le mantuvieron a flote. Un encuentro casual en la fotocopiadora con el inmunólogo Drew Weissman dio lugar a una fructífera colaboración entre ambos. Él creía en ella y ella creía en él. Así consiguieron, muchos años después, que su trabajo fuera reconocido con el mayor premio que un científico puede recibir: el Nobel.
A Rosalind Franklin le robaron el cuaderno… y el Nobel
Pero no siempre ha sido así. Y si no, que se lo digan a Rosalind Franklin. Ella fue una pieza clave en el descubrimiento de la estructura de la doble hélice del ADN, al realizar la famosa Fotografía 51.
Sin embargo, la científica tuvo que aguantar desplantes, críticas e incluso bromas por su aspecto físico, sólo por ser mujer. La leyenda cuenta que sus compañeros Watson y Crick descubrieron la estructura del ADN tras obtener datos del cuaderno de laboratorio de Rosalind sin su permiso y bajo dudosos métodos, con la colaboración de su superior, Wilkins. Juntos recibieron el Nobel de Medicina en 1962, sin Rosalind. En el discurso del Premio Nobel, ni siquiera mencionaron a Rosalind. El propio Crick reconoció, años más tarde, que su descubrimiento habría sido imposible sin el trabajo de esta gran investigadora.
Lamentablemente, Rosalind murió de cáncer cuatro años antes, a los 37 años, posiblemente por la exposición continua a la radiación durante todos sus experimentos. Lástima que los Premios Nobel no se concedan a título póstumo.
Curie, la primera mujer Nobel
Algo parecido le iba a suceder a Marie Curie. Se hubiera quedado sin Nobel, de no ser por su marido Pierre Curie. Este fue contactado por el Comité para recibir el premio Nobel de Física en 1903 junto a Becquerel, sin convocar a Marie. Sin embargo, Pierre ensalzó ante el Comité el imprescindible papel que había jugado ella en las investigaciones realizadas. Les dijo que Marie era merecedora del premio, incluso más que él mismo.
De este modo, Marie Curie se convirtió en la primera mujer en ganar un premio Nobel. Años más tarde, ganó su segundo Nobel, esta vez en Química en 1911. Fue la primera persona en ganar dos premios Nobel en categorías diferentes, y la única mujer en hacerlo hasta el día de hoy. Curiosamente, su hija Irène Joliot-Curie también logró el Nobel en Química en 1935 junto a su marido. Realmente, toda una familia de Nobel.
Luchar para conseguir el reconocimiento
Katalin Karikó, Rosalind Franklin y Marie Curie son solo tres ejemplos de grandes mujeres que llevaron a cabo una incesante lucha para que su trabajo fuera reconocido en un mundo históricamente reservado a los hombres.
La brecha de género y el techo de cristal han existido desde siempre en ciencia. ¿Quién no tiene en mente la famosa fotografía del Congreso de Solvay de 1927, con las eminencias científicas de la época, como Einstein, Schrödinger o Bohr? Se puede tomar como un juego de agudeza visual encontrar en la imagen a la única mujer presente, Marie Curie, entre los 28 hombres allí sentados.
Lo más triste es que, en pleno siglo XXI, la brecha de género en ciencia es aún claramente patente a nivel internacional. Entre 1901 y 2023, sólo 65 de los 1 000 laureados con el premio Nobel han sido mujeres. Eso supone que solo un 6 % de estos premios han sido entregados a mujeres. Un dato llamativo, considerando que son los galardones más reconocidos a nivel internacional.
Sin embargo, no hace falta irnos al más alto nivel de reconocimiento en ciencia para encontrar esta brecha de género. Un estudio reciente sobre la situación de las jóvenes investigadoras en España, llevado a cabo por el Observatorio Mujeres, Ciencia e Innovación –adscrito al Ministerio de Ciencia e Innovación– indica que esta brecha todavía existe. Las razones que propone son variadas, y contemplan desde aspectos estructurales como la configuración de los contratos de investigación o problemas de conciliación y maternidad, hasta ambientes sexistas e, incluso, situaciones de acosos sexual y por razón de sexo.
En cuanto al techo de cristal, aunque hay muchas mujeres científicas, son pocas las que alcanzan puestos de dirección o liderazgo. Según otro estudio llevado a cabo por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, solo el 36 % del personal investigador docente funcionario son mujeres. Mayor es la brecha si se valora en concreto el personal catedrático, el más alto escalafón en la Universidad, donde solo el 22,5 % de las plazas las ocupan mujeres.
Para romper ese famoso techo de cristal que impide el desarrollo profesional de la mujer en el ámbito científico, hay que promover que las niñas elijan carreras relacionadas con la ciencia.
Karikó, Curie o Franklin deben servir como ejemplo de lucha y esfuerzo para todas las niñas de hoy en día. Gracias a su perseverancia, ellas consiguieron en cierto modo superar ese techo de cristal. Necesitamos más niñas como ellas.
Laura Botello Morte, Personal Docente e Investigador de la Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad San Jorge
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.