El Carnaval de Toro, el Carnaval de Toro… ¿qué tendrá este pueblo con el Carnaval? Es una de las tradiciones y fiestas más arraigadas entre los cermeños, que ha resistido incluso a los años más oscuros de la historia reciente de este país. Pero eso lo dejamos para otro día.
Alguno se preguntará si merece la pena celebrar Carnaval este año, después de lo que se ha vivido en las últimas semanas, de lo que se ha sufrido. Y, lo cierto, es que es ahora, más que nunca, cuando nos tenemos que agarrar al Carnaval, a esos días donde el pueblo se llena de color. De colores, mejor dicho, de colores, de coplas y de parodias. De Carnaval. Un Carnaval que no olvida lo que ha pasado, todas las personas que se nos han ido. Pero también es un Carnaval que recuerda y honra a cada uno de ellos, como buenos cermeños, y que sirve de apoyo y consuelo: no es justa, nada justa, y tampoco lógica, pero la vida sigue avanzando, y nos tenemos que aprovechar como podamos del color que pueda aparecer.
Un color que, por suerte, todos los años vuelve a este pueblo por febrero, por Carnaval. Una fiesta que ha sobrevivido durante décadas, con su propia forma de ser, con sus propios personajes típicos. Aunque parece que va flaqueando por momentos, que se desmorona como ese muro de adobe que nadie ha cuidado y se ha abandonado.
Cada vez hay menos gente, cada vez más mayores y cansados. Nos hemos acostumbrado y acomodado a disfrutar de algo que nos ha sido legado, pero sin preocuparnos por custodiarlo y mantenerlo. Pero entonces, ¿está todo perdido? No, chiguitos, no. Sigue quedando gente que resiste y cuida del Carnaval. Y no poca. Solo hay que ver el nivel y la afluencia del desfile de los niños, el Lunes, en las Murgas y copleros cantando por las calles, en el empeño de esos típicos y típicas que aguantan en el desfile del Martes, en las Parodias, en la Boda… Y también se ve el sábado por la noche, en el gentío que baja la plaza al son de la charanga, en los disfraces y teatrillos tan elaborados.
En ese ratico, todo se llena de color y música, pero el Carnaval no es solo esa noche. Esos disfraces y parodias tienen también cabida en otros momentos de la fiesta. El traje y el teatrillo están montados… ¡salid a disfrutar más tiempo de ellos y del Carnaval!
En la pegatina de una peña de San Agustín se podía leer «ya me jodería no ser de Toro». Pero es que ser de aquí, igual que de cualquier otro lado, hay que trabajárselo. Toro es más que las fiestas de San Agustín y la Vendimia. Es Carnaval.
Y el Carnaval es Toro, como en aquel cartel que anunciaba la fiesta, porque nos parecemos bastante: ruidosos (musicales más bien) extrovertidos, teatreros, cermeñamente copleros. Es un Toro vivo, es algo vivo. El Carnaval se vive y se interpreta. Es esperar todo un año para salir a disfrutar, como solo se disfruta ese fin de semana, para mimetizarnos con el personaje de ese año y dejar a un lado la rutina, y las desgracias. El Carnaval se aprende, y, algún día, tendremos que transmitirlo y enseñarlo. Es acordarnos de aquellos que ya no están, pero que nos enseñaron a vivir esta fiesta y compartieron bailes y coplas. Es recordarlos con cariño y alegría, es honrar el tiempo que estuvieron con nosotros. Es brindarles una copa, una parodia, un baile, una copla o una bobadorra. Es coger fuerzas para lo que queda de año, es resistencia. Es aguantar agarrando ese color de la vida, aunque este año brille menos. Es cuidar nuestro color, que para eso somos cermeños.