Con el sol ya escondido, pero a la luz del fuego, las águedas de Andavías cumplieron con la tradición que heredaron de sus mayores y brincaron, como cada 6 de febrero, por encima de la hoguera encendida. El salto del piorno, cuyas raíces se hunden en la historia de una cofradía que se remonta cerca de 300 años en el tiempo, volvió a reunir a las gentes de la localidad en torno a las llamas para ver cómo las protagonistas del ritual pasaban al ras del peligro: «¿Qué has hecho, que vas ardiendo?», se escuchaba entre los corrillos mientras el público observaba una escena identificativa para la localidad.
El cronista de Andavías, José Antonio Mateos Carretero, defiende como una de las hipótesis plausibles que el salto del piorno venga de la mano de la cofradía desde su fundación sobre 1732. Lo que tiene claro es que ejerce como «elemento diferenciador y exclusivo de la localidad» sin que exista una explicación concreta de los motivos de su existencia, más allá de la intuición vinculada a que Santa Águeda murió tras ser arrojada sobre carbones al rojo vivo y lanzando alabanzas a Dios, como indica el experto.
Quizá de entonces, y de la historia de la fe de las gentes de Sicilia (Italia) en la intervención de la santa para evitar que una erupción del Etna arrasara la ciudad de Catania, venga este ritual vinculado al fuego que ha arraigado con vigor en Andavías y que se ha convertido en una de las tradiciones sobre las que gira el presente de una cofradía cuyas mujeres volvieron a demostrar que, vestidas de faena, dejan el miedo en casa.
Y eso que esta vez tuvieron que saltar casi a tientas por culpa del retraso del cáterin que les traía la comida para su habitual encuentro previo de hermandad. La tractorada impidió que el transporte llegara a tiempo y el momento se retrasó algo más de una hora. Suficiente para decir adiós al sol, dar paso a la anochecida y ofrecer una nueva estampa de este festejo que atrae a los adultos e impresiona a los niños.
Las generaciones que vienen
De hecho, sobre todo ellas, las chicas aún en edad escolar que un día podrán tomar el testigo de sus madres y abuelas, se implicaron desde sus posibilidades en la tradición y, vestidas con trajes tradicionales, algunos de ellos muy antiguos, pasaron del brazo de sus familiares por encima de pequeñas brasas. Un tránsito inolvidable para ir experimentando con el ritual y para ir introduciendo la llama de las águedas por lo que pueda venir en el futuro.
Quizá, en algún momento, el mando pase a sus manos, como ha estado durante este año en las de Rosario Vicente, primeriza en eso de adquirir la responsabilidad en la cofradía: «Ha sido un poco difícil conseguir que todas estuviéramos conformes, pero siempre da un poco de pena dejarlo», indicó esta mujer, andaviana de acogida, pero sentimentalmente unida ya a rituales como el del piorno: «Esto se movió un poco para que fuera de interés turístico regional, pero es difícil; a ver si lo podemos hacer», apostilló.
El testigo pasa ahora a compañeras como Soraya Martín o Sara Cabezas. Esta última, que lo toma por primera vez, admitió que el salto del piorno es algo «muy sonado» que se convierte en el elemento que «más llama la atención» de los festejos en Andavías. «Lo que hacemos nosotras es seguir las costumbres que han pasado de boca en boca», recalcó la águeda que hereda el mando, como en su día recibió el legado de su madre, Inés, para formar parte de la cofradía: «Las primeras veces siempre son especiales y tengo mucha ilusión de poder hacerlo bien», apostilló.
La tarea exige trabajo y preocupaciones antes de que lleguen el baile, el confeti que acaba en las partes del cuerpo más insospechadas, la fiesta y el fuego. Todo vale la pena por perpetuar una costumbre que, en Andavías, ya nadie sabe quién introdujo.