Higinio Vázquez (El Pego, 1930) apenas oye nada. Hablar con él es un reto en el que su sentido del humor y su lucidez combaten con una sordera que el propio afectado define como «terrible». «Me defendí bien con el oído izquierdo hasta hace cuatro o seis años, pero ahora no puedo ni establecer contacto con algunos de mis nietos», se excusa el escultor. Aún así, sus ganas de hablar, su carácter afable y las historias que van dando forma a su obra interminable se imponen en esta mañana de miércoles primaveral, aunque sea enero en el barrio madrileño de Hortaleza.
Allí, en un rincón sin glamour, se esconde un almacén que en realidad es un museo: esculturas, maquetas, dibujos, carteles, ensayos, fotografías… El mundo de Higinio Vázquez se concentra en una sala en la que uno no sabe dónde mirar: por allí, la obra de la Caja de Ahorros de Zamora a tamaño real; por allá, las maquetas de los pasos de Semana Santa; del otro lado, unos cristos; hacia el fondo, unas pruebas del encargo para la Universidad Autónoma de Madrid. El local está atestado, pero ordenado. Y merece una visita guiada con el creador.
«Higinio es humilde, pero no me cuesta nada decir que es mucho Higinio», arranca el escultor tras ver el rostro de estupefacción de sus visitantes. Y luego estalla en una carcajada larguísima: «Soy un pequeño cachondo». El artista tiene la intención de enseñar su obra, pero antes quiere explicarla. A través de una dinámica de preguntas escritas y respuestas orales, aquel joven que salió de Zamora para trabajarse una carrera artística en el Madrid de los 50 va desgranando su propia trayectoria.
De la fábrica de don Marciano a Madrid
«Cuando hice las Bellas Artes y la mili, primero me ubiqué en Zamora. No sé si llegasteis a conocer la fábrica de galvanoplastia de don Marciano Fernández en la calle Héroes de Toledo (ahora, Regimiento de Toledo)», plantea el escultor. Ante la negativa, continúa: «Hacían una decoración que parecía de plata y la vendían en las joyerías. Allí estuve dos años e hice ocho o diez modelos que costaban lo suyo», repasa Vázquez, que decidió dar un giro a su vida mientras paseaba un domingo por el Alto de los Curas.
«Mi ángel de la guarda me dijo: Higinio, ¿qué haces en Zamora? Entonces, al día siguiente le dije a don Marciano que me iba a Madrid», resume este hombre de El Pego, que había decidido quedarse en España, a pesar de que toda su familia emigró a Argentina. Los inicios en la capital fueron duros y el artista se vio obligado a «deambular por habitaciones» y a pasar algunas estrecheces en su primer estudio: «Pasé hambre un par de veranitos, pero eso fortalece y edifica. A partir de ahí empecé a trabajar y, ya veréis, es muy densa la labor de Higinio».
Como ya habrá percibido el lector, Vázquez habla de sí mismo en tercera persona, pero no lo hace ufano, sino divertido. Y eso que tendría razones para mostrar una cierta arrogancia. Este escultor tiene obra civil y religiosa en 39 provincias españolas, ha trabajado con decenas de instituciones públicas, con universidades, con cofradías, con bancos y con cientos de particulares: «Es un obrón», resume Higinio, antes de volver a partirse de risa.
Tanto trabajo acumulado evidencia que Vázquez no es un niño: «Cumplí 18 el otro día», vuelve a bromear. «Ya son 93 y no me quejo, voy tirando, pero es indudable que me estoy preparando», añade más serio. El almacén en el que tiene lugar la charla pertenece al artista desde hace 52 años, aunque antes también tuvo un estudio en el centro de Madrid donde ideó gran parte de sus creaciones: «Fui subiendo y ya no me dejaron en paz», señala el escultor, que mira a su alrededor y destaca el esmero con el que conserva su obra: «Poco a poco, me fui ordenando».
El control de sus obras
Y vaya si aprendió a hacerlo: «Lo tengo todo bastante controlado. Esto es un pequeño museo y os falta lo que no se ve. Tengo hasta dibujos que hice en el instituto con 11 años», asegura el artista zamorano, que aclara que «cada trabajo, cada encargo, tiene su memoria y sus ideas». Sin más explicación, Higinio Vázquez se levanta, saca una carpeta de un cajón y la abre: en su interior, aparecen unos folios escritos a mano, pero perfectamente organizados, con todas sus creaciones, el material utilizado, el año y el destino. Con lo del orden no bromea.
Mientras echa un vistazo a su propio currículum artístico, Vázquez reflexiona: «Las obras más importantes que tengo son la de la Autónoma de Madrid y la de la Caja de Ahorros de Zamora, pero también hay 37 actuaciones mías en León. He hecho de todo. Solo me ha faltado…». El escultor frena y vuelve a reír con ganas: «Me río de las cosas que se me vienen a la cabeza, pero en definitiva no he despreciado ningún trabajo: monjas, curas, ayuntamientos, diputaciones, ministerios…», enumera.
«No somos perfectos. Pasa el tiempo y me doy cuenta: madre mía, Higinio, qué es lo que has hecho»
Higinio Vázquez, sobre el cartel de la Semana Santa de Zamora 2019
Y sí, también carteles de Semana Santa. El de 2019 para Zamora, con la cara de un Cristo con corona de espinas y unas manos por delante, causó cierto revuelo. No le gustó a todo el mundo, ni siquiera a su autor: «No somos perfectos. Pasa el tiempo y me doy cuenta: madre mía, Higinio, qué es lo que has hecho. El cartel no estaba bien y me dio por reproducirlo, tengo otra versión. Me considero un obrero del arte, pero de dos tiempos. Con el paso de los años, vas valorando las ideas, el poso se asienta y ahora disfruto corrigiendo lo que yo mismo he hecho», asevera.
El cartel alternativo aparece ahora al lado del original como evidencia de que no todo sale a la primera como uno espera. Un ejemplo de esa realidad reside en las vidrieras. «Tuve que aprender con Luis Quico. Estuvimos durante tres años y ahora considero que tengo unos bocetos bastante decentes», sostiene Vázquez, a quien los encargos ya le «pesan», pero que mantiene fresca la memoria para ofrecer muchos detalles sobre los proyectos clave que han marcado su vida como artista.
La intrahistoria de la obra para la Caja de Ahorros de Zamora
El de la antigua Caja Provincial de Ahorros de Zamora (1987), ubicado al pie de la Delegación Territorial de la Junta en la Marina, es uno de ellos. En el almacén se encuentran la maqueta y una reproducción a tamaño real: «Cuando la entidad hace su gran edificio, el arquitecto Lucas Espinosa había proyectado dos relieves a cada lado y pensó en los mejores escultores de España en esa época: Oteiza, Chillida o Subirachs. Finalmente, desistió de esa idea y nos enfrentaron a José Luis Coomonte y a mí», narra Vázquez.
En esa tesitura, «hubo una reunión de unas diez personas con representantes de la Caja, el arquitecto, el aparejador» y los dos artistas. La idea de los promotores era que Vázquez y Coomonte ejecutaran la obra artística de forma conjunta: «Decidimos que no, que uno u otro. Y así fue. Luego quedamos en hacer el proyecto a una escala 1:5 y yo me opuse frontalmente porque era una barbaridad. Ya llegando a Madrid, convencí por teléfono al arquitecto y a José Luis para hacerlo a 1:10 y ahí tenéis la maqueta», señala.
Higinio Vázquez presentó «tres ideas» y le dieron el encargo «por unanimidad». «Pero un momento, había un presupuesto de 14 millones de pesetas y yo di una cantidad de 36», advierte el artista, que admite que se lo jugó todo: «Tuve suerte y lo aprobaron», añade el zamorano, que celebra, además, que algunas de las ideas que les ha transmitido a los arquitectos durante su carrera «se han llevado a efecto».
«En el caso de la obra de Zamora, Lucas Espinosa tenía la reja de entrada movida solo para un lado. Entonces, me fui expresamente hasta allí con la idea de abrir las rejas en dos mitades, porque si no le quedaba el hall desvencijado. Se aprobó y empecé la maqueta, que cuesta trabajo y cuesta dinero. Di un tiempo de ejecución y fuimos con un importador de mármol y un ingeniero de caminos. Me retrasé dos meses, pero lo admitieron, me dejaron trabajar a gusto e hice lo que quise», rememora el escultor, que no olvida pese a los años.
Por si acaso, hace unos meses, Vázquez regresó a Zamora para ver una vez más su creación: «Fui con José Andrés Casquero y me quedé emocionado. Coño, Higinio es capaz de hacer todo esto», reivindica el artista, que a continuación, como si quisiera vender sus obras de mayor valor, saca un libro en el que aparecen referencias a sus esculturas para la Universidad Autónoma de Madrid: «Esto fue en 1971, once piezas, solo me pidieron que no se repitiera nada. Cuando el arquitecto me lo encargó, me di cuenta de lo importante que era para mí», explica.
El creador defiende que todo lo que ha hecho «ha tenido un sentido», tanto lo civil como lo religioso: «Yo no creo en cuentos, pero tampoco soy ateo», matiza, antes de repasar sus «obrones» para las monjas de Valencia y de insistir en un mensaje propio de quien entiende que todo se agota: «Yo el tiempo lo tengo ya contado y estoy preparando el refugio, pero ahora vamos a dar un paseo por el almacén, dejad todo aquí».
El detalle del almacén
La visita guiada con Higinio Vázquez por su refugio artístico se convierte en una sucesión de detalles, aclaraciones didácticas, anécdotas y descubrimientos. El artista muestra, por ejemplo, varias de las maquetas que creó para la Autónoma, con ideas que no llegaron a ver la luz, pero que conserva en su almacén. También invita a los visitantes a levantar piezas de hierro fundido, a entender cómo hay que tratar la madera en uno de sus cristos a tamaño real o a comprobar que la Semana Santa también forma parte de su bagaje.
De hecho, en Zamora, aparte de haber ideado varias obras civiles más, como algunos relieves o murales de cerámica, también es el autor de la Virgen del Encuentro (1993), de La Coronación de Espinas (1999) y de El Lavatorio (2001). En León, otra imagen de la Pasión, en este caso datada en 1977, también lleva su firma. No hay que olvidar que «Higinio es mucho Higinio».
Por el camino, van emergiendo también retratos pintados hace más de 70 años, bronces de torsos de mujer, cristos de hormigón e incluso el cartel de las Ferias y Fiestas de San Pedro de 1994, que también es de Higinio Vázquez. Al lado de ese diseño, llama la atención una fotografía en la que el creador posa junto a Antonio Pedrero: «Le saco nueve años», comenta en otro alarde de buena cabeza: «Es un diablo Antonio, qué majo es. Ha de tener una psicología especial para haber trabajado como artista en Zamora. Es amigo de todos», abunda.
De repente, Higinio se detiene, reflexiona unos segundos y lanza la pregunta que no se va de su mente en estos tiempos: «Oye, ¿y dónde va a parar esto? Estoy dándole vueltas porque es mi vida y mis hijos no…», deja en el aire el escultor, en referencia a toda la obra que acumula entre las cuatro paredes que le observan.
– ¿Le gustaría que estuviera en Zamora?
– No estaría nada mal. Voy a dar un paso ahora en la Comunidad de Madrid. Hay que ver lo que supondría que esto pudiera desaparecer, toda mi vida enterrada para nada. Eso no lo admito. Voy a hacer otro movimiento bueno y efectivo en León, porque tengo contactos muy importantes.
Tan rápido como se centró en este asunto, Vázquez regresa al contenido del almacén. El artista de El Pego muestra alguna que otra obra no realizada, «una variante de un Cristo que está hecho en un pueblo de León» y dos bustos que le tocan el corazón: «Mira mis padres, están tal cual. Toda mi familia está enterrada en Buenos Aires, pero a mi madre la retraté durante 22 días en un viaje que hice a Sudamérica hace 43 años. A mi padre, que era de Fuentelapeña, lo cogí aquí mismo cuando vino a Madrid diez años después», contextualiza el autor.
El «tour» por este museo particular entra en su recta final: «Estáis invitados a comer», advierte el escultor antes de dar las últimas pinceladas: «Esto está en la Academia Militar de Zaragoza, aquello fue un encargo para el Hospital Princesa Sofía de León, de ese Cristo extraño se enamoró una zamorana y lo fundí…». Vázquez ha hecho piezas hasta para el Papa. «A veces, también Higinio pensó que era un genio muy pronto y esto que era para un colegio de San Sebastián…», se reprocha sin herirse, siempre con la carcajada al cierre.
«Te estás hinchando eh», le dice de repente al fotógrafo, antes de reírse por penúltima vez, mientras regresa al principio para contar cómo don Marciano se forraba al vender sus relieves. «Desde el principio, Higinio se daba cuenta de lo que se jugaba. Pero bueno, ya voy teniendo hambre. ¿Y vosotros».