Hace un día desapacible en La Carballeda. El viento trae la lluvia racheada, en uno de esos ratos particularmente incómodos para quien lleva gafas, y el panorama invita a buscar cobijo. En Rionegro del Puente, el techo más cercano se encuentra en el bar La Vereda, un establecimiento que echó el cierre hace unos meses, pero que ha vuelto a renacer con el empuje de una sociedad especialmente implicada en la vida del pueblo. Según el censo, aquí residen 141 vecinos, pero hay hasta seis asociaciones activas. Y no es la única sorpresa que esconde la localidad.
En una de las esquinas del bar, bien resguardadas del frío, aparecen varias mujeres. Tres de ellas se separan para charlar. Son Carmen Sánchez Contra, Isabel Álvarez Nieto y Adela Mateos Felipe. Todas tienen en común su pertenencia a Kurunda, la asociación de mujeres del pueblo, aunque alguna también compagina esa militancia con su participación, por ejemplo, en el colectivo de los Caminos de Santiago o en la asociación cultural Diego de Losada, la más antigua de Rionegro (1981).
Además de estas, en el pueblo operan igualmente una asociación orientada al ciclismo de montaña, un colectivo de jubilados y otro grupo vinculado a la caza: la ratio es de una asociación por cada 24 habitantes, más o menos. Las tres mujeres citadas añaden que, además, existe un club de lectura, llamado «Letras por La Carballeda», que se desarrolla en la biblioteca municipal; se ofrecen clases de informática dos días a la semana y existe un aula para asistir a clases de la UNED Senior. No falta de nada, y todavía queda.
La brecha entre lo urbano y lo rural
Pero antes de abordar los recursos del pueblo, toca hablar de asociacionismo, de arraigo, de cultura, de una vida rural alejada del estereotipo. «Nosotras llevamos 21 años como asociación. En su momento, percibimos que las mujeres teníamos nuestros pequeños grupos, pero que no se salía mucho. Se notaba la brecha entre lo urbano y lo rural, así que decidimos intentarlo y empezamos primero a organizar cursos: manualidades, talleres de telares; cosas que aquí no llegaban», explica Isabel Álvarez, presidenta de Kurunda.
Ese carácter inicial ha ido mutando con el paso del tiempo, «se ha abierto el foco de la asociación» y se han incorporado incluso socias de otros pueblos del entorno: «Más allá de lo que hacemos, también es saber que estamos aquí, hacer un poco de piña», explican las mujeres de Rionegro, que de un tiempo a esta parte se han implicado en talleres contra la violencia de género, en acciones para combatir los problemas de salud mental o en propuestas vinculadas a jornadas como el Día de la Mujer, el Día de la Mujer Rural o el Día Internacional contra la Violencia de Género.
Todo ello, combinado siempre con una inquietud por acercar determinados temas a la gente: «Las personas que vivimos en los pueblos sufrimos una discriminación en el acceso a la cultura», explica otra de las asociadas. Desde Kurunda estiman que las instituciones deberían implicarse más, principalmente porque colectivos como el suyo «llegan donde llegan». Y, por financiación, no siempre es todo lo lejos que querrían: «La cultura fija población, es arraigo y facilita que se queden los jóvenes», apostillan.
Colaboración con la Coordinadora Rural
Esas dos patas de su propuesta, la de organizar actividades recurrentes o vinculadas a determinadas fechas y la de apostar por la cultura, se unen a la voluntad colaborativa que se encuentra en la razón de ser de Kurunda. Integradas en la Coordinadora Rural, estas mujeres apoyan acciones como la formación en conocimientos digitales a las personas del medio rural, particularmente en lo tocante a la forma de relacionarse con la Administración. El mundo es cambiante, y no solo varían los comportamientos en las ciudades.
En esa línea de tejer redes, desde Kurunda respaldan igualmente la posibilidad de compartir recursos con colectivos de otros pueblos, tanto materiales como de ideas, y defienden acciones como la excursión que organizaron con motivo del Día de la Mujer Rural a Guimaraes, en la que compartieron tiempo y espacio con representantes de otros pueblos: «Los cargos, en femenino, son cargas y estuvo bien relacionarnos, charlar, saber las unas de las otras», rememora Isabel Álvarez.
El Palacio de Losada
Después de una larga charla al abrigo del bar, llega la visita a las instalaciones. Kurunda y otras asociaciones cuentan con distintas dependencias, salas donde organizar sus encuentros y sus reuniones. Pero el recorrido incluye un paso por el albergue de peregrinos, remozado a un nivel inalcanzable en muchas otras paradas rumbo a Santiago, y sobre todo un «tour» por el Palacio, el lugar donde nació hace más de 500 años Diego de Losada, fundador de Caracas y figura histórica de Rionegro por antonomasia.
La asociación que lleva su nombre organiza cada año un premio de poesía, otro de fotografía y, sobre todo, el de pintura, que lleva 35 ediciones y que otorga un primer galardón dotado con 7.000 euros. Las obras acumuladas durante años por el pueblo merced a este certamen se exponen en una de las salas; en otra, hay un museo etnográfico; abajo está la biblioteca con la zona para la UNED; y en otra estancia aparte emerge el salón donde se reúnen los jubilados. Rionegro sigue teniendo 141 vecinos.
Conscientes de su volumen de recursos, no siempre lo suficientemente bien aprovechados, según deslizan, las mujeres de Kurunda apuntan una última cosa en la despedida: «Las asociaciones somos elementos dinamizadores de los pueblos. Sin nosotras, las localidades sí que podrían estar muertas. Funcionamos como un servicio social y por eso necesitamos ayuda», zanjan antes de escapar del viento y del agua racheada.