Vanesa Domínguez llega sin avisar a casa de su madre. Y no por despiste ni por ganas de darle una sorpresa: «Llevo intentando llamarla desde ayer por la tarde, pero nada, no hay línea. Quería decirle que veníamos a comer, pero no ha sido posible», explica esta mujer, residente en Zamora capital, que comenta todo esto puesta en pie sobre un pequeño murete de piedra, por si a la cobertura le da por aparecer. La escena discurre en Ufones, una localidad de Aliste perteneciente al municipio de Rabanales. Allí, otro corte del fijo, unido a la carencia de cobertura en las casas, ha vuelto a poner en jaque a los vecinos.
Con poco más de 20 habitantes de continuo, este es un lugar muy envejecido. Varias de las casas están pobladas por una sola persona de edad avanzada, lo cual confiere un mayor impacto a los cortes telefónicos recurrentes que padece Ufones. Su alcaldesa pedanea, Marga López, explica que el problema se encuentra en la centralita, que está «obsoleta y abandonada». «Cada vez que hace aire, pasa algo, se se suelta algún fusible y nos quedamos sin línea fija», señala la representante local, visiblemente molesta con el tema.
López asegura haber dado «por lo menos ocho avisos» en los últimos tiempos, a la vista de que el arreglo no llega: «Esto tendría que estar solucionado desde hace mucho tiempo. No pueden dejar a un pueblo así», clama la alcaldesa pedanea, que afirma que han llegado a estar desconectados durante periodos de cinco días. Esta vez, la expectativa es que la solución llegue el lunes, pero a saber.
La campaña y la avería persistente
Esta serie de circunstancias ya llevaron en su día a Ufones, de la mano del municipio de Rabanales, a lanzar la campaña del «pueblo apagado o fuera de cobertura», una acción que pretendía visibilizar los problemas que padece esta tierra transcurrido ya casi un cuarto del siglo XXI. El altavoz funcionó para difundir la realidad, pero la avería cotidiana persiste. Y Marga y sus vecinos están hartos.
Ya con los pies en el suelo tras bajar del murete, Vanesa Domínguez se pone seria para enumerar algunos de los problemas que genera esta incertidumbre con la conexión telefónica: «Yo trabajo en la residencia de Rabanales y, si no hay teléfono, todavía puedo acercarme a ver qué tal está mi madre. Pero esa vecina de ahí tiene a toda su familia para la zona de Soria, y luego está la gente cuyos hijos viven en Madrid y Barcelona», señala la mujer.
Domínguez indica también que todos estos problemas con la cobertura impiden, por ejemplo, que su madre tenga uno de esos botones con llamada de emergencia y que incluso le tuvieran que retirar un reloj con unas funcionalidades similares que le habían traído para su seguridad al residir sola en su casa del pueblo: «Nos dijeron que no iba a funcionar y que no tenía mucho sentido dárselo», rememora su hija, que alude a la posibilidad de que se produzca una caída en el domicilio o algún problema mayor.
Vendidos por la noche
En días en los que el fijo está cortado, una persona mayor en esa tesitura, apenas tendría la posibilidad de intentar arrastrarse hacia la calle en busca del auxilio de algún vecino. Si es de noche, ese intento encontraría poquísimas posibilidades de éxito y obligaría a movilizar a alguien que tuviera coche, al menos para subir hacia algún lugar donde llamar a las emergencias.
Ese asunto tiene preocupada a la madre de Vanesa Domínguez, María Moral, que lo dice bien claro: «¿Y si nos pasa algo por la noche? Si cuando vienen estás muerta, pues muerta», advierte esta mujer de 76 años, que vive a gusto en el pueblo, según su propio testimonio, pero que, como muchos otros por aquí, sigue estupefacta ante el hecho de que nadie haya venido a arreglarles ya un problema tan básico y tan reiterativo.
Antes de regresar dentro, Vanesa Domínguez aporta otro comentario muy común cuando se trata de analizar problemas de este tipo en los pueblos: «Luego quieren que la gente se mude aquí», desliza la mujer, mientras sus hijos corretean por la entrada de la casa: «A ver cómo van a querer venir ellos», zanja.