Durante más de una hora, Enrique Ferrero da vueltas en círculo alrededor de unos bancos llenos de postres, bebidas, huevos, empanadas, embutidos, quesos latas y hasta turrones. Hay de todo. El joven dirige la subasta de todos esos productos con soltura, jalea al público y ayuda con el pique si hace falta, aunque a veces eso le haga llevarse para casa más artículos de la cuenta. Por el camino, va esquivando al gurriato y a los pollos que le han puesto en medio de su ruta y continúa con los gritos hasta que alguien da la cifra tope: «¡Y más vale!», brama.
La escena tiene lugar al pie de la iglesia de San Justo y Pastor de Domez, y antes que Enrique ya la repitieron otros muchos vecinos de esta tierra, de la generación presente y de las pasadas. Los mayores del lugar todavía recuerdan las historias de sus padres sobre esta subasta en honor a San Antonio Abad, que ahora se traslada al sábado más cercano al 17 de enero para poblar bien los bancos centrales de productos donados por la gente del pueblo. Todas las familias se implican. Y la sensación es que el fervor y el dinero son lo de menos; puede el arraigo.
En la mañana de este 20 de enero, desde luego, la entrega de las gentes de Domez resulta llamativa. Ni un lote pasa en blanco. Los organizadores hacen packs de dos o tres productos, como un vino y unas pastas o una longaniza y un aguardiente, y los vecinos, que forman un amplio corro en torno a la subasta, van gritando cifras. Muchos salen por un precio de entre 10 y 20 euros, pero es que las donaciones se cuentan por decenas.
El sistema de la subasta
¿Pero de dónde salen todas esas entregas en especie? «Cada año se nombran unos mayordomos y, desde hace nueve o diez años, también mayordomas. El día anterior, vamos por las casas del pueblo a buscar la limosna que la gente le quiera dar al santo, que normalmente es en especie para que se pueda hacer la subasta. Y ya a la jornada siguiente se realiza la bendición de animales, la misa con procesión y la puja», explica de forma didáctica precisamente una de las mayordomas de este año, Susana Barroso, que aparece ataviada con un traje tradicional.
La joven de Domez señala que la implicación de la localidad es total. Por eso se hace un sábado, para que todo el mundo, incluido quien no vive de continuo en el pueblo, pueda asistir a la tradición: «Es la fiesta más grande que tenemos después de la de agosto y junto a la del Corpus», aclara Barroso, que asegura que, cada año, se suelen sacar unos 2.000 euros «limpios» de la subasta más otra cantidad para pagar el convite vespertino y la música folclórica que acompaña toda la subasta.
Ese dinero restante se utiliza después para sufragar los gastos de mantenimiento del templo, principalmente la calefacción, aunque también pequeños arreglos como la posible aparición de goteras.
«Antes se daba cocedura»
Para cuestiones más antiguas, Barroso recurre a Andrés Baz, un habitante más veterano que siempre conoció esta fiesta, aunque no siempre con los mismos productos dentro del círculo: «Mira, ahí va un jamón. Ahora, como la vida ha evolucionado, la gente da más cosas de estas; antes era más cocedura: alubias, lentejas, garbanzos, tocino… Pero hoy hay de todo», apunta el vecino.
Baz escuchó ya a su padre hablar de una celebración «de toda la vida» en torno al 17 de enero, pero admite que, ahora, todo esto «lo han reactivado los jóvenes». «Hacen la subasta, el picoteo en las escuelas y por la noche baile hasta últimas horas», recalca.
Sin broncas
Lo cierto es que el carácter intergeneracional de la fiesta resulta evidente; también el buen rollo. En casi una hora de manos alzadas, voces y pujas, no hay ni un solo mal gesto, ni una mala palabra. La deportividad se impone, porque la gracia de todo esto va mucho más allá de llevarse para casa el lote. El salero de Enrique amontonando galletas en la zona de su familia y esquivando los packs con queso ayuda al ambiente relajado.
Mientras la zona central se va vaciando, las mayordomas apuntan en sus cuadernos quién gana cada puja y por cuánto dinero. Todo se paga a posteriori, pero queda anotado, así que a los valientes les conviene ir haciendo cuentas mentales para evitar que la honra al santo les acabe saliendo un poco cara. Eso sí, con el fervor de la gente de al lado cuesta contenerse: «¡Y más vale!».