El bisiesto 2024 nos regala un 29 de febrero; un día más, una nueva oportunidad para celebrar. Una sencilla búsqueda en internet nos informa de que será el día internacional de las Enfermedades Raras. Pero no nos vayamos tan lejos, seguro que hoy también se celebra el día internacional de algo. Del amor fraterno, de las aceras bien pavimentadas, del abuso del pan brioche en la cartas de las nuevas gastrotabernas. Mi voto de hoy iría para la tilde diacrítica del sólo, una causa perdida que abanderaré hasta que algún funcionario de la RAE se persone en mi domicilio a retirarme la licencia.
De camino a Tara en una carreta, Rhett Butler le confiesa a Escarlata O’Hara su debilidad por las causas perdidas, pero sólo cuando realmente lo están. Sucede que mi generación lo ha querido todo por capítulos y no soporta sentarse a ver arder Atlanta. Qué inoportuno fue el cierre del Barrueco y qué gran oportunidad para apoyar que Fredy siga luchando.
El Año Nuevo es un gran momento para plantearnos las causas perdidas, lo que pasa es que las renombramos como propósitos. Llega el 1 de enero y nos ponemos a pensar por si la vorágine posterior nos impide parar a hacer una lista de propósitos sólo por que sea, qué diría yo, 19 de octubre. Qué milagro ese de que los tiempos crepusculares inviten a la reflexión. Nos otorgan una sensación de posibilismo que la rutina de los martes nos niega con su aplastante realidad.
He conocido distintas variantes de personas: aquellas que en Nochevieja brindan con un propósito por cada uva (con el correspondiente riesgo de atragantamiento), quienes abren una lista en un post-it o en el móvil y quienes se niegan a trazar de antemano un camino para el año. También, aunque este es el grupo más reducido, he conocido gente extraordinaria que no sólo se plantea propósitos, sino que además tiene la desfachatez de cumplirlos.
Siempre me pregunto hasta cuándo es lícito felicitar el Año Nuevo. Es una cuestión que carece de una respuesta cerrada. Nadie me ha informado de un día concreto en el que congratularnos con el prójimo en el portal o la carnicería pasa súbitamente de ser algo educado a convertirse en una grave ofensa, una reiteración innecesaria, una molestia. Quiero pensar que no estoy solo y así poder hacer de esta cuita otra causa perdida, felicitándole el año a los amigos con los que me encuentre por primera vez en abril.
Aunque no me he puesto a buscar, seguro que en los albores de este año bisiesto se me acumulan los propósitos en los bolsillos. El derecho a cambiar varias veces de opinión sobre el mismo asunto, reconocer que aún no he salido de casa cuando escribo el mensaje de «estoy llegando», sentarme a ver películas de una sola vez, mostrar respeto a quienes acuden al gimnasio de mi calle. En cualquier caso, me gustaría encontrar alguna causa perdida, no dejar mis propósitos por escrito y felicitaros el año por si me leéis en agosto.