La condición humana es curiosa. A veces generamos mitos. Tenemos por ancestrales tradiciones que son muy recientes, o ensalzamos hechos que ni siquiera sucedieron realmente. El imaginario colectivo, con el apoyo del la mercadotecnia nos lleva a esa situación. De hecho la generación Millenial en la que me encuentro incrustó el vocablo “mítico” en su repertorio con una facilidad inusitada para cosas que de mítico, tienen poco.
En el vino, hay una serie de bodegas que consideramos míticas, o ellas mismas se han encargado de que así las consideremos. Por ejemplo hay una Manzanilla histórica de Sanlúcar con nombre de bailarina y pintor; varias bodegas del barrio más visitado de Haro; o una bodega cuyo nombre quiere decir Primero en Griego, en una zona vinícola muy buena, pero que se piensan dueños del río Duero que entran en ese grupo. Los bebedores más iniciados ya saben de que marcas hablo. Pues bien, en nuestra provincia tenemos una bodega que comenzó a andar dos décadas antes de que esas marcas fuesen ni siquiera soñadas.
El señor Juan decidió elaborar vino en la pequeña bodega subterránea de su casa y almacén de coloniales en el año 1906. Y ahí comenzó todo. Era otro tiempo. Venta a cántaros. Graneles. Jaulas retornables. En la bodega, que aunque no sea visitable como tal, te van a recibir con los brazos abiertos. Todavía se puede oler y ver ese pasado cuando se bebía vino de verdad. Hasta el “secreto” por el cual el vino del Cubeto tenía esa homogeneidad gustativa tan importante en aquella época.
Años después, con olor a chocolate, ya que nació en la fábrica de su otro abuelo, veía la luz Julio. No me atrevo a decir el año. Por que cuando ves a Julio su pelo cano y las fotografías de sus nietos, sabes que no tiene veinte años. Pero cuando le escuchas, dirías que está empezando y que quiere comerse el mundo y que no se le acaban las ideas y proyectos. Además me cae muy bien por que tenemos dos cosas en común que son un lazo inquebrantable: pasión por el vino y que nuestras mujeres nos compran las camisas de la misma marca.
Ya cuando él se hizo cargo tras volver de la escuela de Requena, además de unas instalaciones que son todo un viaje en el tiempo, pero en perfecto estado, acometió un equipamiento de primera tecnología y funcionalidad que para sí quisieran muchas bodegas.
Podríamos hablar de su Valleoscuro Verdejo, pero teniendo en cuenta que los Valles, con sus suelos de carácter ácido hacen que sea la mejor zona para la variedad Verdejo de España (lo digo sin miedo alguno) hace que el factor humano sea más irrelevante. Podríamos decir que su gama de rosados, sobre todo el Prieto Picudo, debería ser mostrado en las escuelas de enología y hostelería como el paradigma de esta elaboración. O también glosar sobre las joyas de Cubeto 113 y 115, verdejos con crianza biológica y oxidativa de casi cuarenta años que se codean con los grandes Palo Cortado del Marco de Jerez. Pero no. Vamos a hablar de un vino tinto hijo de la pandemia.
Normalmente la Mencía de la finca Valleoscuro acababa cortada y mezclada para el Crianza y Reserva de Otero, pero el confinamiento hizo que las barricas quedasen a parte. Yo tuve una hija fruto del amor y un confinamiento, y ellos parieron un crianza intenso y peristente, con un rubí cubierto. Impacta en nariz una sensación de grafito y mineralidad, junto a la fresa ácida de la Mencía que acompaña al cacao, como el de la casa donde nació Julio, y pimientas negras de su crianza en barrica con su correspondiente reposo en botella consiguiendo un tanino abundante pero cremoso con una acidez bien medida.
Un vino de corte clásico, de los atemporales, como esas camisas Oxford que nos compran a Julio y a mí. Las carnes guisadas son un excelente compañero de viaje.
Brindamos el nacimiento de Lucía con su Reserva y brindaremos la llegada de Raúl con la botella 1140 de las 12904 que hay.
Vino: Otero Mencía Crianza
Elaborador: Bodegas Otero
Zona: DOP Valles de Benavente
Variedad: Mencía
Crianza: 12 meses en barrica
Precio: 15€, poco más