A las doce y diez de la noche del viernes 9 de enero de 1959, Ribadelago pasó de la quietud al horror y, de ahí, a la historia negra del Franquismo y de España en general. En una madrugada gélida, impenetrable, como casi todas las de aquella comarca sanabresa en los inviernos de los 50, la presa de Vega de Tera reventó y ocho millones de metros cúbicos de agua cayeron inmisericordes sobre los 532 vecinos del pueblo: 144 murieron, muchos vivieron de milagro, solo aparecieron 28 cuerpos.
La historia se ha contado mil veces, pero la memoria siempre exige una más. La baja calidad de los materiales y los errores en la construcción provocaron la desgracia, pero los responsables quedaron impunes y los supervivientes, muchos de ellos en duelo eterno por la pérdida de sus familiares, de sus amigos y de su identidad, vieron clavada una espina que algunos han llevado dentro toda la vida.
65 años sin olvidar
Cuando todo esto sucedió, María Jesús Otero tenía 10 años, pero en los 65 que han pasado no ha querido olvidar. De hecho, ha dedicado una buena parte de su tiempo a contar lo que recuerda, a documentarse, a hablar con otras víctimas y a dejar por escrito lo que le pasó a Ribadelago. En realidad, no es ni más ni menos que la historia de su vida, de su pueblo, de su gente. Al lado de la localidad vieja se improvisó una nueva, pero nada volvió a ser lo mismo.
Seis décadas y media después, Otero se ha convertido en la voz más reconocida de los supervivientes, y todavía tiene que alzarse para desmentir rumores, corregir creencias populares y asentar el conocimiento sobre unos hechos que muchas veces conducen más al morbo o «a la anécdota» que a la esencia. Una de las historias que circulan es que una de las causas de la tragedia fue el robo de materiales por parte de la gente de la zona: «Eso es una barbaridad, un despropósito y una ofensa grande», advierte esta mujer en una conversación con Enfoque.
Al margen de este punto, Otero, autora de bibliografía sobre la catástrofe, explica que, «por suerte, hoy en día se habla más, se han aclarado cosas erróneas y se ha avanzado para tener una memoria de aquello, para que no caiga en el olvido». La superviviente explica que la tragedia «tiene muchas aristas, es como un pozo sin fondo» y no deja de ser «el reflejo o la verdad de lo que era España en aquel momento», en pleno Franquismo, 20 años escasos después de que la Guerra Civil finalizase.
En ese marco, en la búsqueda del progreso a toda costa, la construcción de las presas se había convertido en un objetivo «para mejorar la vida de todos», pero sin cuidar en exceso la de quienes trabajaron en su ejecución y, en este caso, la de las personas que vivían en el entorno: «Me gustaría que uno de los pensamientos fuese que esta gente dio su vida por el confort, por el bienestar y por el camino hacia una vida mejor en España. Lo que ocurre es que no se cayó un peñasco y ya, pasaron muchísimas cosas», añade Otero.
Cada vez menos testimonios directos
La superviviente de Ribadelago pide que «no se distorsionen las cosas», que la gente sea «seria», que se le dé valor a lo que vivieron los que estaban allí aquella noche y tuvieron la suerte de evitar verse arrastrados hacia las frías aguas del Lago de Sanabria, la tumba acuática para siempre de muchos de sus vecinos: «Calculo que ya solo pueden dar testimonio menos de 100 personas», lamenta Otero, que siente una preocupación importante por lo que vendrá cuando quienes vieron aquello con sus ojos ya no estén
«Cuando desaparezcamos tiene que haber gente que sepa bien la verdad. Por eso he escrito los libros, porque es un relato de la Historia de España que se tiene que conocer bien», apunta María Jesús Otero, que siente «pena» por el desinterés que percibe entre los jóvenes: «Los que tienen raíces en la zona hablan de lo que ocurrió, pero no lo ubican bien, se refieren a lo que les cuenta su abuela, y me gustaría que miraran con más profundidad», insiste la escritora.
Otero recuerda que mujeres como ella todavía están aquí, dispuestas a entregar «el relevo» de ese legado de la memoria: «Los jóvenes van a tener que mantener la llama encendida para que no se olvide lo que ocurrió, y no solo lo de Ribadelago, un pueblo totalmente sacrificado. Se habla muy a la ligera de los pantanos de Franco, pero veo pocos esfuerzos por acercarse a la realidad. De aquí salía la luz que luego iba por las carreteras y llegaba a las casas de las ciudades. La tragedia fue de nuestro pueblo, pero todas esas obras permitieron que España repuntara», defiende esta mujer sanabresa.
En el trasfondo de su argumento aparece cada accidente, cada desaste humano que se vivió durante el desarrollo de estas infraestructuras: «La gente tendría que sentirse más agradecida», zanja Otero. En entrevistas previas, esta superviviente recordaba que doce niñas de su generación comulgaron juntas en el pueblo: cinco murieron aquel 9 de enero de 1959. Otras, como ella, como casi todos, se marcharon. Ribadelago jamás volvió a ser como era aquel día a medianoche, justo antes del horror