La farmacia se ubica en la travesía de Figueruela de Arriba, al final del todo a la izquierda si uno viene desde Mahide. Allí, a la punta, es donde se ha trasladado un hombre llamado Rubén Darío Tenorio Sanabria. Él mismo se ríe al pronunciar el nombre completo. Suena rimbombante, pero el tipo que responde a esa identidad se muestra llano. Buena cualidad para despachar en un establecimiento como este, donde el trato humano es tan importante como el profesional.
Nada más entrar, una prueba de lo dicho. Ha entrado una mujer mayor. Viene de Riomanzanas, y demanda atención: «Tomas medio comprimido. No son complicadas de partir estas. Espera, a ver si tengo un cortador y te lo regalo (…)». «Estas son para el domingo, el lunes, el martes y el miércoles, vienen ya preparadas (…)». «Me tienes que dar un euro con cinco céntimos. Si no, me lo das otro día. Y esto no se te vaya a perder, lo ponemos aquí en la bolsita».

Rubén empieza a conocer a su clientela y a comprender cómo debe tratar a cada cual. Son 80 días de vuelta a Aliste de este hombre con un inconfundible acento sevillano. Allí, en la provincia andaluza, fue donde nació. Como su padre. Su madre, en cambio, procedía de aquí, de Figueruela de Arriba, igual que el abuelo de este lado. La abuela era de Flechas. En conclusión, el farmacéutico es medio de la comarca. Como tantos otros que nunca ponen en marcha la operación retorno, aunque lo hablen como esos grupos de amigos que se juntan y dicen: tenemos que montar un bar.
A Rubén no le dio por la hostelería, pero en verano se enteró de que la farmacia cerraba y vio el cielo abierto. «Hablé con la titular anterior, me dijo que la vendía y que no tenía comprador ninguno», recuerda el profesional alistano-sevillano, que se lanzó. Se escribe fácil, pero la decisión implica dejar una vida para montar otra: «Yo trabajaba en una cooperativa que distribuye medicamentos, pero más en la parte de la informática», aclara el farmacéutico, que ya venía con hartazgo de la faena anterior: «No me apetecía el estrés que tenía».
Todo se encaminó al desenlace de recuperar para Aliste a uno de sus descendientes asentados lejos. «Con mi familia, siempre habíamos venido en verano, no conocíamos lo que era esto en invierno», admite Rubén, que aún así va bien: «Yo aquí conozco a todo el mundo. Ha sido una integración súper rápida. Además, como me gusta el monte, saco a mis perros y me voy para arriba y para abajo. Estoy todo el día entretenido, no tengo problema ninguno», asegura el nuevo vecino.
¿Y qué le dijo la gente de Sevilla? «Bueno, la decisión la tomé en cuanto hice números. Ahí se lo conté a todo el mundo y me preguntaron qué iba a hacer aquí; algunos me dijeron que me iba a volver loco. Yo soy un tío que se ha movido siempre con personas de la música por allí y ahora, con ese mundo, tengo contacto cero», concede Rubén, que tiene en mente apuntarse a la escuela de gaitas. «En general, estoy a gusto. En mi vida, tuve una etapa de salir todos los días, pero ahora me apetece estar aquí tranquilo: mis perritos, paseo, música y atender a la gente», resume.
En todo caso, el farmacéutico subraya que, con el tipo de trabajo que tiene, tampoco le da tiempo a aburrirse mucho. No son los aviones, los jaleos de la receta electrónica en las comunidades y otros asuntos de su pasado reciente, pero la atención cercana que demandan muchos vecinos requiere de tiempo. Él lo sabe y lo destina. Fuera de ahí, ir a comer o a tomar una cerveza con los amigos se ha convertido en un placer sencillo del que Rubén disfruta. Seguirá haciéndolo en el invierno.
¿Casos similares?
Para el final, la pregunta del millón: ¿Es replicable lo que ha hecho él? Aunque sea en otros sectores. Rubén suspira y habla de puestos de trabajo en la construcción o en el ámbito de los cuidados: «Yo tengo un primo que es trabajador social, también sevillano con raíces en Flechas, y que quiere venirse para aquí con algo centrado en las personas mayores», apunta el farmacéutico, que considera que «hay que intentar meter dinero en la zona un poco a fondo perdido» para buscar oxígeno laboral y facilitar mudanzas como la suya.
En medio de esa reflexión, empiezan a entrar vecinos a la farmacia: «Perdón, voy a atender», se excusa Rubén, que se mete en una faena que ya es su nueva rutina.
